En el horizonte de la cultura latinoamericana el desafío clave es el de articular la tradición oral con la escrita.
Nuestras élites se han formado en el texto, y precisamente la ideología es la unilateralidad del texto que se desprende de las tradiciones orales donde vive la experiencia humana. Idea y experiencia no se contraponen pero tampoco se identifican. Está la tradición del texto y está la tradición de la experiencia. Esta última se expresa a través de la comunicación oral, de los sonidos musicales, de los diferentes paisajes pictóricos, de los estilos de relacionamientos humanos.
Muchos sectores dominantes han mantenido la incompatibilidad entre estas dos tradiciones, y no hubo manera de entender la cultura como un proceso de síntesis. Una de las tareas más importantes que nos espera por delante es realizar esta articulación.
Uno de los ejemplos más evidente lo encontramos en Cervantes con sus dos personajes centrales: Don Quijote y Sancho. Representan ambos las dos tradiciones. Mientras el Quijote representa la tradición escrita del que leía novelas de caballería y perdió la razón por leer, Sancho expresa la sabiduría de la tradición oral.
Cervantes no oculta el conflicto: que donde uno ve molinos, el otro ve gigantes. Pero muestra que tanto Don Quijote como Sancho son capaces de entender que uno vea molinos donde el otro ve gigantes, porque hay una razón que lo explica y que le permite la comunicación. Podríamos decir en términos generales: uno ve argumentos –la tradición escrita-, donde el otro ve experiencias –la tradición oral.
Hay una influencia “sarmientina” de concebir a la tradición escrita como “civilizada”, y a la tradición oral como “bárbara”. Entonces toda expresión mestiza que surja de la tradición oral es considerado inculta, no académica, desde esta óptica. Esto llevó a la más grande escisión entre élites muy cultivadas y pueblo que ha tenido América Latina, y que todavía no se ha suturado.
El texto debe ser permanentemente valorado, sin embargo, se debe dar cuenta que la experiencia original (el acontecimiento) no ocurre en el texto, sino que ocurre en la vida, en la tradición oral. Por eso es la única que puede potenciar toda nuestra tradición cultural que viene por la vía oral.
La personalidad de los pueblos se expresa también por sus colores, sus apetitos y sus sonidos.
Por ejemplo, cuando se rastrea la identidad de la cultura latinoamericana a través de sus símbolos, sus ritos, sus patrimonios; uno de los más firmes surcos de comprensión de la tradición latinoamericana es su identidad sonora, sus variadas formas musicales. Las tradiciones juglarescas son parte sustantiva de las tradiciones orales.
La personalidad de los pueblos se expresa también por sus colores, sus apetitos y sus sonidos. El análisis de la tradición oral de la música nos da la dimensión biotípica de cada región.
Uno de los abordajes sustantivos del estudio de un pueblo es qué tipo de música escucha, qué inflexiones armónicas tiene dicho sonido, si es profunda, nostalgiosa o lúdica.
Culto es aquél que cultiva y enaltece su propia realidad popular. Por lo tanto, la música popular es la música latinoamericana. Y eso se sigue transmitiendo oralmente de generación en generación.
Dice el historiador Horacio Ferrer, en su ora “La historia del tango”:
“Para conseguir en la formación intelectual de nuestro hombre aquel nivel cultural que le permitiera gozar de la gran música europea, sería necesario que ese hombre tuviera la tradición estimativa que el auditor del viejo continente dispone en su clima musical.
Ante aquella hipótesis, pues, cabe tejer otra: el hombre americano tiene –acaso primariamente desarrollada- su propia tradición estimativa y creativa respecto de la música. Y su conducta mental es irreprochable: sabe lo que quiere. Y lo que quiere es música popular.
La pasión por la música popular no configura ya una circunstancia mental a sustituir por otra a través de la enseñanza, sino, por el contrario, una circunstancia mental para ser cultivada. Con sus propias metas, con sus propias perfecciones, con sus propias finalidades.
Las causas, pues, de la escasa divulgación, por ejemplo, del proceso histórico del tango, son evidentes: la clase que produce el tango, no tiene interés de pensar en él como medida de estudio, sino que su inquietud es, naturalmente producirlo y gozarlo. Quiénes tuvieron tal vez las posibilidades de analizarlo, exponerlo y difundirlo, no lo hicieron porque, inmersos en otras medidas culturales, el tango les resbalaba, no lo sintieron, no entendieron su lenguaje y en definitiva su particularidad identitaria”.
Suscribimos totalmente estas palabras de H. Ferrer.
Esa tradición sonora, con canciones que se repiten a través de los años, formando una tradición oral de canto y poesía, espera esa conciencia de análisis que perciba que la historia tiene su gran rostro identitario en los lenguajes orales, en los símbolos sonoros de nuestra música popular.