Con un contundente 58,16% de los votos, el líder del Partido Republicano se convierte en el primer presidente abiertamente pinochetista en llegar al poder por la vía democrática. Su victoria no solo marca un giro histórico para el país, sino que redibuja el mapa político de América Latina.
Santiago amaneció este lunes bajo una nueva realidad política. Tras una segunda vuelta electoral que congregó a una ciudadanía profundamente dividida, José Antonio Kast, el candidato ultraconservador del Partido Republicano, se alzó con la presidencia de Chile. Con más del 99,9% de los votos escrutados, Kast obtuvo el 58,16% de los sufragios, frente al 41,84% de la candidata de izquierda Jeannette Jara. Este triunfo, calificado como el mayor de la derecha en la historia democrática chilena, supone la llegada de un pinochetista a La Moneda por primera vez desde el retorno a la democracia en 1990.
Más allá de las cifras, el resultado representa un terremoto político. Es el fin de la alternancia entre coaliciones de centroizquierda y centroderecha que había caracterizado al país por décadas y la consagración de un proyecto de derecha radical que promete un “cambio radical”. La victoria de Kast no es un fenómeno aislado; se inscribe en una ola conservadora que recorre Sudamérica, encontrando ecos en gobiernos como los de Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador. Este artículo ahonda en la personalidad del nuevo mandatario, su probable estilo de gobierno y el profundo impacto que su presidencia tendrá en una región cada vez más polarizada.
Un hombre de convicciones: Dios, patria y familia
La ideología de José Antonio Kast se resume en tres pilares que repite como un mantra: “Dios, patria y familia”. Católico devoto y miembro del movimiento marianista Schoenstatt, Kast ha afirmado en múltiples ocasiones ser “católico antes que político”. Este conservadurismo moral, que trasciende lo político para impregnar su visión del mundo, se ha traducido en una trayectoria legislativa inflexible: votó contra el divorcio en 2004, lideró campañas contra la píldora del día después y se opone al aborto en toda circunstancia y al matrimonio igualitario.
Su biografía personal alimenta esta imagen. Es padre de nueve hijos y su discurso de victoria estuvo plagado de agradecimientos a su esposa, su extensa familia y a Dios. Sin embargo, su legado familiar también arrastra sombras históricas que sus adversarios no dudan en señalar. Su padre, de origen alemán, fue un miembro registrado del partido nazi, y uno de sus hermanos ocupó un cargo ministerial durante la dictadura de Augusto Pinochet. El propio Kast defendió la continuidad de Pinochet en el plebiscito de 1988 y hoy es abiertamente definido como pinochetista.
A pesar de esta rigidez ideológica, los analistas destacan un aprendizaje político táctico. Tras dos derrotas presidenciales (2017 y 2021), en esta campaña optó por silenciar temporalmente sus posturas más controversiales sobre derechos sociales para centrar el debate en la seguridad y la economía, temas que resonaron en un electorado preocupado. No es un “camaleón político”, advierten los expertos, pero ha demostrado saber modular su mensaje para conquistar el poder.
El presunto estilo de gobierno: mano dura, muros y recortes
Kast llega a La Moneda con un mandato claro y una agenda de “emergencia” que promete aplicar con determinación. Su supuesto estilo de gobierno se articulará en torno a tres ejes principales: seguridad, migración y economía.
En seguridad, su referente explícito es el presidente salvadoreño Nayib Bukele. Kast visitó la megacárcel de Bukele el año pasado y planea un enfoque similar: construcción de nuevas prisiones de máxima seguridad, endurecimiento de las condiciones carcelarias y ampliación de las atribuciones de las fuerzas del orden. Ha prometido un “Plan Implacable” contra la delincuencia que incluye propuestas polémicas, como un registro único de delincuentes para privar de beneficios estatales a quienes violen la ley y a sus familias.
La política migratoria será igualmente dura. Inspirándose en el discurso de Donald Trump, Kast propone deportaciones masivas de inmigrantes en situación irregular y la construcción de una barrera física en la frontera norte del país, con zanjas de hasta tres metros de profundidad, un proyecto que ha bautizado como “Escudo Fronterizo”. Vincula directamente la migración irregular con el avance del crimen organizado, un mensaje que caló hondo durante la campaña.
En el ámbito económico, su plan es ambicioso y radical: promete recortar 6000 millones de dólares en gasto público en apenas 18 meses. Este ajuste se lograría mediante la reducción del empleo estatal y la eliminación de ministerios, aunque asegura que no tocará las prestaciones sociales. Confía en que la combinación de estos recortes con una rebaja de impuestos corporativos y una simplificación burocrática reactivará el crecimiento económico chileno.
Sin embargo, su mayor desafío será político. El Partido Republicano no cuenta con mayoría en el Congreso, lo que le obligará a negociar con los sectores tradicionales de la centroderecha, reticentes ante sus posturas más radicales. Kast ha intentado tender puentes, prometiendo un “Gobierno de unidad nacional” tras reunirse con el presidente saliente, Gabriel Boric. Pero gobernar en un escenario fragmentado y polarizado exigirá unas dotes de negociación que aún están por demostrar.
Impacto regional: felicitaciones, tensiones y un nuevo eje político
La victoria de Kast ha desatado un torrente de reacciones internacionales que dibujan un nuevo tablero geopolítico en América Latina. Por un lado, ha recibido efusivas felicitaciones de los líderes de la derecha y ultraderecha continental. El presidente argentino, Javier Milei, fue de los primeros en celebrar, afirmando que el triunfo representa “un paso más de nuestra región en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada”. Le siguieron los mandatarios de Paraguay, Ecuador, Bolivia y Costa Rica, entre otros.
Desde Estados Unidos, el secretario de Estado Marco Rubio felicitó a Kast y expresó el deseo de Washington de “fortalecer la seguridad regional y revitalizar nuestra relación comercial”. El apoyo de la administración Trump refuerza la alineación de Chile con un eje conservador pro-estadounidense, en contraste con la diplomacia más autonómica del gobierno de Boric.
Por otro lado, la izquierda regional ha reaccionado con alarma y condena. El presidente colombiano, Gustavo Petro, lanzó un furibundo ataque, declarando: “El fascismo avanza, jamás le daré la mano a un nazi y a un hijo de nazi”. Esta virulenta respuesta anticipa tensiones diplomáticas y una posible fractura en organismos regionales, donde Chile podría alinearse con los gobiernos críticos con regímenes como los de Venezuela o Cuba.
En definitiva, la elección de Kast muestra un cambio en el mapa político del Cono Sur, junto a Argentina, que busca contrarrestar la influencia de gobiernos progresistas como los de Colombia o Brasil. Chile pasará de ser un actor conciliador a convertirse probablemente en un polemista activo en los debates regionales sobre democracia, derechos humanos y modelo económico.
El desafío de gobernar un país dividido
José Antonio Kast asumirá la presidencia de Chile el próximo 11 de marzo con el viento a favor de un mandato electoral contundente y la simpatía de una poderosa ola conservadora global. Sin embargo, se sentará en un trono de cristal. Deberá materializar sus promesas de orden y prosperidad en un contexto económico complejo y con un Congreso hostil. Además, tendrá que demostrar si su tono moderado poselectoral fue una estrategia coyuntural o el preludio de un gobierno más pragmático de lo que su ideología sugiere.
Su presidencia será un experimento crucial no solo para Chile, sino para la región. Pondrá a prueba la solidez de la democracia chilena ante un proyecto de derecha radical y medirá la profundidad real del “giro a la derecha” en América Latina. Entre las felicitaciones de Milei y las acusaciones de Petro, entre la expectativa de sus seguidores y el temor de casi la mitad del país, Kast tiene por delante la titánica tarea de gobernar una nación profundamente fracturada. El mundo observa si el “cambio radical” que promete traerá estabilidad o ahondará las divisiones ya existentes.




















































