Hace pocos días se produjo un incidente en la escuela 123 de Jardines del Hipódromo. Una madre acompañada por varios adolescentes irrumpió en la escuela y comenzó a pegarle a todo lo que se le cruzara. Fue a raíz de una pelea que su hija protagonizara con una compañera horas antes.
Se trata de un episodio lamentable, que muestra la degradación que sufre nuestra sociedad año tras año. No es la primera vez, ni será la última, en que los padres, generalmente la madre, intervienen en la escuela de su hijo en reacción a lo que consideran un trato injusto. Y lo hacen pretendiendo lograr justicia por mano propia, sea contra los compañeros que han agredido o se han burlado de su hijo, contra la maestra que lo ha reprendido o puesto baja nota… ¡lo que sea!
Se trata de una situación violenta que impacta en los niños que la sufren y provoca reacciones variadas como el contagio de la violencia, o el retraimiento, o el no deseo de volver a clase, etc.
Pero aún falta lo más importante: ¡la reacción del gremio de los maestros! En efecto, en forma casi automática, ante estos sucesos se decreta el paro de actividades. En este caso, dada la gravedad del incidente, el paro fue de 72 horas, más una jornada adicional para la escuela 123 para meditar más en profundidad. Sí, ¡4 días sin clases! Dicen que es para darle visibilidad a esta situación…
Uruguay es el país que en la región tiene menos días de clase programados para el año lectivo. En un año normal, sin paros, nuestros niños reciben menos horas de clase que los argentinos, brasileños, chilenos o paraguayos.
Por un incidente como el que narramos, que lamentablemente se reitera en el año, se deja a los alumnos de todas nuestras escuelas sin clase. Es decir que cada vez nos alejamos más de las cargas horarias que se dictan en los países vecinos. Preferimos no comparar con lo que ocurre en otras latitudes, ya a años luz por delante nuestro.
La carrera de maestro es muy singular, no es una actividad más, tiene un gran componente vocacional. Es una de las profesiones más nobles y a su vez más trascendentes que puede emprender un ser humano. Moldea no solo el intelecto, sino también el alma de nuestros niños. En una sociedad en la que cada vez más los padres renuncian a su rol principal de educador, el maestro se yergue como el referente insustituible en que el niño se mira para proyectarse al futuro. ¿Son conscientes nuestros maestros de la importancia que tienen en nuestra sociedad?
Cuando se paralizan las actividades y se deja a miles de niños sin clase, ¿realmente se mide el efecto negativo que provoca en todos y cada uno de ellos? ¿Cómo se reemplazan las horas perdidas? ¿Cuándo se tratará el tema que no se dio en clase? ¿Se tratará? ¿Eso le importa al docente? Parece que piensan que solo a través del paro se puede visibilizar la violencia instalada en nuestra sociedad. ¿No será, en cambio, que al no concurrir a la escuela los niños quedan retenidos en su entorno violento acumulando carga que pronto descargarán sobre sus semejantes? Un docente vocacional no debería tener dudas. Privar a los niños de la escuela es la peor solución. Insistimos con la misma pregunta: ¿realmente les importan los niños? Da la impresión de que se sienten el ombligo del mundo, militantes de una revolución en la que siguen creyendo a pesar de haberse pegado tantas veces contra la pared. No pueden ignorar que la educación en Uruguay, otrora modelo en el continente, hoy es de las peores, si no la peor.
Hemos dicho una y otra vez que muchos de los males que aquejan a nuestra sociedad se originan en la pérdida de respeto a la autoridad que se instaló en nuestra sociedad en las últimas décadas. Esa pérdida de respeto se profundizó por el accionar de muchos maestros y profesores que, antes que como educadores, actuaron como militantes políticos. Durante décadas inocularon en sus educandos la semilla de la disconformidad y el desafío a todo orden establecido. Y la figura del maestro o del profesor es parte de esa estructura social que pretenden derribar.
Hoy protestan y paran por los efectos de lo que ellos mismos propiciaron durante décadas a través de la enseñanza, la cultura y los medios de comunicación. Son tan responsables como esa desquiciada señora que irrumpió con violencia en la escuela 123. Son los peones de esa revolución que terminó con el respeto a las jerarquías, la de los maestros incluida.
Mientras tanto, los cada vez menos niños que nacen en nuestro país se deslizan por el tobogán de la enseñanza que no les da las herramientas para salir adelante en la vida. Lo más grave es que para la gran mayoría de esos niños una buena educación es su única chance.
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