El último episodio de violencia en una escuela protagonizado por una madre, algunos adolescentes y maestras ha generado reacciones de rechazo que acompañamos, porque el hecho nos genera no ya solo sorpresa, sino también preocupación por las causas de una situación que no deseamos que se repita.
Decimos que nos sorprende el hecho, aunque no es la primera vez que una madre tiene actitudes violentas frente a maestras, sino que esto ha sucedido en otras oportunidades, no obstante lo cual, se repite siempre la única reacción, que es la del paro de maestros, lo que nada soluciona sino crea otros problemas, en nuestra cada vez más decaída educación pública, caracterizada por las continuas interrupciones de los días lectivos y consiguiente pérdida de oportunidades de aprender de los alumnos.
Destaquemos que las protagonistas de estos episodios de violencia han sido madres y maestras, por lo que se explica que los grupos feministas radicales se hayan llamado a silencio, puesto que solamente reaccionan contra la violencia masculina, cuando este lamentable suceso es la prueba palmaria de que la violencia no tiene sexo, sino que es una reacción indeseable de cualquier ser humano, sea este hombre o mujer. Como es evidente, la dura realidad de los hechos echa por tierra presupuestos ideológicos elaborados sobre bases falsas por estar reñidas con la realidad que se impone a nuestros caprichos carentes de sustento fáctico.
No obstante, es aún más importante ver cuáles son las causas profundas de estos brotes de violencia, lo que puede evitar que en el futuro se reiteren, traumatizando a la sociedad nacional. En tal sentido, es de recordar que el art. 41 de la Constitución consagra que la educación de los hijos es un derecho-deber de los padres para que aquellos alcancen su plena capacidad corporal, intelectual y social. No obstante la prescripción constitucional, los padres no tienen en los hechos, como tales, ninguna intervención en la enseñanza pública que les permita cumplir cabalmente con la norma constitucional que comentamos. Es claro que nuestra enseñanza no les asigna papel alguno a los padres en la educación de sus hijos, no pueden elegir sus maestros o profesores, no pueden elegir un plan de estudios acorde a lo que entiendan más conveniente para sus hijos, a veces ni siquiera pueden elegir ni la ubicación del centro de enseñanza o el horario en que desean que su hijo asista a la escuela, etc. En los hechos, el aludido deber-derecho ha sido inconstitucionalmente usurpado por el Estado, que no reconoce en la realidad derecho alguno a los padres a participar del proceso educativo en la enseñanza pública, a los que solo se obliga a escolarizar a sus hijos. No digamos que los padres tengan el deseo de que sus hijos reciban alguna educación filosófica, moral o religiosa particular, sino que los padres tampoco pueden incidir en la enseñanza de idiomas, arte, deportes, etc., salvo que tengan medios económicos que se lo permitan. No nos referimos a temas donde las polémicas son habituales y no siempre los enfoques son lo neutrales que deberían ser, sino a la imposibilidad de los padres de opinar sobre la educación de sus hijos e informarse de primera mano sobre todo lo atinente al desempeño de ellos y su relacionamiento con docentes y compañeros.
Se ha hecho habitual que los colectivos profesionales de la enseñanza reclamen su participación en el gobierno de esta, en la elaboración de los planes de estudio y en general de todo lo relativo a la enseñanza pública. La política discute sobre la legitimidad de estos planteos, pero hay un profundo silencio sobre la participación de los padres consagrada en la Constitución, cuando son estos últimos los que tienen la mayor legitimidad, como grupo de interés, de participar en el proceso educativo que involucra a sus hijos.
En lo personal, nosotros hubiéramos impulsado una importante televisión educativa que permitiera aprovechar con intensidad a los mejores docentes por intermedio de un medio audiovisual que facilita una aproximación masiva a los educandos, a través de una vía con la que están intensamente familiarizados. Ello permitiría además que los padres compartieran con sus hijos la divulgación de conocimientos, facilitando incluso la posibilidad de conversarlo en el ámbito familiar, donde también se potenciaría la comunicación intrafamiliar, hoy tan devaluada.
Es de señalar que hoy existen medios técnicos que permitirían a los padres conocer directamente la forma en que se le enseña a su hijo en los establecimientos competentes y la forma en que estos se relacionan con sus compañeros y docentes, con la simple consulta de un celular conectado a una cámara ubicada en el establecimiento de enseñanza. De ponerse ello en práctica, seguramente sería innecesario interpelar a estos últimos sobre su desempeño profesional en su relación con el alumno que se trate, sobre la relación del alumno con los docentes y sus compañeros. No se estaría frente a relatos teñidos por la subjetividad, sino que habría información objetiva que despejaría los malentendidos y permitiría intercambios sobre una base fáctica objetiva. Sin duda, la solución que proponemos favorecerá una mejor y más efectiva comunicación entre los involucrados en la enseñanza y educación de nuestros niños. En definitiva, o innovamos y mejoramos la comunicación de padres, docentes y alumnos, o los hechos que repudiamos se reiterarán.




















































