Desde que asumió como director ejecutivo en este think tank en el mes de junio, ha impulsado una serie de informes y eventos que combinan la atención a la realidad de la pobreza en sus distintas dimensiones y el abordaje de los problemas de competitividad que tienen las empresas uruguayas. Entiende que el Estado debería implementar rentas básicas para ayudar a capacitar a los desempleados tecnológicos y que el país debe cuidar el diferencial de la estabilidad social e institucional. En entrevista con La Mañana conversó de este y otros temas.
Perteneces a una familia de médicos, sin embargo, optaste por la economía. ¿Cómo ha sido ese periplo?
Mi bisabuelo fue el primer otorrino Munyo, que tuvo que ir a estudiar a Berlín, porque en aquellos años, a principios del siglo XX, no existía la especialización de otorrino en el Uruguay. Después vino mi abuelo, mi padre, todos otorrinos, y mi hermano siguió la tradición. Siendo yo el mayor, o sea, la oveja negra, me fui para estudiar Economía.
¿Por qué?
Creo que la razón por la cual me puse a estudiar Economía fue el interés por la cosa pública, porque es una ciencia social, en el fondo. Muchas veces la gente cree que el economista está haciendo números todo el día y es todo lo contrario. Está analizando el comportamiento de personas, tratando de entender lo que está pasando, con una verdadera preocupación por la situación del país. Me gustaba mucho la historia y eso también para la economía es muy importante, porque las tendencias históricas explican mucho de lo que termina pasando después.
Egresaste de la carrera en la Udelar, también realizaste estudios en el IEEM y en Argentina, pero seguramente te marcó la experiencia en la Universidad de Chicago. ¿Qué destacarías de esos años?
Si, estuve tres años viviendo allá, hice un máster en Economía en la Universidad de Chicago. La verdad que ahí también fue impresionante el nivel de los docentes y profesores que tuve, cuatro o cinco premios Nobel de Economía enseñándome en las clases, con unas treinta personas. Entre ellos destaco al mejor profesor que tuve en mi vida, que se llamaba Gary Becker, Premio Nobel de Economía en los 90, que ya estaba veterano cuando tuve los cursos con él en el año 2006-2007, pero fueron impresionantes.
No valen las fórmulas si no se puede entender, explicar y responder un comportamiento racional o irracional, también, humano, de personas que están tomando decisiones, evaluando costos y beneficios. Esa es la economía, eso es lo que es apasionante, porque uno puede analizar cualquier comportamiento humano bajo la lógica de que las personas siempre buscan, cuando actúan, evaluar costos y beneficios. Entre los costos hay aspectos, obviamente, monetarios y no monetarios. Y dentro de los beneficios también, entonces aquello de la versión economicista de la persona que muchas veces se habla es un error muy grande, porque el comportamiento humano incluye aspectos emocionales, no monetarios, y eso es lo que captaba Becker, y fue lo que a mí me quedó impregnado de aquellos años y lo trato de aplicar todos los días en la profesión.
La escuela de Chicago tuvo un gran auge, una gran fuerza en la década del 70 en adelante, con el Consenso de Washington. Tú llegaste algunas generaciones después. ¿Cuáles fueron los aportes y la revisión que realizó esa escuela en ese tiempo?
En la Universidad Chicago jamás ninguno de los profesores hablaba de la escuela anterior. Lo que si hay es la tradición de la búsqueda de cuestionar la realidad permanentemente, no tomar dogmas como dados, tratar de estar siempre en la vanguardia, criticar duro, búsqueda de la excelencia y de originalidad.
¿Cómo fue el salto de la universidad en Uruguay a realizar los estudios en el extranjero?
Para mí la experiencia en la Universidad de la República fue muy buena y muy rica desde el punto de vista de ver toda una gama de literatura económica, histórica, muy arraigada en la historia del Uruguay. Fue una pieza clave en mi formación los cinco años que estuve en la Udelar, intercambiando opiniones, escuchando a profesores desde todos los puntos de vista, leyendo El proceso económico del Uruguay, un manuscrito esencial para entender una época del Uruguay. Creo que me hubiera faltado una pata muy importante si hubiera tenido solo la pata de Estados Unidos y no la de acá.
En los últimos meses el FMI, una institución que de algún modo quedó estigmatizada por sus recetas de ajuste, habla ahora de estímulos para reactivar la economía. ¿Esto tiene que ver, puntualmente, con la situación de la pandemia? ¿Con lecciones de la crisis del 2008? ¿Influye la emergencia de China?
Es muy interesante, porque así fue en la última reunión anual de octubre del Fondo Monetario con los principales organismos, justamente lo que salió es que no es momento de austeridad. El mundo no necesita austeridad en este momento y sí, es un poco haber aprendido del pasado y también de la situación especial que estamos viviendo en la pandemia.
Han quedado por el camino y van a seguir quedando, lamentablemente, dos focos de tensión: las personas con mayores vulnerabilidades laborales para el mercado de trabajo del presente y el futuro, y las pequeñas y micro empresas que les cuesta más y, específicamente, en algunos sectores, poder sobrellevar la situación.
A mí me preocupa mucho esta parte y ahí comparto la visión con el FMI de que hay que ser generoso por parte del Estado para atender a las personas que tienen capacidades laborales que no son del todo aptas para el futuro. La pandemia generó una aceleración profunda de las tendencias que se venían observando hace años.
Es el tema del futuro del trabajo del que tanto se discute, ¿qué opciones hay?
Ese futuro es ahora, es hoy, no es un futuro lejano. Se aceleró, se adelantó el reloj con la pandemia. Lo veía también en consultoría privada en los últimos años, las empresas lo que están buscando es software para automatizar lo que se puede automatizar y esa es la tendencia.
Todo aquello que sea fácilmente repetible y que no implique resolver tareas complejas en donde aparecen problemas diferentes de forma permanente, donde no haya creatividad, no solo para resolver problemas, sino para generar sensaciones diferentes a una persona, se está transformando. La esencia del trabajo se vuelve más humano con esto, por eso yo estoy totalmente a favor de esta tendencia de la tecnología. Creo que es un error frenarlo. Primero porque es una pérdida de eficiencia y de desarrollo, pero también el mundo va hacia tareas con mayor componente humano, creatividad y empatía. Eso una máquina nunca lo va a poder hacer.
Cuando uno habla con todas las empresas de todos los sectores productivos del país, te dicen que con la pandemia se dieron cuenta de que necesitan entre un 20 y un 30 % menos de personas para hacer lo mismo.
¿Eso qué implica?
Uruguay tiene que repensar no solo el sistema educativo, sino el sistema de protección laboral en este marco, porque hay mucha gente que se vuelve tecnológicamente desempleada. Muchos van a poder adaptarse, pero a muchos les va a costar y no van a poder hacerlo de forma fácil. Y ahí es donde el Estado tiene que actuar, con rentas básicas. Es un subsidio para poder capacitarse, para poder insertarse de nuevo, no a través de una estructura pesada de Estado, sino una transferencia directa hacia la persona.
El papa Francisco ha advertido sobre la “cultura del descarte” y en esta época parecen tomar fuerza las teorías neo-malthusianas de control de la población. ¿Esa es una alternativa desde el punto de vista económico y humano?
Yo no comparto esas teorías neo-malthusianas. Obviamente, comparto una preocupación por la situación. En Uruguay en otros momentos de la historia, por ejemplo, en el año 2002, hubo una puerta de salida para muchos uruguayos que pudieron emigrar y conseguir un trabajo en Europa, momentáneamente. Muchos después volvieron al país, pero se reinsertaron porque había demanda de trabajo en el resto del mundo, porque eran momentos distintos, no estaban en crisis como estábamos nosotros. Este tema del futuro del trabajo es simultáneo en todo el mundo. Por lo tanto, no tiene válvula de escape la persona. Por eso digo que el rol del Estado es muy importante.
Hay que convivir con una incertidumbre esencial y eso creo que es un tema a nivel individual que hay que hacer, no a nivel de grandes lineamientos, de hacer un control de la natalidad o de trancar a los robots con un impuesto como en un momento se manejó. No creo en recetas mágicas globales, creo en esfuerzos individuales y acá hay desafíos individuales por delante.
Has dedicado algunas publicaciones al costo que supone la inseguridad en los países, entre otras cosas, para recibir inversiones. ¿Cómo ves esta situación ahora, en un país donde ha crecido el crimen organizado, con grandes incautaciones de drogas que ponen a Uruguay como centro logístico del narcotráfico?
Es un tema muy preocupante. El narcotráfico profesional global escapa al poder que puede tener el Uruguay para detenerlo. Son multinacionales gigantescas, de una envergadura muy superior al potencial de fuego que puede tener Uruguay para enfrentarlo y atacarlo. Y ahí es un delicado equilibrio que hay que manejar con muchísimo cuidado, porque hay muchas experiencias de países gigantescos que han querido hacer una guerra frontal al narcotráfico y le ha ido muy mal. Hay que ser muy estratégico en esto y, obviamente, va a depender mucho de las personas que estén al frente, no hay una receta y todavía, siendo un país de la magnitud del Uruguay, más complejo aún.
A mí me preocupa muchísimo, también, otro tipo de violencia no tan organizada como el narcotráfico, que es la violencia “espontánea” que se ha visto con tanta fuerza en América Latina, previo a la pandemia. Hablaba con líderes de multinacionales el año pasado, que están administrando en toda América Latina y me decían “la verdad ustedes tienen un tesoro en Uruguay, una joya en América Latina”. Puntualmente, me decían que de todos los países que tenían al mando, el único desde México hasta el sur de Argentina que no tuvo durante el año 2019 una revuelta violenta, sangrienta y muchos de los casos con muertes en las calles fue Uruguay, el único.
Somos una excepción increíble en una región que el año pasado las fotos en todos los principales diarios globales financieros eran de manifestaciones, de fuego en las calles. Uruguay quedó al margen y, obviamente, nos da un activo, un tesoro que tenemos que valorar, pero que tenemos que cuidar entre todos. Es una irresponsabilidad profunda escuchar por parte de algunos líderes políticos hablar de que se puede perder este activo que tenemos, que es la estabilidad social, la estabilidad institucional que tenemos en el Uruguay, porque la verdad vale mucho, más allá del gobierno de turno. Hay que dejar de lado los intereses político-partidarios de corto plazo y pensar que el tener esto cuesta mucho.
Otro diferencial, también, puede tener que ver con la forma en que se ha gestionado esta pandemia, desde el punto de vista sanitario e incluso económico. ¿Qué tanto influye?
En el manejo de la crisis sanitaria Uruguay introdujo este concepto que comparto plenamente que es la libertad responsable. Las personas en su sano juicio tienen que tomar las decisiones que creen que son las mejores y el gobierno tiene que encargarse de generar información, de comunicar y que la gente se dé cuenta de la gravedad del hecho, pero no prohibir el movimiento. Y la verdad es que hemos tenido hasta ahora buenos resultados. Obviamente, es una situación que no está cerrada y preocupa. Pero en los hechos, lo que ha logrado a nivel internacional es posicionar al país como un ejemplo mundial y aparecer en el mapa después de muchísimo tiempo que Uruguay estaba ausente por distintas razones.
Uruguay tiene que lograr posicionarse como un país no solo institucionalmente atractivo, que ya lo ha demostrado y por algo es que nos hemos quedado como un ejemplo, sino que económicamente atractivo. Y ahí hay una agenda importante de reformas para que mejoren la productividad y reduzcan los costos para el país, que son fundamentales.
¿Cómo se inserta en esto la cuestión de las certificaciones verdes?
La agenda verde es otro tema importante. Algunos analistas globales hablan de una especie de nuevo Plan Marshall de agenda verde, financiado por las potencias, para que el mundo pueda lidiar mejor con estos sistemas sanitarios, que esté concentrado en la salud de las personas y en la salud del planeta. Obviamente, alguien tiene que financiar eso, entonces, así como a la salida de la Segunda Guerra Mundial hubo un financiamiento muy fuerte de Estados Unidos en la recuperación europea, ahora se habla de un sistema nuevo de financiamiento a los países avanzados y al resto del mundo, para generar proyectos, empresas, ciudades que estén alineadas con las necesidades medioambientales. Entonces es una oportunidad.
Uruguay entra en esas categorías, y la apuesta que tiene que realizar el país es a una producción natural y de alta calidad. Tenemos condiciones y tenemos que poder subirnos a este tren de desarrollo sustentable y amigable con el medio ambiente y con la salud de las personas.
¿Cuáles son los planes para Ceres? Desde que tú asumiste como director ejecutivo, ¿hay un cambio en la visión?
Asumimos esta responsabilidad en junio de este año, de forma casual, porque había un director ejecutivo desde los últimos dos años, que era Guillermo Tolosa, que fue convocado por el FMI en el medio de la pandemia para volver a cumplir tareas similares a las que cumplía en el pasado.
Entonces, en ese momento, la Comisión Directiva de la Asociación Civil Ceres, que fue fundada en 1985, me convoca a mí y yo que estaba en el sector privado de la docencia y la investigación, acepté el desafío, primero que nada, por un tema vocacional. Estoy profundamente convencido de que Uruguay necesita instituciones como Ceres que estén analizando los temas de la realidad económica y social del país, con la realidad en el centro y con el objetivo de generar información para que el debate público sea con un piso más elevado.
Nosotros no estamos en un Olimpo bajando cátedras, sino que estamos escuchando, procesando, porque tenemos lo que mucha gente no tiene, que es un equipo de profesionales dedicados a esto. Hay una visión enfocada en la libertad individual y en la competencia, pero sabiendo que el mundo actual deja al margen de esa competencia, por las tendencias que hablábamos hoy del mercado de trabajo, a una porción importante de la población que hay que asumir con responsabilidad. Por lo tanto, tenemos una visión de liberalismo, pero con responsabilidad popular.
Tenis familiar con los Obama
Durante su tiempo de estudios en la Universidad de Chicago, Ignacio residía en el barrio de Hyde Park en la zona sur. Allí también vivía Barack Obama, por entonces en los años 2006-2007 profesor de Derecho Constitucional de dicha institución y poco tiempo después sería candidato demócrata y presidente de los Estados Unidos. Una curiosa anécdota vinculó a la familia de ambos y los llevó a ser testigos privilegiados de la asunción presidencial.
“Con mi mujer Valentina llegamos juntos a Chicago. La universidad me pagaba un subsidio para vivir, con lo mínimo, porque era un subsidio para una persona y éramos dos”, relató Ignacio. “Ella tuvo que salir a buscar trabajo y logró entrar al mejor club de tenis de Chicago, uno muy grande”, agregó. “En el año 2008, en la campaña, en el momento de las primarias, llama de la nada Michelle Obama al club para pedir clase de tenis para sus hijas que eran muy chicas. Llamaron al gerente que tenía a su cargo a más de 80 profesores y mi mujer hacía cuestión de seis meses que había entrado ahí, pero ya habían visto que era muy buena con los niños y la recomendaron y quedó elegida”. “Cuando se fueron a vivir a Washington nos invitaron a la asunción, en enero de 2009, en la zona de familia y amigos. Estábamos a 20 metros cuando hablaba en el Capitolio. Es haber estado en un momento histórico presente lateralmente”, recordó.
Ignacio y Valentina tienen cuatro hijos desde diez hasta dos años, tres varones y una nena que llegó al final.
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