El próximo lunes los uruguayos celebraremos el bicentenario de la Declaratoria de la Florida, considerada, no sin grandes debates, la fecha de nuestra Independencia.
El 25 de agosto de 1825 en la Piedra Alta los representantes orientales votaron tres leyes. La primera, de independencia del Imperio del Brasil, que en esos momentos ocupaba nuestro territorio. La segunda, de incorporación a las Provincias Unidas, nuestro ámbito geográfico natural, en el que habían crecido aquellos patriotas. Y la tercera, la ley de Pabellón que especificaba qué bandera ondearía en nuestro territorio hasta que las Provincias Unidas aceptaran la incorporación.
Inicialmente, el gobierno de las Provincias Unidas, en el que ejercía su influencia el inefable Bernardino Rivadavia, se negó a aceptar a la Provincia Oriental. Sabían que ello significaba la guerra con el Imperio del Brasil y aquellos próceres porteños no estaban dispuestos a arriesgar su posición de poder por la incorporación de una provincia que aún olía demasiado al artiguismo que ellos habían combatido. En aquellos días, el 6 de agosto, habían perdido sin pestañear al Alto Perú (Bolivia) con tal de no poner en riesgo su dominio sobre las provincias del interior…
Una ola de protestas del pueblo de Buenos Aires exigiendo la aceptación de la Provincia Oriental llevó incluso a agresiones a la Legación (Embajada) brasilera el 7 de setiembre, día en que se celebraba el tercer aniversario de la independencia del Imperio.
Fueron necesarias las jornadas de Rincón (24 de setiembre) y Sarandí (12 de octubre), en las que los orientales mostraron que eran capaces de enfrentar al Imperio de igual a igual en el campo de batalla, para que finalmente el gobierno de Buenos Aires aceptara la incorporación de la Provincia Oriental. Y eso, como se sabía, significó el inicio de la guerra de las Provincias Unidas (Oriental incluida) con el Imperio del Brasil. La guerra, que duró 3 años, tuvo como hitos más importantes la batalla de Ituzaingó (20 de febrero de 1827) y la toma de las Misiones (abril de 1828), y finalizó con la Convención preliminar de Paz de Río de Janeiro del 27 de agosto de 1828, en la que se estableció nuestra Independencia.
Hasta aquí los hechos conocidos por todos, que nunca viene mal refrescar, sobre todo al celebrarse su bicentenario.
Es claro que aquel 25 de agosto en Florida no se declaró la independencia tal como hoy la concebimos, si no que se inició un proceso que culminó en la independencia tres años después.
Desde entonces, dos siglos han pasado en el que el país transitó por diferentes etapas. Una primera etapa que se extendió hasta los albores del siglo XX, signada por sangrientos enfrentamientos y por la afirmación, sobre el final del período, de nuestro ser nacional. Una primera mitad del siglo pasado en el que el país fue vanguardia en reformas sociales y económicas que nos llevaron a destacar dentro de nuestro continente. Real o no, lo de la Suiza de América tuvo sus fundamentos…
En la segunda mitad del siglo XX, la semilla del conflicto interno, alentado por el enfrentamiento entre dos grandes potencias a nivel planetario, fue minando continuamente la convivencia entre los uruguayos hasta llevarnos a una fractura prácticamente insalvable que se continúa hasta nuestros días.
Al celebrarse el bicentenario de aquellos acontecimientos que signaron nuestra historia, los homenajes se multiplicarán por todo el país, discursos, desfiles, placas, banderas y coloridas vestimentas seguramente serán la tónica de ese día. ¿Y después? ¿Haremos honor al significado de tan importante recordación? ¿Viviremos con independencia, cumpliendo la voluntad de nuestro pueblo? ¿O seguiremos lineamientos elucubrados en otras latitudes? Hace dos años nuestro gobierno fue obligado a homenajear a tres guerrilleras muertas en un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas hace medio siglo. Estuviéramos o no de acuerdo, se dispuso en un ámbito ajeno al nuestro lo que debíamos hacer. Seguimos a rajatablas agendas e ideologías elaboradas muy lejos de nuestra tierra con resultados sumamente destructivos en nuestra sociedad. La Agenda 2030 o la ideología de género es un ejemplo claro de ello. Algún partido más que centenario y alguna organización social amenizan sus veladas cantando el himno bajo cuyos acordes fueron asesinadas millones de personas en el planeta. Para nuestros juristas las disposiciones de tratados internacionales suscritos por nuestro gobierno tienen la misma o mayor validez que lo establecido en nuestra Constitución. Así nomás, sin que los uruguayos las hayan votado. ¿En qué quedó la lucha por la soberanía particular de los pueblos que impulsó nuestro prócer?
Al cumplirse 200 años es una buena oportunidad para preguntarnos: ¿realmente somos independientes? ¿Queremos serlo? ¿O tenemos vocación de colonia?