El 29 de abril de 1825, hace exactamente dos siglos, a orillas del arroyo Monzón, departamento de Soriano, tuvo lugar un hecho de suma relevancia en nuestra historia. Ese día se reunieron los dos orientales más influyentes del momento: Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera. El primero había desembarcado al frente de un puñado de hombres 10 días antes en la Agraciada, y Rivera era la máxima autoridad militar imperial en la campaña. Mucho se ha hablado de esa reunión, de cuáles fueron sus términos y de cómo llegó a ella don Frutos. Carlos Manini Ríos en su obra El diálogo de los Compadres intentó recrear un posible diálogo entre ambos en aquella mañana de fines de abril. Nunca sabremos exactamente lo que se dijeron, y el grado de cordialidad o tensión de la reunión, pero lo que sí sabemos es que de ese encuentro, de ese “Abrazo del Monzón” como lo llama la historia, surgió la unidad de los orientales que a partir de ese momento resultaron invencibles.
Desde ese mismo día esa unidad debió sortear la acción fragmentadora de muchos que buscaron socavar la figura de Rivera, generando dudas sobre sus reales intenciones, acusándolo de en el pasado haber servido al portugués, obviando que había permanecido junto al caudillo hasta después de la definitiva batalla de Tacuarembó. Se llegó incluso a tratar de apresarlo, lo que lo hizo internarse en la provincia de Santa Fe para regresar victorioso con la toma de las Misiones. La división entre orientales fue alentada desde el primer momento, incluso cuando de la unidad de todos dependían la vida o la muerte.
Vendrán más adelante otras divisiones y sangrientos enfrentamientos, en los que los orientales fueron agotando sus fuerzas, comprometiendo y dilapidando las energías y los recursos imprescindibles para el desarrollo del país. Vendrá la noche de Quinteros, y la aún más oscura de Paysandú, la degollina del Sauce y la luctuosa jornada de Tupambaé… Pero siempre, después de cada período sangriento, surgió la grandeza de los orientales para dar vuelta la página y unir fuerzas para pelear por un porvenir común a todos. Eran otros tiempos, y eran otros orientales…
Hoy es claro que ya no existe esa grandeza que marcó tantos momentos de nuestra historia a partir del Monzón: acuerdo de los generales en 1830, paz de octubre de 1851, pacto Oribe-Flores de noviembre de 1855, paz de abril de 1872, pacto de la Cruz de 1897, paz de Aceguá de 1904, y en tantas otras instancias en que la situación obligaba a anteponer los intereses nacionales a toda otra mezquina conveniencia partidaria, sectorial o personal.
A pesar de esas lecciones que vienen del fondo de nuestra historia, hoy se sigue agitando y potenciando aquello que nos divide, que nos enfrenta, que esteriliza nuestras potencialidades, en definitiva, que nos debilita como sociedad. Y siempre buscando llevar agua a un mezquino molino político alentado por quienes viven del conflicto y del odio. Seguimos hoy rehenes de los enfrentamientos del pasado, cometiendo incluso una de las mayores ruindades que se pueden cometer: hacer pagar a inocentes culpas de otros. ¿Qué más que una infame sed de venganza puede justificar tener, a sabiendas, a inocentes presos hasta morir?
El conocimiento de la historia es una preciosa herramienta para valorar el presente, pero sobre todo para vislumbrar el camino a recorrer en el futuro. El episodio que hoy recordamos tiene un profundo significado que debemos rescatar. Una vez dijimos en la Plaza de Mercedes, en ocasión de celebrarse el aniversario del Grito de Asencio, que nuestro país necesita nuevos gritos de Asencio, nuevas chispas, como aquella, que enciendan la pradera. De la misma forma decimos que el Uruguay de hoy pide a gritos un nuevo abrazo del Monzón. Es decir, la unidad que hizo libre a esta tierra, y con el mismo objetivo: asegurar la libertad para las generaciones futuras. ¿O alguien piensa que seremos realmente libres si seguimos enfrascados en procesos de venganza que solo ahondan la división y el odio entre uruguayos? No es difícil darse cuenta de que mantenernos en permanente conflicto solo es útil a quienes vienen por nuestros recursos naturales. Basta ver de dónde provienen los fondos que generosamente financian nuestra eterna fractura…
Es lamentable constatar que quienes más se rasgan las vestiduras denunciando las expoliaciones a las que nos somete el imperialismo, son sus peones más sumisos, los mejores de la clase a la hora de aplicar el libreto de quienes detentan el verdadero poder mundial.
Ojalá los uruguayos volvamos a ser orientales, aunque más no sea para anteponer los intereses nacionales a cualquier otra consideración, y veamos que el camino no pasa ni por Quinteros ni por Paysandú. El camino pasa por el arroyo Monzón…