El domingo pasado ocurrió un capítulo previsible en la opereta montada por Davos. Greta Thunberg y un grupo de manifestantes montaban una protesta en un pequeño pueblo renano, cuando la policía alemana decidió desalojarlos del lugar. ¿El motivo? La autorización del gobierno de ese país para hacer lugar a la expansión de la mina de carbón de Garzweiler, lo que implica la desaparición del pueblo, en el extraño tránsito de Alemania hacia la economía “verde”. Evidentemente la maquinaria propagandística “for export” del cambio climático y la energía verde se le escapó la tortuga.
El problema de fondo es que Alemania apostó hace mucho tiempo por el gas y el petróleo rusos para alimentar a su industria, un proceso que comenzó hace más de medio siglo con la Ost-Politik del canciller Willy Brandt. Veamos lo que ocurre con BASF, principal consumidor industrial de gas ruso en Europa. Ante las restricciones a las importaciones de gas, la empresa decidió construir un gigantesco complejo industrial en China. El gigante petroquímico seguirá quemando gas natural proveniente de Rusia, solo que, en vez de producir en Alemania, lo hará en su nueva fábrica en China.
Pero, ¿quiénes son los perdedores en el proceso? La respuesta es evidente: los que siempre perdieron con la globalización. Nos referimos a los trabajadores industriales, sus familias, las pymes que se forman en torno a las fábricas, los pueblos, la identidad, los valores y la cultura nacionales. Todas categorías invisibles para los ideólogos de esto que algunos denominan “economía circular”, pero que en la realidad huele cada vez más a fragmentación y degradación.
Resulta evidente que la situación actual no es un equilibrio aceptable para Europa. Por eso, parte de su estrategia central pasa por promover la adopción de combustibles renovables para el transporte global. El caso del hidrógeno verde es sintomático de lo que se viene. Este combustible, que se produce con energías renovables, tiene la capacidad de sustituir al diésel en la maquinaria pesada y el transporte de larga distancia, algo que hoy resultaría inviable con motores eléctricos dado el tamaño de las baterías que requerirían.
Se podría afirmar que la revolución energética anterior comenzó cuando el Congreso de los Estados Unidos encomendó en 1866 los primeros estudios para evaluar el potencial del diésel para reemplazar el carbón en su marina de guerra. Para cuando se inició la Primera Guerra Mundial, gran parte de la flota estadounidense ya se había transformado para el nuevo combustible. Esto había dejado a la marina británica en franca desventaja, ya que no disponía de las reservas de petróleo con las que sí contaba Estados Unidos. Esta fue la motivación principal de Churchill, entonces primer Lord del Almirantazgo, en provocar la primera guerra por el petróleo, que comenzó con el fallido desembarco de Gallipoli en 1915 y terminaría con la caída del Imperio otomano y el reparto del petróleo de Medio Oriente entre británicos, estadounidenses y franceses.
La contracara es que hasta ahora, los principales países productores se encuentran relativamente concentrados en Medio Oriente, ofreciendo a los países de la región un poder de negociación poco digerible para el mundo desarrollado. Estos llegaron incluso a conformar un cártel con intención de defender los precios de venta de su producto principal. Justamente, una nueva OPEP es lo que el mundo desarrollado procura evitar con la nueva revolución energética. Las energías renovables pueden producirse prácticamente en cualquier geografía en la que existan espacio abundante para colocar parques eólicos y solares, y agua dulce suficiente.
El resultado es que los flujos de oferta de hidrógeno son poco propensos a ser cartelizados, por lo que es muy poco probable que sirvan para generar una influencia geopolítica similar a la que la producción de petróleo y gas le otorgó al Medio Oriente primero y más cerca en el tiempo a Rusia. Estos son los argumentos que se esgrimen en los estudios europeos geoestratégicos y que explican por qué, como consecuencia de la guerra de Ucrania, la Unión Europea se lanza de lleno detrás de la transformación verde.
En cambio, si bien los folletos de divulgación del hidrógeno verde –destinados a que los eventuales países subdesarrollados muerdan el anzuelo– arriban a la misma conclusión, los argumentos para esta audiencia son un poco diferentes, destacando la oportunidad de participar “exportando la energía del futuro” y conceptos similares, probablemente diseñados por alguna agencia de Madison Avenue.
Lo cierto es que no pasaría ningún test de estrategia promover que una empresa se embarque en la producción de un producto que requiere de grandes inversiones de capital, en el cual no domina ningún eslabón de su tecnología, que prácticamente lo puede producir cualquiera, que tiene sustitutos cercanos más baratos, cuyos compradores están en una industria occidental cada vez más concentrada, y que depende de transporte de ultramar y de una costosa logística. A esto hay que agregar que su sustituto más cercano es el gas natural, que nuestro vecino Argentina producirá en abundancia y a bajo costo en los próximos años.
Pero justamente esto es lo que nos recomiendan el BID y una prestigiosa consultora internacional, y que el MIEEM recoge en su “Hoja de ruta” casi que al pie de la letra. Por el contrario, cabe destacar que el FMI parecería advertir a los países emergentes, de forma solapada, sobre los peligros de esta novelería y sus onerosos compromisos fiscales. Concretamente, el economista belga Thijs Van de Graaf alerta sobre el riesgo que las economías en desarrollo sean consideradas solamente como proveedores de “moléculas de energía verde”, y que terminen sirviendo a los centros de demanda industrial del norte global, sin permitirles siquiera entrar en alguno de los eslabones de la cadena de valor de la revolución industrial verde.
Quién sabe, quizás con esto del hidrógeno verde se esté cumpliendo el sueño de los Martínez de Hoz vernáculos y, en lugar de una gran estancia de Albión, nuestro destino sea convertirnos en una gran granja eólica al servicio de Europa. Claro está, solo será posible si no aparece en la región algún Getulio Vargas a quien se le ocurra armar una OPEP de los alimentos y condicionar la entrada de la región a las cadenas globales de valor. Es por ello que, ante cualquier intento de revigorizar el Mercosur, aparecen actores políticos urgenciados por mantener a la región convenientemente dividida.
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