El nacimiento de un héroe. Jin Yong. SALAMANDRA. 2021, 429 págs., $890.
Si un texto se presenta con una banda publicitaria que anuncia ventas cercanas a los 300 millones de ejemplares, pasa a ser relevante casi desde el punto de vista sociológico. Para comprender dicho dato en perspectiva, la celebérrima serie de Harry Potter ha logrado arribar a la cota de 400 millones. A su vez, el nombre de Jin Yong es radicalmente desconocido para la mayoría de los lectores de nuestras latitudes. Todos estos elementos son parte del contexto para acercarnos al autor y su obra.
Jin Yong es el seudónimo utilizado por Louis Cha, que nació en 1924 en la provincia china de Zhejiang y emigró tempranamente a Hong Kong, donde desarrolló una muy prolífica obra periodística y novelística. Es quizás el mayor exponente del género denominado “wuxia”, definido por la recuperación histórica de sagas épicas en las cuales lo fantástico, las artes marciales y los temas universales de amor, lealtad y traición definen un tipo de escritura de creciente presencia en otras latitudes.
Jin Yong recibió una sólida formación intelectual en la Universidad de Soochow (Shangai) y posteriormente en la Universidad de Cambridge y en el Saint John´s College y logró como pocos generar una literatura extremadamente popular centrada en vertiginosas aventuras habitualmente desarrolladas en los períodos clásicos de la historia del Imperio chino y signadas por la práctica de combates de kung-fu que desafían la gravedad. Pero también es célebre por su otro campo de actividad: el político. Pertenece a ese espacio de la sociedad china en permanente tensión entre sus raíces culturales y su tensión con el modelo político. Formó parte del Comité del Gobierno de Hong Kong para constituir un proyecto de sistema legislativo con vista a la integración a China en 1997. Cabe acotar que dimitió en 1989 en función de los incidentes acaecidos en la Plaza de Tiananmen.
“El nacimiento de un héroe” se devora de un tirón; en el año 1200 el Imperio Song ha sido invadido por sus belicosos vecinos del norte, los yurche. “La mitad del territorio y su capital yacen en manos enemigas, los campesinos trabajan sin descanso, sometidos al tributo anual que exigen los vencedores. Entretanto, en la estepa mongola, una nación de grandes guerreros está a punto de unirse del Gran Kan Temujin, un señor de la guerra cuyo nombre perdurará eternamente. Guo Jing, hijo de un patriota song asesinado que ha crecido con el ejército del Gran Kan, es un muchacho humilde, leal y algo temerario que desde su nacimiento está llamado a enfrentarse a un oponente tan experto como él en las artes marciales. Guiado por sus fieles shifus, los Siete Héroes del Sur, Guo Jing debe regresar a China –al Jardín de los Ocho Inmortales, en Jiaxing– para cumplir con su destino, pero su valor y sus fidelidades se verán puestos a prueba a cada paso en una tierra dividida por la guerra y la perfidia”.
Pero no es solo una novela de acción, es antes que nada una obra definida por sus vislumbres filosóficos en la cual la confrontación entre el honor y el engaño, el antagonismo de la Naturaleza y lo social, la elección entre el sacrifico y el amor van generando un friso que permite aquilatar los procesos de larga duración de la China milenaria, en la cual está cifrada también la contemporánea.
La eterna lucha del bien y del mal, que en Occidente ha plasmado J.R.R. Tolkien (escrita en una dramática instancia, la Inglaterra asediada por los nazis e inspirada en la cosmovisión profundamente cristiana de C. S. Lewis) aquí tiene otra expresión, casi en espejo. Lo interesante es que sociedades tan disímiles, frente a los grandes temas filosóficos, logran plasmar obras tan paralelas, tan hermanas. Quizás porque la Humanidad es tan solo una.
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