Arturo Rey, “el equilibrista”, nunca se hizo cargo de nada.
Hombre bendecido con ese hermoso nombre de rey y caballero medieval, en su juventud fue un admirado equilibrista que caminaba grácilmente por la cuerda floja (aunque en realidad nada tenía de floja, pues estaba amarrada y tensada fuertemente por sus colaboradores más cercanos, los payasos “Murmullito” y “Cañoncito”).
En aquellos “tiempos mozos”, el dueño del circo era el valiente domador de leones, Gregory “el temible”, al cual Arturo le tenía un profundo afecto, a tal punto que le enviaba cartas a la casa rodante -lugar donde habitan los integrantes del campamento circense- antes de iniciar el show y al finalizar el mismo, con felicitaciones por lo que “iba a ser su valiente actuación” o “había sido”. Sí, aunque le cueste creer, así de lambeta era.
La vida quiso que con el tiempo Arturo se afincara en el pueblo, porque el amor golpeó la puerta y él atendió.
Trabajó en su especialidad, la de hacer equilibrio, aunque en este caso sobre andamios de construcciones. Y con su actitud y aptitud fue ganando, con el tiempo, espacio como gremialista.
Cuando llegó a lo más alto en su carrera gremial, el ahora “compañero Rey” –Arturo- no trepó más andamios, pero seguía haciendo equilibrio entre sus intereses, los del patrón y los suyos propios.
Tal es así que tenía su propia constructora. Él no figuraba, pero manejaba los hilos en las sombras y en el gremio. Dictaminaba y manejaba los tiempos que le solicitaban los empresarios: el cuándo hacer huelga, paro, medio paro, o cuándo acelerar el desempeño de los artistas del balde y la cuchara. Funcionaba como una especie de doble agente.
O sea, era servicial a los intereses de los jefes de las obras y en el gremio. Tiraba la piedra y escondía la mano – no fuera cosa que se la cortaran- y del resto se ocupaban Murmullito y Cañoncito, que nunca se separaron de su lado.
Esto fue así durante años, hasta que un buen día cambió el viento y tomaron luz pública, primero las cartitas de adulación a Gregory “el temible” y luego algunos acuerdos con dueños de inmobiliarias y constructoras que, a pesar de estar firmados por su puño y letra, él decía que ni sabían que existían.
Lo que durante años manejó con soltura y gran dominio, comenzó a ser inmanejable.
Así se sucedieron, un día sí, otro también, diferentes situaciones que ponían al descubierto la penosa realidad de sus manejos y elucubraciones.
Y cuando todos deseaban oír sus explicaciones, lo único que se escuchó fue un PPS… un “profundo y prolongado silencio”.
Hay quienes dicen que apenas le oyeron murmurar en una transmisión de Zoom, que la culpa la tenían los payasos Murmullito y Cañoncito, que aún hacían mandados para la oposición fascista y represora.
Desapareció de los lugares que frecuentaba.
Quien vea a el “Rey Arturo” que lo mande a la corte.
TE PUEDE INTERESAR