Nuestro país abre un nuevo ciclo de gobierno en un contexto mundial absolutamente disruptivo. Estamos asistiendo a un verdadero terremoto político en las relaciones internacionales y conviene tratar de entender dónde estamos parados.
El impacto de las nuevas tecnologías en el trabajo y las comunicaciones, la competencia económica, comercial, científica y militar entre poderes industriales, el estancamiento del multilateralismo, el debilitamiento del derecho internacional, así como las consecuencias sociales de la pandemia de covid-19 nos colocan en un escenario diferente al de cinco años atrás.
Los acontecimientos de las últimas semanas desde la asunción de Donald Trump en Estados Unidos incluso cuestionan el paradigma sobre el que reposaban muchos Estados-nación, incluido el nuestro. Como señala Marcelo Núñez en una refrescante columna en el diario El País, parece quedar atrás el tiempo de la Pax Americana, que sustituyó a la Pax Británica de los tiempos de nuestra independencia.
Por ahora los partidos políticos uruguayos están como aturdidos, no pueden o no quieren reaccionar ante los cambios que se están manifestando frente a nuestros ojos. Pero esto no es casualidad, sino que tiene que ver con las principales matrices ideológicas que han moldeado a dirigentes del Frente Amplio, del Partido Nacional e incluso del Partido Colorado. Nos referimos a la Fundación Friedrich Ebert (Fesur) y la Fundación Konrad Adenauer (KAS).
Desde hace décadas estas organizaciones alemanas tienen una notable influencia en la formación de cuadros y en la conformación de la agenda política e ideológica de los partidos mayoritarios de nuestro país. Fesur, vinculada al partido SPD alemán, con fuertes lazos con el Frente Amplio y con el Pit-Cnt. Y la KAS, vinculada al partido CDU alemán, respecto al Partido Nacional y también en buena medida con algunos dirigentes colorados.
No es novedad que la administración Trump está en una confrontación directa con las élites europeas, principalmente de Inglaterra, Francia y Alemania. Basta ver el discurso del vicepresidente JD Vance en la última conferencia de Múnich, en la que sostuvo que la amenaza que más le preocupa en Europa no es Rusia ni China, sino la propia dirigencia europea y su retroceso en valores fundamentales. En las narices de estos mismos les reprochó que hay que “hacer más que hablar de valores democráticos” y les acusó de seguir los dictados del Foro de Davos.
“Creer en la democracia es comprender que cada uno de nuestros ciudadanos tiene sabiduría y voz. Y si nos negamos a escuchar esa voz, incluso nuestras luchas más fructíferas no llegarán a ninguna parte. Como dijo una vez el papa Juan Pablo II, que en mi opinión es uno de los mayores defensores de la democracia en este continente y en cualquier otro, no tengan miedo. No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes”, afirmó Vance.
Estas palabras se pronunciaron algunos días antes de las elecciones federales de Alemania en las que se produjo la debacle del partido SPD del entonces canciller Olaf Scholz y el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) que logró ser la segunda fuerza política del país, reflejando el gran descontento de los alemanes en el rumbo de las políticas que se venían llevando adelante. La CDU junto con la CSU lograron el primer lugar, aunque sin mayoría absoluta.
Alemania es uno de los grandes derrotados de la guerra en Ucrania y ahora enfrenta las consecuencias de la pérdida de competitividad, debilitamiento de autonomía y deterioro de su influencia diplomática. El panorama para aquel país no es nada alentador para los próximos años. Porque además atraviesa un grave problema de invierno demográfico, como señala una columna de la revista Fortune titulada “El envejecimiento de la población alemana está lastrando su economía: toda Europa pronto se verá afectada y la situación solo empeorará”.
Es esperable que esta decadencia afecte también el pensamiento alemán. ¿Acaso los partidos políticos uruguayos se detienen a pensar en esto por un momento? Parecería que no. Podemos observar que algunos medios de prensa continúan replicando los llantos y lamentos provenientes de aquellos think tanks que marcan el paso de nuestra dirigencia.
En La Diaria se publicó un artículo titulado “La extrema derecha como amenaza para la gobernanza mundial” de los autores Giancarlo Summa y Mónica Herz, que originalmente había sido escrito para la revista Nueva Sociedad, que es un proyecto de la Fesur. Allí se insiste en los tópicos de siempre del progresismo, como son los embates al feminismo y el aborto, las migraciones, el cambio climático y en general toda la Agenda 2030. Basta entrar a la web de Fesur en Uruguay para comprobar que esas son las visiones orientadoras y del vínculo estrecho con la Fundación Líber Seregni y el Instituto Cuesta Duarte. Entre las publicaciones de esta organización aparece una titulada “La ultraderecha en Uruguay: Guido Manini Ríos y Cabildo Abierto”.
Por otro lado, la Fundación Konrad Adenauer se ha puesto en primera fila en el alineamiento con Ucrania y desde hace tiempo dedica sus cursos a fustigar el populismo y promover a ultranza el libre comercio. Evidentemente el mundo se les está rompiendo en pedazos. Desde el portal Diálogo Político de la KAS lamentan, además, la decisión de Trump de recortar los fondos de la Usaid para América Latina. “Usaid ha sido durante décadas un actor fundamental en la promoción del desarrollo en América Latina. La agencia dotó recursos a programas en salud, educación, gobernanza y asistencia migratoria. Estas inversiones permitieron enfrentar desigualdades estructurales y fomentar la estabilidad institucional”.
Si los partidos políticos uruguayos por pereza intelectual o por conveniencia personal siguen optando por repetir libretos de otros, que para peor están en una situación de repliegue internacional, es muy difícil esperar que tanto del gobierno como de la oposición puedan surgir posturas o planteos que pongan el interés de Uruguay primero. No podrá haber proyectos innovadores para enfrentar nuestros desafíos concretos y se limitarán a repetir consignas vacías como democracia, derechos humanos y libre comercio, en lugar de pensar políticas para las pequeñas y medianas empresas, en el combate a la usura, la reforma de las cárceles y de la seguridad pública, entre otras.