Actualmente es el director de Comunicación Estratégica y Política de Ceres, un importante think-tank que elabora estudios sobre políticas públicas. Se inició muy joven en el periodismo, incursionó con suceso en la escritura y la pintura, y fue uno de los primeros que vio en Lacalle Pou un líder llamado a ser presidente. En entrevista con La Mañana, Daniel Supervielle repasó su trayectoria y opinó sobre algunos temas de actualidad.
Es descendiente de Jules Supervielle, escritor y poeta franco-uruguayo, más renombrado en Francia que en Uruguay.
A fines del siglo XIX Luis Bernardo Supervielle se escapa muy joven de Francia rumbo a Río de Janeiro, no puede desembarcar allá por una cuarentena en el barco y termina en Montevideo. De oficio relojero, al no haber otros relojeros en la ciudad hace una pequeña fortuna. Luego se trae a su hermano, el padre del poeta Jules Supervielle, montando negocios y volviéndose parte importante de la comunidad francesa montevideana.
Los padres de Jules murieron al tomar agua contaminada y por eso él fue criado como un hijo más de Luis Bernardo y su esposa, pero no le cuentan la verdad. Jules se entera a los 14 años que sus padres eran sus tíos. Ahí empieza, dicen en la familia, una suerte de crisis creativa de Jules Supervielle que va a buscar sus raíces a Francia de vuelta. Es una historia terrible. Pero después la familia lo banca toda la vida y Jules puede desarrollar su poética, su dramaturgia.
Es uno de los intelectuales de su época más importantes del Uruguay y de Francia. Tal es así que en Francia lo llaman el “príncipe de poetas” y se enseña en las escuelas como acá a Quiroga o a Felisberto. La familia siempre estuvo muy vinculada con la cultura y con la política indirectamente.
¿Cómo llegó su familia a Río Negro, el lugar de crianza?
Cuando muere mi abuelo, mi padre hereda un campo en Río Negro cerca de Young, con muy buena producción. Le sale el trabajo de administrador de varias estancias, entre ellas la de Isla del Vizcaíno, célebre por Hernandarias, y allí me pasé yendo todos los veranos durante años.
Con esa experiencia de la vida rural y de contacto con la naturaleza, ¿cómo surge la veta por el periodismo?
En el campo había una biblioteca gigante que era heredada y teníamos lo que se te ocurra, Lautreamont, todos los National Geographic, Times, Newsweek. Era una biblioteca interminable. A la hora de la siesta lo que había para hacer era leer. Me acuerdo de leer a Adam Smith sin saber lo que era. Toda mi infancia y adolescencia fue escuchando discos de pasta o en esa biblioteca gigante. Así fui armando eclécticamente una cabeza de comprensión del mundo, principalmente a través de la literatura y de cuentos de aventuras.
Comenzaste muy joven en el periodismo, precisamente en el diario La Mañana en la sección Rurales. ¿Qué marcó esa experiencia?
Yo siempre quise ser escritor, desde chico tuve ese sueño. Iba al British y habían echado a un profesor escocés. A mi juicio había estado mal echado y escribí una carta incendiaria defendiéndolo en la revista del colegio. Había un director de La Mañana en ese entonces, llamado Eduardo Heguy, que la lee y llama a mi padre para decirle lo bien que escribía su hijo y si no me gustaría ser periodista.
Yo admiraba a Hemingway, era mi modelo de lo que quería ser en la vida y había empezado como periodista. Él decía “el periodismo es bueno para el joven escritor, si éste lo sabe dejar a tiempo”. A los 17 años me mandan con un fotógrafo a cubrir la Rural del Prado. Estuve dos años, ahí trabajaba con Marguery, Montañez, Cedrés y Stewart. Me acuerdo que estaba también Franklin Morales con el que hablábamos de fútbol.
En un artículo que publicó en Voces escribió que las redacciones eran “uno de los recintos más sagrados de intercambio de conocimiento horizontal” y también que “el universo entraba por la puerta y salía mejorado de la imprenta”. ¿Puede desarrollar estos conceptos?
Imaginate entrar a los 17 años a una redacción como la de La Mañana que era un diario poderoso y yo venía de la burbuja de colegio, de la Liga Universitaria, de la cancha de Wanderers, pero te agarraba Franklin Morales y te daba una lección de historia, así como otros periodistas importantes como Alexandra Morgan. Empezabas a ver las corrientes de pensamiento, se me abrió el mundo. Quedarse a charlar en el cierre tomándose un whisky, que después lo volví a vivir en Búsqueda, en El Observador, en radio El Espectador.
Esa combinación de que cada uno trae su bagaje personal, cultural, histórico, político, religioso, dudas del mundo y te ponés a charlar y explota la visión, las discusiones. Para mí eso fue lo máximo que me pasó en la vida profesional. Luego los almuerzos con Paolillo, Arbilla, Arregui, Maiztegui, Estefanell, pero donde se sentaban también los cadetes y fluían las anécdotas. Gente de derecha, de izquierda, religiosos, ateos, de distintos cuadros. Esa riqueza me formó para el resto de mi vida.
Es profesor de una materia llamada Noticias, Medios y Opinión Pública. ¿Qué características debe tener un periodista actualmente?
Ahora que se está hablando del futuro del trabajo, creo que el periodismo es uno de esos trabajos insustituibles por una máquina. Siempre va a ser la visión propia del análisis de los hechos, con su subjetividad y su objetividad, contarle a la gente o ayudarle a interpretar lo que está pasando para que sea más libre y pueda tomar mejores decisiones. En ese cruce de miradas está la riqueza, a mi juicio, de la libertad y de la democracia, porque no todos miramos igual las mismas cosas.
Esa materia que doy en el Máster me lleva a pensar que es fundamental formar periodistas con capacidad crítica, que sepan pararse en el medio de la cancha, más allá de que tenga su corazón, e informar lo más próximo a la objetividad posible. Tratar de darles códigos para que puedan desentrañar lo que está pasando, las raíces históricas, por qué pasa lo que pasa. Me parece importantísima la formación de buenos periodistas.
Alguna vez escribió que las redes sociales pueden ser “cloacas sociales” y se preguntó si tiene sentido estar en ellas. ¿Qué responde a su propia pregunta ahora?
Es una pregunta con la que me levanto todos los días. Creo que la variable redes sociales es una variable que los periodistas tenemos que por lo menos leer, no digo que participar activamente, porque se confunde el papel del periodista con el papel del opinador. No tiene que ser jamás nunca la única fuente de información de un periodista. Está demostrado que en las redes sociales hablan y se expresan los extremos y que las mayorías silenciosas observan, y eso me tranquiliza un poco. Los extremos polarizan, se comparten los tuíts cuando son incendiarios, duros, y lleva a la falsa creencia que esa polarización es lo que piensa la mayoría de la sociedad. No hay para un buen periodista como la conversación personal, on the record, off the record o ir a los lugares a palpar las situaciones.
En Estados Unidos estuve en 2016 donde me tocó toda la campaña de Trump y Hillary y la interna republicana. Yo estaba en un ambiente universitario donde Trump no era ni siquiera considerado, se reían de él. Y un día yo me abstraje de ese mundo que me tenía medio agobiado y me fui a las afueras del pueblo a una taberna, la que juegan dardos, veteranos de Vietnam, la rocola con folk-rock, y ahí me di cuenta que había muchos votantes de Trump.
Uruguay siempre se ha caracterizado por tener sus cafés y bares de tertulias. Eso se ha ido perdiendo. Usted participa en una tertulia radial de muchos años, la de Cotelo en el programa En Perspectiva. ¿Qué rol juegan estos espacios?
Participo hace como diez años y tiene un rol importante que es demostrar que se puede conversar pensando diferente y viniendo de palos diferentes, queriendo rumbos distintos, pero todos queriendo al Uruguay. Cuando se deja de lado la retórica del enfrentamiento por el enfrentamiento mismo y vas a la persona, te da un grado de comprensión que buscamos la cohesión y felicidad de los uruguayos. Es algo muy sano que también se da en cierta medida en el Parlamento.
Reconozco que la conversación esa de nuestros abuelos y padres en los cafés se ha ido sustituyendo por una conversación en redes sociales. No creo que la generación pasada sea mejor que esta, es diferente. Al revés creo que tenemos que aprender mucho de las nuevas generaciones, lo veo con mis hijos y sus amigos. Cuando encontrás el ámbito donde podés departir y dialogar ves que han leído muchísimo y con un acceso a la información mucho más grande.
Incursionó en la comunicación política, ¿cómo evitar caer en los discursos de barricada?
Vuelvo a esa imagen que me encanta de las mayorías silenciosas, que observan. Cuando un político me está vendiendo un tranvía me doy cuenta a la segunda palabra. Trabajé con muchos políticos y al final la población no es boba. Cuando el Frente Amplio publica un spot queriendo asemejar lo del 73 con la firma de la LUC… la gente no es tarada, al revés, es mucho peor que el acierto de haber tirado un globo sonda a ver si pegaba. Se nos quiere hacer creer que la población es analfabeta, pero creo que la gente no es tonta, todo lo contrario, y sabe leer entre líneas mucho más de lo que muchos políticos suponen. No creo que un discurso inventado termine ganando, pasó con Sartori. Creo en los discursos que tienen de donde agarrarse.
¿Qué implicó el desafío de trabajar en la candidatura presidencial de un joven diputado como era Lacalle Pou, con un apellido de peso y compitiendo contra un líder y expresidente de la izquierda?
Una de las características que tiene Lacalle Pou es la autenticidad. Él no quiso ser lo que no era. Él venía de una familia, estaba orgulloso de ella, pertenecía a un partido, era surfista, vivía en el barrio donde vivía, recorría el país como nadie… Se armó una comunicación en base a esos atributos. Él estaba convencido que podía ganar y que estaba llamado a liderar a una generación nueva en la política uruguaya. Era una convicción que la transmitía y estaba dispuesto a trabajarla. Y tenía al comienzo el 3% de intención de voto en 2012. Luis tuvo una comunicación muy auténtica, sumado a una estrategia política muy clara de tender puentes y convertirse de a poco en el líder del partido y lo logró.
Cuando asume como presidente de la República, a los pocos días ve trastocados todos sus planes y el escenario con la pandemia. ¿Qué piensa que pasó por su cabeza? ¿Es una persona que se fortalece ante estas situaciones?
No tengo dudas que la pandemia fortaleció sus convicciones. Si en el algún momento él estuvo confuso, como ese día que se va al monte en San Juan cuando Vázquez pedía la cuarentena obligatoria, y sale diciendo que no va a cuarentenar y Azucena dice que los motores de la economía no se van a detener, ahí vio el faro de su rumbo que es la libertad. Esto lo he hablado muchísimo con él, incluso quedó escrito en el libro La Positiva y en su discurso presidencial. Ese faro lo guio y tenía el temple para resistir y los uruguayos lo acompañamos.
¿El concepto de libertad responsable llegó para quedarse?
La llegada de Lacalle Pou a la presidencia representa un cambio político. Después hay un cambio más profundo en la sociedad que es el cambio cultural, de prioridades. Y en esa evolución del Uruguay ha habido cambios, que Juan Martín Posadas llama los “cambios telúricos imperceptibles”. En 2004 era obvio que tenía que ganar el Frente Amplio, se había movido algo en el imaginario colectivo que el Partido Nacional y el Partido Colorado ya no estaban conectando.
Gracias al liderazgo de Luis y a tejer esa alianza de la coalición multicolor hay un cambio político. Con la pandemia creo que Uruguay estaba pronto para percibir el inicio de un cambio cultural. Se demostró que el Estado estaba preparado para recibir el embate de una pandemia que es como un tsunami, como un terremoto, pero también que el Estado tiene que estar alineado con la libertad individual. Creo que los uruguayos avanzamos varios casilleros en asumir esto, de ser responsables cuando queremos ser libres.
¿Qué reflexión le merecen las críticas a las cadenas de noticias internacionales por el sesgo con el que abordan la realidad uruguaya?
Tiene que ver con la globalización. Hoy por hoy las distancias se han acortado muchísimo, leemos The Guardian o El País de Madrid en el acto que se publica una nota. La inmediatez hace que esa subjetividad periodística se filtre en el lamentable episodio de la Deutsche Welle con CAinfo que no resiste el más mínimo análisis de objetividad periodística. Fue algo periodísticamente mal hecho. Decir que no hay libertad de expresión es una mentira gravísima y grande. Se filtra esa visión tan facilista de buenos y malos y la realidad siempre es mucho más compleja. Eso es una cosa, otra cosa es que yo nunca hubiese llamado “traidor a la patria” a Darío Klein por hacer un informe de CTI en el peor momento de la pandemia. Me parece un disparate. Tenemos que acostumbrarnos los uruguayos que no vivimos en una aldea encerrada y que tenemos los puentes abiertos con el mundo que entra por ellos y la prensa internacional juega como antes jugaba la local. Es parte de la regla de juego, no me preocupa en demasía.
La comunicación estratégica de Ceres ha cambiado en los últimos tiempos. Hoy su lema es “la realidad en el centro”. ¿A qué se apunta?
Hace un año Ignacio Munyo me llama para reposicionar Ceres y diseñamos una estrategia de transparencia, de puentes abiertos con toda la sociedad. Nosotros nos dedicamos a estudiar la realidad social y económica, y evidentemente se tiene que hablar con todos. Mostramos todo lo que hacemos y cada vez que nos visita alguien lo publicamos, desde Fenapes hasta las Fuerzas Armadas, Sanguinetti, Argimón, Andrade, Manini. Con todos obtenemos información y la ponemos a disposición de la opinión pública, a través de nuestros informes ‘Ceres analiza’ o los análisis de coyuntura. Hemos logrado reabrir los vínculos con sindicatos, políticos, empresarios y actores sociales.
¿Cuál es el ámbito donde hoy se discuten efectivamente las políticas públicas?
Veamos algunos casos. La educación se discutió en Uruguay XXI. ¿Qué pasó? Es una gran incógnita. No sabemos todavía hacia dónde va el cambio. Respecto a la reforma de la seguridad social hay representantes de los partidos en una comisión que lo están discutiendo. La ley forestal se discute en el Parlamento. Está muy disperso. No hay un solo ámbito donde se discute un solo tema.
Nosotros hace unos días pusimos arriba de la mesa un informe sobre la enorme potencialidad de la industria audiovisual en Uruguay que filmó todo el 2020 gracias a la libertad responsable, dio empleo a 10 mil personas, muchos artistas que estaban sin trabajo. Tiene un potencial de crecer cinco veces más de lo que lo hace. La opinión pública no sabe que está Amazon, HBO, Apple, Disney y cine independiente filmando en Uruguay, moviendo capacidades ociosas, hotel, etc. Acá fue un think-tank el que lo puso el tema. También está la Universidad de la República a través de las distintas facultades. Y la prensa.
Un Bohemio en serio
Una de sus grandes pasiones es el futbol. Hincha del Montevideo Wanderers desde la cuna, Daniel es dirigente de la institución del Prado y habitué de la Liga Universitaria. Incursionó en el comentario deportivo para una cadena internacional, relatando en inglés las diferentes ligas sudamericanas. “Empecé a tener grupos de fans en Malta, en Mongolia, en Rusia. Me divertí mucho”, recordó.
Actualmente dedica muchas horas de su tiempo a la pintura. “Me mandaron de chico obligado al Taller Montevideo, fui como cinco años. Y a los 40 años agarré un pincel y no paré. Ahora tengo 50 y he vendido cuadros a China, Inglaterra, Centroamérica. Me plantaron una semilla que germinó muchos años después”, valoró. Inspirado por Pedro Figari, Petrona Viera e Ignacio Iturria, Daniel dice que se “expresa con la pintura” y en sus cuadros se retratan variadas hinchadas y multitudes eufóricas, donde se mezcla “la energía, el color en movimiento y la pasión humana”. No faltan los bares y las tabernas, los lugares de encuentro de lo popular y de las masas silenciosas, allí donde Hemingway departía con los parroquianos del lugar.
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