Como precisión previa, digamos que es claro que debemos cuidar el ambiente en el que se desarrolla la vida animal y vegetal y, por tanto, cuidar las condiciones que hacen posible la supervivencia de la vida. Agreguemos que preferimos no incurrir en comportamientos obsesivos que, en lugar de favorecer el desarrollo de la vida humana, la hagan dificultar a extremos no razonables. Decimos esto porque nos da la impresión de que hay sectores de la humanidad que a efecto de preservar el ambiente procuran evitar reducir la vida y particularmente la vida humana, al extremo de integrar grupos que promueven el aborto y la eutanasia como forma de evitar lo que entienden una superpoblación del planeta.
Si mal no recuerdo, se calcula que la Tierra tiene unos 4500 millones de años, habiendo tenido numerosos cambios en el transcurso de un tiempo que al hombre común le resulta difícil dimensionar. Durante semejante extensión de tiempo han nacido y desaparecido enorme cantidad de especies vegetales y animales y las condiciones de vida en el planeta han cambiado enormemente. Así es que algunos desiertos fueron mares y algunos mares fueron valles, ya que el cambio de condiciones en que se desarrolló la vida en la Tierra fue significativo en el curso del tiempo, sin que ello obedeciera a la acción del hombre.
Hace un tiempo intervine en un panel en que un reconocido especialista en temas agropecuarios hizo el típico examen, que anuncia serias catástrofes de no seguirse las recomendaciones típicas del ambientalismo radical, presentando un panorama desolador sobre la posibilidad de supervivencia de la especie humana, que vería su final si no se seguían los consejos impartidos por dicha tendencia en las próximas décadas. Grande fue el disgusto que le ocasioné, cuando recordé que en el curso de millones de años el planeta ha tenido enormes cambios, con significativas alteraciones en la vida animal y vegetal, sin que ello se pueda achacar a la acción humana y que sin duda seguirían produciéndose cambios al margen de la decisión de los seres humanos y que las visiones catastróficas sobre el fin del mundo me hacían recordar las profecías de algunos predicadores que llegaron a provocar el suicidio colectivo de muchos de sus seguidores, que no quisieron presenciar el anunciado fin del mundo. Una verdadera locura a la que parecen empujarnos algunos ambientalistas.
Es claro que no debemos agravar los cambios de las condiciones de vida en el planeta, que seguramente se producen como en tiempos remotos sin intervención del hombre, pero estar atentos a los cambios en nuestro comportamiento que se nos imponen por apetencias de orden económico o por otros motivos espurios, que no están en línea con los legítimos intereses de los humanos. Así Pees Boz puso en evidencia el mal negocio del cambio de matriz energética en nuestro país, donde la energía de fuentes alternativas se contrató a precios superiores a los de mercado, sin que nadie pusiera el grito en el cielo, como si el pretexto ambiental todo lo justificara.
El ambientalismo radical ha desatado a nivel mundial una intensa campaña contra la agricultura y la ganadería. Así se ha objetado el ordeñe como un acto de maltrato animal y ni que decir de la faena de animales para consumo, a la que se presenta como un acto de arbitraria crueldad. Así han aparecido las “leches” vegetales y la “carne” sintética, detrás de la que existen intereses comerciales que un amigo calificaría de inconfesables. Esta última, estaría promocionada por el archifamoso Bill Gates, que de genio informático ha pasado a constituirse en gurú ambientalista que nos recomienda “cómo evitar un desastre climático”, ahora al parecer con cierto arrepentimiento.
Como señala Lorenzo Carrasco y su equipo en la obra Mafia verde: por fortuna para el género humano, la tan cacareada crisis climática provocada por el hombre sencillamente no existe. La verdad es que se trata de la culminación de un vasto proceso de “ingeniería social” (técnicas de manipulación social, en buen español) de carácter neocolonial y de largo plazo, iniciado hace cuatro décadas por grupos oligárquicos hegemónicos del hemisferio norte con el objetivo general de reorientar el progreso socioeconómico mundial de acuerdo con sus propósitos exclusivistas, sin dejar de hacer negocios, faltaba más. También es del caso señalar como Bertrand de Orleans en su obra Psicosis ambientalista, que para el ambientalismo radical la naturaleza no debe ser tocada, puesto que tocar la naturaleza es destruirla y el hombre es destructivo por naturaleza, por lo que lo importante es destruir en el ser humano aquello que lo hace humano y distinto de los animales. Concluyamos entonces que no todo arrebato ambientalista es legítimo y que bajo esta noble causa es frecuente que aniden intereses espurios.



















































