Soy hija de La Mañana antes que su editora. No es algo que haya elegido yo. Esta paternidad la supo transmitir mi padre, Hugo, a muchos de los que hoy somos parte de este semanario. Siendo él la tercera generación de fundadores, escritores y lectores de la Sociedad Editora Uruguaya (Seusa) que contenía los diarios La Mañana y El Diario, creció inmerso entre libros, visitas de literatos, artistas, políticos, diplomáticos, en análisis de la realidad social y espiritual, nacional e internacional, al compás de la impresión diaria que salía por las rotativas de los periódicos familiares.
Esa costumbre lectora nunca la abandonó y de algún modo guio mis pasos hacia el periodismo, una profesión que, sin haber sido mi primera elección, me cautivó cuando nos convocó para darle forma a este proyecto surgido en 2018 y que salió a la luz al año siguiente.
Han pasado más de dos años desde que papá no está, pero siempre he sentido que una parte fundamental de mi trabajo, ya sea como aprendiz, periodista, representando al medio o editora, ha estado basada en mi experiencia previa como heredera de un legado que hizo que La Mañana tomara diversos modos de expresión en la memoria familiar y en los nuevos “vehículos” que servían de continuidad. En la trayectoria de Hugo Manini como productor rural, como gremialista o como divulgador cultural su forma de comunicar, de tender puentes, de crear espacios estaba marcado por la impronta comunicacional de La Mañana.
El sendero, más que la pisada, es lo que importa. La marca fluida que con el tiempo deja en nosotros un medio periodístico que transmite confianza, credibilidad y aprecio. Eso es lo que los lectores nos exigen –y que me hacen saber en cada edición– a veces con amabilidad, a veces con crudeza, pero siempre reconociendo la huella que ha dejado en cada uno La Mañana. Los nuevos lectores, aquellos que se atreven a vencer prejuicios, valoran en este medio el compromiso con la independencia y la pluralidad, donde no hay espacio para la difamación, la intriga o posturas radicales ávidas de un consumo irracional. Valores que este periódico ha defendido desde el primer día, cuando en 1917 Pedro Manini Ríos, mi bisabuelo, dio vida a estas páginas. Hoy, al igual que entonces, este medio aspira a fortalecer nuestra democracia, a ser portador de una mirada integral y abarcadora de la realidad.
He tenido el honor recientemente de representar a La Mañana en la gira por China, Filipinas e Indonesia organizada por la empresa de defensivos agrícolas Tafirel. Con la incertidumbre propia de lo desconocido, nos lanzamos al viaje con el propósito de transmitir una experiencia fidedigna, basada en la observación, la escucha y una apertura hacia los otros.
A través de La Mañana Rurales acompañamos esta misión comercial, como antaño fue con las Páginas Verdes que dirigía mi abuelo. Allí donde confluyen esos mundos que formaron parte de mi experiencia desde niña en el medio rural, viviendo entre las “taipas” que me parecían montañas enormes para pasar entre el agua, las botas de goma y el arroz de cuadro a cuadro y las montañas de libros de mi padre que se abrían por la noche, cuando nos contaba historias a la luz de las velas sobre literatura, cultura e historia y reflexiones originales de un padre comunicador a tiempo completo.
De los casi 40 empresarios participantes del sector agropecuario de Uruguay y Paraguay, puedo dar fe del valor humano constitutivo del hombre de campo, del agricultor, del que trabaja en el sector primario. Los valores de estar al servicio de la patria en su quehacer, estando sometido a las leyes de la Naturaleza, apostando cada año con un derrame enorme para sus comunidades fue una de las grandes esperanzas que me llevo de este viaje, de nuestra gente, su responsabilidad y convicción de trabajar por el bien común.
Cerca del final de la misión, me tocó conducir el Foro de Agri Business en Bali con autoridades de gobierno, diplomáticos, miembros de la Cámara de comercio y empresarios, y como un viaje en el tiempo recordé cuando el presidente Sukarno visitó Uruguay en mayo de 1961 y se acercó hasta el viejo edificio de la redacción de La Mañana. Se volvieron a hacer presentes los relatos de esas conversaciones con mi abuelo y los ecos de que las ideas de Sukarno y su tercera vía fueron haciendo huella también por estas latitudes.
Constatar que estaba ahí porque el intercambio entre Indonesia y Uruguay ya había tenido espacio en el seno de mi familia es tomar dimensión de una historia familiar que me precedió y que como dice el proverbio chino hay que dejar “el ‘pequeño yo’ para apoyar al ‘gran yo’”, que refiere a la idea de que “el pequeño yo” o mis aspiraciones o deseos individuales se engrandecen en ese “gran yo” que simboliza el colectivo, ya sea una familia, una empresa, una comunidad o incluso una nación.
Este concepto que lo vi escrito en una de las fábricas de fitosanitarios que visitamos en la ciudad de Nantong, es fundamental en muchas culturas asiáticas, donde la armonía social y la interdependencia son valores importantes. Se considera que el sacrificio personal en favor del grupo no solo beneficia al colectivo, sino que también contribuye al desarrollo personal del individuo al fomentar cualidades como la responsabilidad, la disciplina y la empatía.
Hoy llegamos a las 300 ediciones de esta etapa como semanario y 108 años de la primera edición como diario, con orgullo puedo decir que el “gran yo” de La Mañana nos sigue animando…