La historia de nuestro país y previamente su territorio ha estado caracterizada por una sucesión de desafíos que fueron enfrentados y sorteados con mucho tesón y responsabilidad. Ese es el término que, a mi gusto, nos define mejor: desafío.
A 200 años de los hechos de 1825 y cercanos a los de 1830, repasemos la situación de aquellos tiempos y sus antecedentes.
Breve resumen de aspectos geopolíticos y económicos
La Banda Oriental fue siempre un territorio de frontera, territorio de varias migraciones, más tarde encuentro entre indígenas pámpidos y amazónidos, y luego, del Imperio español con los portugueses, desde la fundación de Asunción hasta la creación del Estado Oriental del Uruguay; así como también lo fueron las misiones jesuíticas, aunque con características diferentes. Geográficamente era parte de la Banda Oriental del Paraná que incluía las actuales Entre Ríos y Corrientes. Es interesante ver los diferentes intentos de definir el meridiano del Tratado de Tordesillas, algunos de ellos con una muy conveniente (para Portugal) inclinación hacia el oeste, o una pronunciada inclinación de la costa oriental de Sudamérica hacia el Este.
En el primer cuarto del siglo XVII, se introduce el ganado vacuno al sur del río Negro por Hernandarias y al norte desde las recién creadas Misiones, que llevarán a un cambio fundamental. A poco tiempo, la abundancia de este crea condiciones que atrae nuevos grupos de indígenas; se desplazan más charrúas del oeste, tupí guaraníes del norte y otros.
A partir de ese momento, su historia es un permanente ir y venir de españoles y portugueses, cuyos hitos principales fueron la fundación de la Colonia do Sacramento y luego la ciudad de Montevideo ante el intento portugués de asentarse en la zona.
Su territorio dependía de tres jurisdicciones: Buenos Aires, las Misiones y Montevideo, descollando en su riqueza ganadera que se había reproducido enormemente dadas las condiciones del lugar; nunca igualadas por Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Era un territorio de economía meramente extractiva, tanto legal como ilegal. En las vaquerías se vaqueaba en dos modalidades, de “recoger y aquerenciar”, arreando ganado a estancias más cercanas a las poblaciones, para consumo y la de “cuerear y sebear” a efectos de obtener cueros y sebo para su venta.
Mediante permisos, se accionaba desde Buenos Aires, las Misiones y luego Montevideo y sin permisos, desde Río Grande para arrear y en la costa los bucaneros, para cuerear y sebear.
La llamada “Vaquería del Mar”, al sur del río Negro, salvo la jurisdicción de Montevideo que llegaba al sur del actual departamento de Flores, San José, Florida, hasta Minas y el Cerro Pan de Azúcar, dependía directamente de Buenos Aires.
La Vaquería del Río Negro, desde las Misiones hasta el río Negro llegando hasta el presidio de Santa Tecla, era dependencia y fundamentalmente área de acción de los misioneros.
Es de recordar que el ganado en Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Río Grande (en menor medida) no tenía las condiciones para desarrollarse a los niveles que había alcanzado aquí y Buenos Aires contaba con muy poco territorio por esos años.
La situación parece estabilizarse recién después de la creación del Virreinato del Río de la Plata y del Tratado de San Ildefonso en 1777, que genera un efecto psicológico, dando cierta tranquilidad y permitiendo pensar en más largo plazo. Es así como en 1780 se establece el primer saladero (charqueada) en Rio Grande do Sul, También en la Banda Oriental, cerca de Colonia y luego otro en las afueras de la Ciudad de Montevideo, iniciándose un lucrativo comercio; industria que no se establecería en Buenos Aires hasta varias décadas después.
También en ese tiempo, último cuarto del siglo XVIII, se comienza la fundación de varias ciudades (San Carlos, Paysandú, Salto, Santa Lucía, San José, Pando, Canelones, Mercedes, Maldonado, Minas y posteriormente, Florida, Trinidad, Dolores, Rocha, Tacuarembó, Melo). Es decir, recién en esa época se puebla la parte sur de la Banda. Vienen gentes de Santa Fe, Buenos Aires, Asunción y España a asentarse.
El fin del Imperio
Con la derrota de la Armada española en Trafalgar, comienza un proceso de decadencia que le lleva a su implosión en 1808. Se pierde poderío militar, recordemos que las invasiones inglesas al Plata fueron enfrentadas con fuerzas locales, sin esperar auxilios del resto de los reinos. Fue como un balde de agua fría, se resquebrajan las estructuras tradicionales del comercio y la economía; crecía la incertidumbre. Al principio fuimos más huérfanos que revolucionarios. No había un gobierno legítimo para todos, sino varias incipientes propuestas. De ahí la postrera acusación de anarquía artiguista, pretexto de Portugal para intervenir.
En América se veía con desconcierto y estupor esta situación. Ese mismo año surgen las primeras Juntas en México y Montevideo. Otra Junta particular en La Paz, 1809. Sin embargo, pasan dos años hasta 1810, en el que las Juntas toman otro cariz. Movimientos que, ante la caída de la Junta Central de Sevilla, ya no reconocen autoridad alguna en la Península. Al año siguiente los pueblos de la Banda Oriental se van plegando a ese movimiento, salvo Montevideo que finalmente reconoce al recién creado Congreso de Regencia en Cádiz, manteniéndose al margen de la Revolución de Mayo. Surge un nuevo desafío: sobrevivir y autogobernarse.
Los peligros son muchos. Los portugueses invaden la Banda Oriental en 1811 (la reina consorte era Doña Carlota, hija y hermana de los reyes españoles depuestos por Napoleón), los ingleses dominan los mares, los franceses buscan apoyos en América y se abren grietas entre los mismos americanos.
En 1811 comienza la revolución en la Banda Oriental. Belgrano y Artigas llegan el mismo día por diferentes caminos; un poco más tarde, Rondeau. Comienza un periplo de rispideces con los porteños, Éxodo Oriental mediante, que culminará en las Instrucciones del Año XIII, donde surge el concepto de Provincia Oriental, que no contentará a Buenos Aires, ya que consideraba que las vaquerías debieran estar bajo su control y las ansias autonómicas de los Orientales, le incomodaba. Más aún el Reglamento de Tierras de 1815. Finalmente, sectores porteños ven con buenos ojos una intervención de Portugal, la que se consuma en 1816.
En ese marco se crean los primeros saladeros en Buenos Aires, en 1815. El de Trápani (que luego colaboraría en el financiamiento de la Cruzada de los Treinta y Tres), con socios ingleses y otro de Rosas con sus socios; era necesario obtener otra fuente de recursos, otra vaquería y los ojos empezaron a mirar al sur y el oeste de Buenos Aires, a territorio indio.
A pesar de la derrota de la Provincia Oriental en 1820, Buenos Aires está sola contra los federales. Los dos grandes ejércitos convocados (el de los Andes y el del Norte) no llegan. Uno desoye las órdenes y el otro en camino se subleva y da vuelta sobre sus pasos.
Así, se consolida el dominio portugués en estas tierras, Buenos Aires es derrotado en Cepeda y cae en la anarquía del año 20, hasta que asume Martín Rodríguez como gobernador, con el apoyo de los estancieros y otros sectores. Así, dando por perdidas las vaquerías de la Banda Oriental, Rodríguez emprende tres campañas hacia los territorios no controlados, ganándole tierra y ganado a los indios de la zona o simplemente negociando tropas con ellos. Si bien estas campañas fueron exitosas, la incertidumbre y el costo eran muy altos, por lo que no tardaría en renacer nuevamente el interés por las vaquerías de la Banda Oriental.
No podemos reducir los eventos solo a estos intereses económicos, si bien fueron importantes. De hecho, en gran parte de la Provincia Cisplatina se añoraba la autonomía que supieron disfrutar un tiempo atrás. Es importante recordar los términos de la entrega de llaves de Montevideo en 1817, el Armisticios de Tres Cruces de Fructuoso Rivera en 1820 y posteriormente el Congreso Cisplatino de 1821, en los que se logra, entre otras cosas, que las fuerzas militares orientales no fueran repartidas en unidades portuguesas (manteniendo una fuerza propia), reconocer el sistema tradicional de cabildos con autoridades locales (manteniendo la estructura política de la Provincia), no permitir la imposición del idioma portugués (manteniendo la identidad cultural) y el respeto por el reparto de tierras de 1815 (manteniendo la estructura económica). La Cisplatina era una provincia atípica en el Imperio del Brasil. Dominados, pero no sometidos. Bien sorteado ese desafío.
Los hechos de 1825
Transcurrieron cinco años sin pena y sin gloria, que fueron como un descanso después de la sangría que había ocurrido entre 1811 y 1820. Pero las aguas no se mantienen calmas por siempre. El 19 de abril de 1825 se produce la Cruzada Libertadora, no como un hecho simplemente temerario, debió haber habido al menos tres elementos: un financiamiento, una apreciación de situación y una promesa de apoyo posterior. De todos modos, heroico.
Saltémonos los acontecimientos desde la cruzada del 19 de abril y la declaración del 25 agosto con sus tres leyes fundamentales y las posteriores, como la de libertad de vientres. Concentrémonos en este último hecho, al que considero más heroico aún, más determinado, más audaz.
Como hemos visto, nuestro actual territorio en 1825 no tenía más de cincuenta años de poblado con asentamientos urbanos y no alcanzaba (sin contar a los ocupantes) a más de sesenta mil habitantes, entre indios, mestizos, criollos y negros africanos, en proporciones similares. Viejos padres de la patria, viejos patricios. Solo un par de generaciones, curtidas en el trabajo duro y en la guerra.
En su fuero íntimo aquellos orientales sabían que los acuerdos alcanzados con los portugueses y luego con los brasileños podían no ser permanentes y la situación podría cambiar para mal. Todos recelaban de los portugos, tanto tiempo enemigos. Indios y negros tenían un recelo aún mayor. Para muchos solo había dos opciones, luchar y vencer o abandonar esta tierra y comenzar de nuevo en otro lugar. Muy atinado el “Libertad o muerte”; no había lugar a donde escapar.
Y así estos pueblos se lanzaron a lo que hoy llamamos un salto sin red; porque la Declaración de la Piedra Alta se realizó cuando aún nuestro territorio estaba infestado de invasores. Porque tal vez no hubiera habido Ituzaingó sin Sarandí ni esta sin Rincón, e Ituzaingó no hubiera sido suficiente sin la Reconquista de las Misiones. Cada paso era un todo o nada. Quizás por eso no se podía perder y no perdieron. Tengamos en cuenta que cada pueblo, cada casa, cada familia, tenía muertos y pérdidas de todo tipo, como se lee claramente en el Manifiesto de la Constitución de 1830; y salieron a arriesgar sus vidas y haciendas, una vez más. Todos. No solo los caudillos que solemos recordar en estas fechas y que tanto se manosean muchas veces. Todos y cada uno de los que participaron en esas gestas, desde el más encumbrado hasta el más humilde, porque la muerte no hace diferencias con nadie.
Es muy importante interpretar nuestro derrotero. Muy distinto fue nuestro proceso con las revoluciones de las Trece Colonias y de Francia. Flaco favor se le hace a la patria cuando se intenta luego, crear un romántico símil de la mitología grecolatina sustituyendo sus héroes y titanes por los nuestros, casi caricaturizándolos, haciendo difícil su interpretación; encadenándolos como a Prometeo. Es hora de liberar ya a los héroes, usarles de inspiración y mirar nuevamente al porvenir.
Esa patria vieja que nació con setenta mil habitantes, engrosados con los misioneros que escaparon del Emperador, cruzando el Cuareim; en setenta años tenía ya un millón. Siguieron llegando los orientales, de España, Italia, Francia, Alemania, Lituania, Polonia, Rusia, Grecia, Turquía y otros lugares, de todas partes venían los “orientales europeos”, dándonos un nuevo desafío, que también sorteamos con brío.
Hoy llegan de América, los “orientales caribeños y andinos” y seguirán llegando de otros rincones del mundo y deberemos construir juntos nuestro futuro.
Muy distinto fue el Uruguay de 1825 y 1830, con respecto al del centenario de 1930 y muy distinto es y será el actual del bicentenario, respecto a este último. En toda generación, cada unos 25 años, nos encontramos con un nuevo desafío, mayor o menor. El más grande honor que se puede rendir a aquellos hombres y mujeres que nos antecedieron, es identificar el desafío que viene, enfrentarlo con tesón y valentía, así como sortearlo con inteligencia y gallardía. Eso es nuestra historia, un permanente desafío, una historia sin final.