El IV Foro Ministerial China-Celac que se inauguró ayer en Beijing marca una década de cooperación entre China y América Latina y el Caribe (Celac). Este encuentro se desarrolla en un contexto internacional caracterizado por tensiones comerciales, ocasionadas por la reciente política arancelaria de Estados Unidos que ha terminado por motivar una mayor búsqueda de autonomía estratégica por parte de los países latinoamericanos, que necesitan generar espacios económicos propicios para la inversión y el desarrollo por encima de los moldes ideológicos.
Desde su creación, el Foro ha facilitado la implementación de más de 40 subforos temáticos, abordando áreas como agricultura, innovación tecnológica, alivio de la pobreza, desarrollo verde y cooperación en defensa. En términos económicos, el comercio bilateral entre China y América Latina alcanzó los 427.400 millones de dólares en los primeros nueve meses de 2024, con una inversión directa china en la región que superó los 600.800 millones de dólares en 2023. Proyectos emblemáticos, como la red de transmisión eléctrica de Belo Monte en Brasil y el Puerto de Chancay en Perú, ejemplifican la profundidad de esta colaboración.
En un libro coordinado por Sergio Rivero Soto y Priscilla Villegas Arce, titulado China y América Latina y el Caribe: Relaciones multidimensionales y multinivel, se abre un enfoque político y diplomático que estructura el marco analítico de las relaciones sino-latinoamericanas. Abordándose temas centrales como la reconfiguración del regionalismo, la interdependencia asimétrica y la diplomacia multinivel.
Así, en el artículo “China en Sudamérica: ¿Hacia una nueva geografía del regionalismo?”, de Diana Tussie, se plantea una cuestión esencial: ¿cómo la presencia de China está alterando el mapa geopolítico del regionalismo sudamericano? Su respuesta se centra en cómo la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) ha trastocado el tradicional patrón de integración regional. Con el financiamiento de grandes obras de infraestructura, China ha conectado puntos estratégicos –puertos, rutas, ferrocarriles– de Sudamérica, introduciendo una lógica de conectividad transnacional que no necesariamente sigue las líneas del Mercosur o la Comunidad Andina.
La autora señala que este nuevo regionalismo promovido desde afuera rompe con la dicotomía “integración o fragmentación” que dominó el pensamiento latinoamericano en décadas anteriores. Aquí la integración es funcional, orientada a proyectos concretos, con nodos privilegiados como Argentina, Brasil, Chile o Perú. La IFR reordena las jerarquías regionales: ya no es central el consenso político entre naciones, sino la viabilidad técnica y económica de cada proyecto.
Tussie también recalca un punto clave: el regionalismo sin China ya no es viable. Incluso las organizaciones como la Celac han comenzado a girar en torno al diálogo con China, dándole un rol central a las alianzas extrarregionalas. Esta situación genera tensiones con potencias tradicionales como Estados Unidos y Europa, que ven socavada su influencia. Y este enfoque le permite demostrar que más que un “actor externo”, China ya es una variable endógena del regionalismo sudamericano.
El segundo artículo, escrito por el académico chino Wang Peng, titulado: “China y América Latina y el Caribe: asimetría, interdependencia y asociación estratégica”, desarrolla un argumento complementario, pero desde una perspectiva china. Se trata de un análisis centrado en la noción de interdependencia asimétrica: China es una potencia económica de alcance global y la región de América Latina y el Caribe representa solo una fracción de su comercio.
Peng no oculta la desigualdad estructural entre las partes, pero la reinterpreta como una oportunidad: la demanda de materias primas latinoamericanas encuentra su contrapartida en la oferta de financiamiento, infraestructura y tecnología por parte de China. Este binomio ha estructurado una relación de mutuo beneficio, aunque desequilibrada. Así, China se convierte en “socio estratégico” más que “dominante”, buscando cultivar confianza política en paralelo a los intereses económicos.
Desde el punto de vista teórico, Wang Peng defiende que China está construyendo una arquitectura diplomática alternativa, en la que el respeto mutuo y la no injerencia funcionan como pilares discursivos –aunque no siempre empíricamente demostrables–.
Evidentemente, frente a un mundo cada vez más fragmentado, la emergencia de China como socio preferente –por necesidad y por diseño– abre oportunidades a la par que dilemas, según desde dónde se lo mire. Nuestra región deberá decidir si aprovecha esa interdependencia para diversificar su matriz productiva y fortalecer su autonomía, o si repite ciclos pasados de dependencia, solo que con otro socio.
Sin embargo, China sigue emitiendo señales positivas, y durante la apertura del Foro, Xi Jinping anunció una línea de crédito de 66.000 millones de yuanes (aproximadamente 9000 millones de dólares) para nuestra región, destinada a proyectos de desarrollo y a promover el uso internacional del yuan. Así, la situación geopolítica actual podría convertirse en una ventana de oportunidades para los países que componen el Mercosur, como también para el resto de América Latina. En efecto Brasil, bajo la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, ha reafirmado su compromiso con una América Latina autónoma y multipolar.
China ha invertido 4500 millones de dólares en nuevos proyectos en Brasil, incluyendo iniciativas en energía limpia, inteligencia artificial y 5G. Pero, a pesar de estos vínculos económicos, Brasil mantiene una postura prudente, buscando equilibrar sus relaciones internacionales, preservar su soberanía y proteger su industria nacional. De hecho, el presidente Lula destacó durante el Foro la importancia de evitar la dependencia excesiva de cualquier potencia global, subrayando la necesidad de que la región determine su propio destino. Y podemos decir que ese ha sido el principal motivo por el que no se ha firmado un tratado de libre comercio Mercosur-China.
En ese sentido, hay que añadir que, a pesar de que no se cumplieron las expectativas uruguayas con respecto a la firma de un tratado de libre comercio, Uruguay ha recibido el respaldo de Brasil para asumir la presidencia pro tempore de la Celac en 2026, lo que refleja un creciente protagonismo de la diplomacia regional.
Nuestro país, por su parte, ha sido claro en sus objetivos, tanto con el gobierno anterior como con el presidente Yamandú Orsi y el canciller Mario Lubetkin, adoptando una política exterior enfocada en la diversificación de socios y la promoción del multilateralismo, al mismo tiempo que buscando fortalecer sus relaciones con China y otros países de la región.
En agosto de 2024 Uruguay promovió la reactivación del Mecanismo de Diálogo entre el Mercosur y China, tras seis años de inactividad. Esta iniciativa busca avanzar en temas de cooperación e inversiones, con la perspectiva de mejorar el acceso a mercados y fortalecer los lazos económicos. En esa línea, Tafirel –empresa especializada en el desarrollo y comercialización de agroquímicos como herbicidas, insecticidas y fungicidas– encabezará una misión comercial a China, Filipinas e Indonesia el próximo mes de junio. La misión tiene como objetivo facilitar el intercambio productivo, comercial y cultural con esa región con el fin de mejorar la producción en Uruguay y fortalecer los lazos con China y otros países asiáticos. Y es una señal clara del camino que está adoptando nuestro país en la búsqueda de nuevos mercados y de mejorar las condiciones de entrada a los ya existentes.
No obstante, América Latina enfrenta sus propios desafíos relacionados con las históricas dificultades endémicas de integración. Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei, ha adoptado una postura crítica hacia el Mercosur, calificándolo de beneficiar principalmente a los grandes empresarios brasileños, y ha expresado su interés en establecer un acuerdo comercial con Estados Unidos, incluso si eso implica salir del Mercosur. Esta posición ha generado tensiones dentro del bloque regional y plantea desafíos de cara al futuro. De todas formas, la reactivación del diálogo entre el Mercosur y China, promovida por Uruguay, y el respaldo de Brasil a la presidencia pro tempore uruguaya en la Celac indican una voluntad de revitalizar la integración entre estos dos bloques que, por sus características, deberían ser socios estratégicos.