La semana pasada se presentó el libro “¿Subir o caer de la escalera? Movilidad social en Latinoamérica”, editado por Archbridge Institute y LID Editorial, donde seis expertos de distintos centros de investigación de la región aportan su visión acerca de las causas económicas y sociales que explican este fenómeno. La Mañana conversó al respecto con Leonardo Altmann, uno de los autores.
Leonardo Altmann es arquitecto, investigador y director del Observatorio Montevideo al Futuro del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED). Junto al director ejecutivo de la institución, Agustín Iturralde, participó en la elaboración del tercer capítulo del libro, dedicado a la realidad de Montevideo y los efectos de la movilidad social en aspectos particulares de ciertos territorios.
La movilidad social es la posibilidad que tiene cada sociedad de lograr que gente que está en una situación vulnerable o de carencia de bienestar mejore, y que aquellos que están en una situación intermedia progresen aún más.
En el caso del capítulo sobre Uruguay, desde el CED retomaron algunas de las cuestiones que habían trabajado en estudios que venían haciendo desde 2018 vinculados a la fractura social de Montevideo, según dijo Altmann. La pregunta clave que buscaban responder era si la sociedad estaba más integrada luego del crecimiento económico que alcanzó el país tras la salida de la crisis del 2002.
Lo que los investigadores observaron fue la persistencia de algunas brechas socioculturales en Montevideo y la consolidación de la desigualdad a nivel territorial. “Tenemos un país más rico por ingresos, pero eso no significa que tengamos una sociedad más integrada”, subrayó el especialista. En ese sentido, explicó que hubo una mejora diferenciada entre los distintos estamentos socioeconómicos que terminó profundizando algunas brechas. Es decir, quienes partían de una situación más desfavorable en lo sociocultural lograron mejoras importantes, pero la brecha se terminó ensanchando porque los progresos que obtuvieron los que ya estaban en una situación más favorable, fueron mayores.
Un ejemplo de esto se dio al analizar en los hogares los años de educación de las personas en edad de trabajar. De esa forma, se concluyó que después de la crisis del 2002, en la periferia de Montevideo el promedio de escolarización era de siete años, mientras que en las zonas costeras estaba en 12. Unos 10 años más tarde, en la periferia aumentó a ocho, al tiempo que en los barrios de la costa se consolidó en 14.
Esa brecha también quedó demostrada en los tipos de empleo que tenían los jefes de hogar y en la condición de cotizantes en la seguridad social, agregó Altmann.
En definitiva, se pudo observar que “los procesos de segmentación socioterritorial se mantuvieron o profundizaron durante un ciclo bastante largo de crecimiento económico”, sostuvo. Esa constatación llevó a los investigadores a indagar si el territorio constituía una barrera para la movilidad social, tras lo cual llegaron a la conclusión de que en un territorio que tiende a polarizarse desde el punto de vista sociocultural, “las posibilidades de mejoras de los estamentos sociales son cada vez más dificultosas”. Significa que la fractura social impacta en la movilidad social porque disminuye la factibilidad de determinados sectores de poder salir de una situación de falta de bienestar o de pobreza.
Desplazamientos territoriales
El libro plantea que donde no hay movilidad social, termina habiendo movilidad física, lo que puede verse en diversos desplazamientos que se han dado en América Latina en los últimos años.
El caso más notorio es el de Venezuela, pero en otros países de la región también han ocurrido en forma significativa por falta de oportunidades, de libertades, de posibilidades de progreso y de mejora de las condiciones de vida de la población.
En Uruguay sucedió a partir la década del 70, cuando tuvo lugar la “expulsión” hacia las periferias metropolitanas en distintas clases sociales, generando una “expectativa de mejora de las condiciones de vida”, indicó el autor.
Este fenómeno se dio en dos extremos: por un lado, con la formación de asentamientos, con desestructuración social y, por otro, con el aumento de los barrios privados. A escala nacional, se observó la persistencia de los movimientos hacia Maldonado y, sobre todo, Punta del Este.
Amortiguar las desigualdades
La publicación también deja en claro que insistir en luchar contra la desigualdad para lograr movilidad social ascendente implica no entender la raíz del problema, pues siempre habrá desigualdad.
Sobre esto, el entrevistado comentó que las sociedades y los modelos económicos tienen ganadores y perdedores, ante lo cual “la sociedad colectivamente lucha e institucionalmente se dan los mecanismos de políticas públicas para amortiguar esas desigualdades y permitir que se den procesos de mayor bienestar”, de modo que quienes están en una situación menos favorecida tengan mayores oportunidades.
Asimismo, enfatizó que la movilidad social no debe analizarse solamente en términos de ingresos, sino también considerando otros aspectos que refieren a las posibilidades, como el acceso al trabajo y los procesos de educación. En la evaluación de Uruguay, al incorporar al territorio como un factor, se pudo evidenciar que una sociedad segregada socioterritorialmente tiene menos factibilidad de movilidad social.
Los efectos de la pandemia
El fenómeno de la movilidad social durante la pandemia no fue estudiado en esta investigación. Sin embargo, Altmann recordó que al inicio de la emergencia sanitaria el CED realizó un informe donde estimaba que había alrededor de 100.000 uruguayos que estaban en riesgo de pasar a ser pobres por ingresos en la medida que cayera la economía, dado que tenían los puestos de trabajo más vulnerables –eran poco calificados o no aportaban a la seguridad social o eran cuentapropistas sin local–.
El experto consideró que el deterioro de las condiciones de bienestar de un sector de la población con características estructurales muy frágiles en cuanto a su formación y acceso al mercado laboral que ocurrió en este año y medio, hace que la recuperación sea más lenta. Al respecto, advirtió que “preocupa que se hayan agudizado algunos de estos procesos de polarización por decaimiento de los ingresos de determinados sectores de la sociedad”.
Un impacto de la pandemia, de acuerdo con el investigador, fue la vinculación con el sistema educativo. “Si bien Uruguay a través del Plan Ceibal tiene una excelente cobertura de acceso a computadoras y el país tiene una infraestructura de datos muy buena para soportar la virtualidad, hubo una afectación por casi dos años consecutivos de las dinámicas de aprendizaje en los distintos sectores en primaria y sobre todo en secundaria, que es el punto más complejo del sistema porque tiene un egreso muy acotado”, señaló.
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