Desde su elección como papa, León XIV viene insistiendo con el tema de la unidad, tanto en el mundo como en la Iglesia.
Hay quien cree que la división en la Iglesia es entre progresistas y conservadores. Otros, como el cardenal Müller –y quien suscribe– opinan que la división es entre ortodoxos –fieles al Magisterio de siempre– y herejes –que quieren cambiar la doctrina de la Iglesia–.
El papa ha dicho, con razón, que la unidad tiene su fundamento en Cristo y ha animado al mundo “a mirar a Cristo, a acercarse a Él, a acoger su palabra, a escuchar su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno”. Y es que la unidad de la Iglesia católica tiene su fundamento en Cristo y, por tanto, en la Verdad, en Roma y con el sucesor de Pedro.
Esto importa porque el pasado 12 de agosto se cumplieron 75 años de la publicación de la encíclica Humani generis, donde el papa Pío XII expuso algunos errores que afectaban a la unidad de la Iglesia de su tiempo, y algunas soluciones para enmendarlos dignas de ser imitadas hoy.
Algunos –decía el papa a los católicos de su tiempo– “amando la novedad más de lo debido y temiendo ser tenidos por ignorantes […] procuran sustraerse a la dirección del sagrado Magisterio, y así se hallan en peligro de apartarse poco a poco e insensiblemente de la verdad revelada y arrastrar también a los demás hacía el error”.
¿Cuáles eran esos errores? El evolucionismo, en cuanto pretendía extenderse al origen de todas las cosas; el existencialismo, que rechazaba los universales y por tanto la naturaleza humana común a todos los hombres; el historicismo, que al centrarse sólo en los hechos, cerraba el camino a la metafísica, destruyendo los fundamentos de la verdad y de toda ley absoluta; y el irenismo una suerte de “pacifismo ecumenista”, llevado adelante por quienes pretenden reconciliarse con los integrantes de otras religiones a cualquier precio.
“Movidos por un celo imprudente” –decía el papa–, se proponen “reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático”. En nombre de un ecumenismo irenista, algunos estaban dispuestos a “reformar completamente, la teología y su método”, a rebajar los dogmas, y a despojar a la Iglesia de su filosofía perenne con tal de “reconciliar posiciones contrarias aún en el campo dogmático”.
“Estos amigos de novedades” despreciaban el Magisterio de la Iglesia y lo presentaban como un “impedimento del progreso”, “un obstáculo a la ciencia” y un “freno injusto” a la renovación de la teología. El Magisterio –recordaba Pío XII– está ahí para “ilustrar […] y declarar lo que en el Depósito de la Fe no se contiene sino oscura y como implícitamente”.
Estas novedades –dice el papa– produjeron “frutos venenosos en casi todos los tratados de teología” al poner en duda cuestiones doctrinales clave, desde la posibilidad de conocer la existencia de Dios por la razón, hasta la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pasando por la existencia del pecado original.
Para combatir estos males, Pío XII propuso volver a las fuentes: a la filosofía perenne, “confirmada y comúnmente aceptada por la Iglesia”, que “defiende el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos —a saber: los de razón suficiente, causalidad y finalidad— y, finalmente sostiene que “se puede llegar a la verdad cierta e inmutable”.
El papa recomendó volver a brindar a los seminaristas una sólida formación tomista, ya que “su doctrina (…) está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso”. Y prohibió la difusión de los errores enumerados y evitar “traspasar los límites por Nos establecidos para la defensa de la fe y de la doctrina católica”.
No creía posible lograr el regreso de los disidentes “si la verdad íntegra que rige en la Iglesia no es enseñada a todos sinceramente, sin ninguna corrupción y sin disminución alguna”. En otras palabras, Pío XII en Humani generis, enseñaba a los fieles de su tiempo que la unidad para ser auténtica y duradera debe abrazar la verdad. No hay unidad posible en el error o en un ecumenismo mal entendido que iguale o rebaje todas las religiones a un mismo plano, como si todas llevaran a Dios.
Que el Señor guíe a León XIV para que pueda lograr la unidad en la verdad íntegra, enseñada “sin ninguna corrupción y sin disminución alguna”.