El economista argentino Ricardo López Murphy es profesor por la Universidad del CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina), académico y actual diputado nacional. Ha sido candidato a presidente de la República Argentina en dos ocasiones, ministro de Defensa, de Infraestructura y Obras Públicas y de Economía. En entrevista con La Mañana se refirió a la usina de pensamiento económico de la Universidad de Chicago, a su desempeño como economista y político, y analizó la actualidad económica de su país. Muy cercano al Uruguay, también se expresó sobre las regulaciones financieras, políticas industriales y destacó las características económicas y políticas de nuestro país.
¿Es usted un político con una gran preparación en materia económica o un economista con una gran pasión por la política?
Esto último. Yo he sido toda mi vida economista profesional, un profesor de economía. Mi participación en la vida pública, en términos de cargos estatales, fue poca –tuve un año y pico de ministerios y cuatro años de diputado nacional–, y en términos de intervención en la vida cívica de mi país, de casi cinco décadas.
Usted tuvo la oportunidad de estudiar en la Universidad de Chicago en lo que quizás fuera su momento de mayor apogeo por la integración de su faculty. ¿Cómo explica ese casi místico fervor que caracterizaba aquella generación de estudiantes?
Yo diría que había un entusiasmo muy grande, primero por la calidad de los profesores: la mayor parte de ellos fue premio Nobel y los que no lo fueron debieron serlo. En segundo lugar, era un enfoque donde en lugar de discurrir sobre las dificultades que tenía el conocimiento, había un esfuerzo en tratar de desentrañar los problemas económicos y buscarles una solución. No solo la reflexión conceptual y teórica sobre los problemas, sino también qué se infería de estos descubrimientos o leyes económicas para llevar adelante en materia institucional y de políticas públicas. No la voy a engañar: yo me sentía en poder de un aparato analítico muy potente, y esa convicción en la tarea es muy propia de los jóvenes.
¿Qué recuerdos tiene de esa época?
Yo siempre tuve la sensación de pequeñez, no por tamaño físico, sino por estar ante gigantes del pensamiento, gente de una inteligencia descollante. La misma sensación tenía con mis compañeros. Yo había sido el mejor alumno en la primaria, la secundaria y en la Universidad de La Plata, y cuando llegué ahí, me enfrenté con un sistema muy competitivo. Era una lucha por la supervivencia, estaba rodeado de gente extraordinariamente inteligente. No sé si dormí alguna noche…
Si tuviera que elegir etiqueta profesional, ¿sería keynesiano, neoclásico o ecléctico?
Yo recibí una formación neoclásica, con un sesgo ortodoxo; o sea, formé parte de la síntesis neoclásica.
A los uruguayos nos cuesta un poco entender todo lo que está pasando en Argentina…
No solo a ustedes…
Pero tenemos la sensación de que la situación va mejorando en comparación con años previos, especialmente con relación a los fundamentals económicos.
Es verdad que tuvimos períodos muy caóticos, sobre todo el último período de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, que fue catastrófico. Hay un énfasis en balancear las cuentas, que ha sido un drama en el país durante ochenta años. Entonces, es natural que, cuando usted innova en ese aspecto –y empieza a opinar que la ley de gravedad también se aplica en Argentina, cosas del sentido común pero que no se decían–, usted siente que el debate va por otro camino. Eso no quiere decir que no tengamos serias dificultades, que se han acumulado por muchos años y que las más graves todavía no tienen solución: un sistema impositivo disparatado, un sistema de distribución de recursos con los gobiernos provinciales y locales que no existe en ningún otro lugar del mundo, un sistema de seguridad social totalmente quebrado, y además, mal diseñado, un 65% que no fueron jubilados respetando las normas, 250 fueros diferentes… Tenemos problemas muy complejos y todavía no los hemos enfrentado. Uno de los más groseros que había, los déficits desbocados, las emisiones monetarias absurdas, se ha puesto razonablemente bajo control.
¿Usted es optimista al respecto?
El mundo está viviendo una crisis. Se han roto muchos de los acuerdos internacionales de la posguerra que fueron muy favorables a la prosperidad y al crecimiento económico. En este mundo tan complicado no es fácil ser optimista. Tenemos el problema del envejecimiento… hoy nace menos gente de la que muere. En muchos países se ha extendido la esperanza de vida y al mismo tiempo nuestros regímenes previsionales no han registrado esos problemas. El progreso técnico ha sido formidable, pero vamos a necesitar mucho progreso para lidiar con nuestras desventuras.
En este marco de desventuras, lo de Trump nos tiene perplejos a todos. Si bien parece haber mucho teatro en el tema, cualquier paso en falso puede traer consecuencias imprevisibles. ¿Usted ve algo positivo en las “guerras arancelarias” o es todo downside?
Había sido un gran progreso reducir los aranceles. Si cometieron un error Uruguay y Argentina en la posguerra, ese fue subirlos. De eso aprendimos. Tenemos que abrir nuestra economía. Es muy mala idea que el mundo siga nuestras viejas políticas.
Quizás le hayan comentado de una reciente serie de situaciones financieras fraudulentas en Uruguay, afectando a miles de familias. Algunas de las modalidades podrían interpretarse como inversiones financieras que debieran estar sujetas a la supervisión de las autoridades monetarias. Existe un largo debate en el mundo acerca de si la supervisión financiera debiera ejercerse por los bancos centrales o por superintendencias autónomas. ¿Usted qué opina?
Los bancos centrales deben tomar control de esas tareas y en general de las actividades financieras, ya sea bancarias o no bancarias. A veces hay actividades que no revisten externamente ese carácter, o se hacen con cierta informalidad, y no están dentro de las actividades reguladas. En general, parte del problema es cuando la sociedad cree que la actividad está regulada y no lo está. Soy partidario de tener muy claro qué actividad está regulada y cuál no, porque eso induce, muchas veces, a la prudencia, a evitar la asimetría informativa.
Existió en nuestro país un debate por un proyecto de ley para regular las tasas de usura que se encuentran vigentes actualmente. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Yo soy muy reacio a exagerar la regulación, porque muchas veces los costos de las actividades de intermediación tienen que ver con el tamaño de la operación. No es lo mismo prestarle a una entidad muy grande, al propio Estado, que hacer pequeños préstamos minoristas. Es difícil hacer un traje que le ajuste a todos.
En Uruguay ha sido asesor del Banco Central del Uruguay, junto a la figura de Ricardo Pascale, a quien tuvimos el infortunio de perder el año pasado. ¿Cuáles son sus recuerdos y la valoración de los economistas con los que compartió su labor?
Altísima. Tengo una gran imagen de ellos, tanto del punto de vista profesional y académico como humano. Todos me enseñaron y me ayudaron a pensar mejor mis problemas. Fue una experiencia inmejorable, tanto con los miembros de los distintos equipos económicos con los que colaboré, como con los ministros y presidentes.
¿Y en cuanto a su experiencia en Argentina?
En general, el núcleo que llega a los cargos decisivos en Uruguay tiene un alto nivel de preparación. En mi país, por el tipo de sistema institucional arriba mucha gente a esos cargos sin esa preparación intelectual. No siempre, pero ocurre. Eso está vinculado a un país grande, heterogéneo, donde los mecanismos de selección son diferentes. Una heterogeneidad formativa, una exposición distinta. Quizás las chances de cometer errores en Uruguay son más bajas, acá se han cometido errores enormes, pero los recursos nos han permitido recuperarnos de errores inconcebibles, y eso es una diferencia que es significativa. Los errores que ha visto mi país no los podría soportar Uruguay, habría colapsado. No es que sea una virtud nuestra. Nosotros tenemos recursos asombrosos. Lo más asombroso es que con todos esos recursos hayamos tenido y tengamos tantas dificultades.
Valoro mucho la cultura uruguaya en el respeto a la división de poderes, la libertad de prensa, el estilo tolerante donde pueden convivir los expresidentes… ese clima de concordia. Es un atributo vital en las sociedades. En nuestro país, por el contrario, prima el uso del antagonismo, el conflicto, la discordia, la polarización. Es un riesgo, es muy nocivo al crecimiento de la sociedad.
Es aficionado a la historia y sobre todo a la historia económica. ¿Por qué cree que es imprescindible conocer de ella?
Yo creo que un buen conocimiento de la historia, propia y de los vecinos, ayuda a comprender lo que es viable y lo que no, y a lidiar con las complicadas coaliciones que se forman. Cuando no conoce la historia, puede fallar la interpretación.
Ha sido profesor en escuelas de guerra de diversos países. ¿Qué puede comentar de la importancia de la formación militar y su aporte a la sociedad civil?
Por muchas razones, la formación militar es amplia y general. El manejo de las armas, la visión del mundo, las relaciones exteriores, la historia propia. Una formación general en una carrera donde la inversión en el capital humano es muy específica; no es tan fácil adaptar la carrera militar a otras carreras. Son carreras largas y que requieren mucho compromiso. Yo he visto, en las fuerzas militares modernas, una serie de escalones de entrenamiento y formación profesional muy severa. Actualmente, por el peso de los mecanismos comunicacionales, cibernéticos, por sistema de armas y por la preparación que se requiere para manejarlos, la preparación es muy exigente. Eso complementa una preparación física enorme. A lo largo de los años he visto una mejora en la calidad educativa, entre otras cosas por la globalización. Para que los más aptos hagan esa apuesta, la remuneración no puede fijarse de una manera equivocada.
¿Considera que las políticas industriales podrían ser un recurso para desarrollar nuevos sectores de la economía?
Yo en general soy escéptico en eso. Prefiero políticas horizontales, que fomenten el capital y el empleo, y no dirijan las actividades. Reconozco que hay áreas que por sus características han tenido en el mundo una atención específica. Aplicado a todo, saldría muy mal. Si es una cosa muy cuidadosa y fundamentada, tiendo a darle una oportunidad. El actual gobierno argentino, por ejemplo, es escéptico en esas cuestiones, excepto en la energía atómica. Creo que puede haber un espacio para ello, pero también hubo ejemplos de políticas industriales muy malas, como los modelos de sustitución de importaciones y lo que de ellos derivó.
En Uruguay hemos tenido la experiencia de incentivo a la actividad forestal, por ejemplo. ¿Cuáles es su opinión al respecto?
Ahí no hubo una predeterminación, un estudio previo. El desarrollo que siguió a la política industrial tuvo una repercusión muy favorable. La interacción alcanzó una magnitud que me parece no estuvo en los cálculos de nadie al menos hasta donde yo conocí desde donde estuve cuarenta años atrás en el desarrollo de esas políticas. Creo que hubo mucha suerte. No se olvide que Maquiavelo decía “virtud y fortuna”; creo que hubo virtud y también fortuna.
Papa Francisco: “Llegar al papado fue una proeza; haríamos mal en subestimarlo”
El día del fallecimiento del papa Francisco, el economista Ricardo López Murphy expresó en la red social X: “Profundo dolor por el fallecimiento del papa Francisco. Su trabajo y su compromiso por los más necesitados nos debe servir como ejemplo para dejar de lado las diferencias y buscar el bien común. El papa Francisco será siempre recordado en la Argentina y en el mundo por ser un gran hombre”.
Consultado sobre su relacionamiento con el papa Francisco, López Murphy expresó: “Lo conocí cuando era cardenal, ahí interactué mucho. Tengo recuerdos de haber tenido discrepancias con él, pero también diálogo”, y valoró un rasgo diferente: “Bergoglio fue pastor, en su recorrida con el mundo, esas misas masivas, y sus viajes a lugares recónditos, donde casi no había feligresía católica, y el inmenso desgaste que a veces no reconocemos. Esa idea de ser pastor más que teólogo fue un cambio, y fue un esfuerzo significativo. Tengo una enorme admiración por Ratzinger y su intelecto, pero a lo mejor esa actitud más cercana era un cambio necesario”. Y agregó: “Una persona de una trayectoria impresionante. Llegar al papado fue una proeza; haríamos mal en subestimarlo”.
También se refirió a la serie de homenajes al papa y a las expresiones de los argentinos: “Se vive con mucho respeto. Con motivo de su fallecimiento, ha habido una revalorización de sus aciertos y sus contribuciones, y se deja atrás lo que llevó a discrepar, a cultivar una actitud solemne. Por una semana no nos peleamos…”.