Por supuesto, me adhiero entusiasta y celebro el bicentenario de la Declaratoria de la Independencia que tuvo lugar el 25 de agosto de 1825 en la Asamblea de la Florida, aunque no fue la primera vez que el pueblo oriental declaraba su independencia o manifestaba su voluntad de actuar con autonomía de otros centros de poder que pretendieron someterlo, pero sí fue la última, la que finalmente logró ese objetivo.
Vale la pena festejarlo, porque actuar como un Estado independiente para un pueblo relativamente pequeño en nuestro contexto sudamericano es un desafío gigantesco y bastante costoso. Seguramente hace 200 años lo percibían de igual manera e hizo falta una gran dosis de coraje y patriotismo para encarar semejante empresa: “Libertad o muerte”.
Pero veamos cuál era el contexto en aquella época. En 1822, la entonces Provincia Cisplatina Oriental estaba incorporada al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve con un estatus especial. Aprovechando la ocasión de proclamarse la Independencia del Brasil, el Cabildo de Montevideo se rebela y declara la independencia. La provincia de Santa Fe, liderada por su gobernador Brig., Estanislao López, le ofrece su apoyo, firmándose “una liga ofensiva y defensiva contra el usurpador”. Pero las demás provincias firmantes del Tratado del Cuadrilátero (Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes) no pueden reaccionar con suficiente premura y el intento es abortado rápidamente. Es por eso por lo que Lavalleja, Oribe y varios otros jefes y oficiales involucrados emigran a Buenos Aires.
En aquella ocasión, en febrero de 1823, el entonces coronel Fructuoso Rivera dirige una carta al Cabildo de Montevideo en los siguientes términos:
“V.E. se decide y me invita a defender la libertad e independencia de la patria, y felizmente estamos de acuerdo en principios y opiniones. V.E. sabe que mis afanes no han tenido otro fin que la felicidad del país en que nací. La diferencia entre V.E. y yo, en la causa que sostenemos, solo consiste en el diverso modo de calcular la felicidad común a que ambos aspiramos… V.E. no puede contar con el auxilio de estas tropas europeas [portuguesas]; pues como V.E. afirma, solo esperan para marchar, las órdenes de su Gobierno. Tampoco con el auxilio de las provincias hermanas porque nadie da lo que no tiene, ni lo que tiene con riesgo inminente de perderlo y sin esperanza alguna de utilidad. A V.E. no puede ocultársele que las provincias hermanas, divididas en pequeñas repúblicas, continuamente agitadas del estado de revolución, no han de agotar por esta banda los recursos que necesitan para conservar la suya; ni han de comprometerse en una guerra desastrosa con una nación americana limítrofe, sin otro interés que establecer en esta parte del río un Estado independiente. Los pueblos como los hombres nunca arriesgan su fortuna y sosiego sin fundada esperanza de gloria o de provecho… porque arrojarse a una empresa de esta especie, en la esperanza remota de auxilios quiméricos y dudosos, siempre sería la más fatal de las imprudencias”.
Entonces, las Provincias Unidas del Río de la Plata o la República Argentina no eran más que un sello en algún escritorio de Buenos Aires, como mucho un deseo, un sueño. Desde que la provincia de Santa Fe aprobó su primera Constitución provincial en 1819, las demás provincias hicieron lo mismo en los años siguientes, configurándose como Estados independientes, a veces en guerra entre sí. Esta situación se mantuvo hasta que se aprueba la Constitución de la Confederación Argentina en 1853, a la que 10 años después se incorpora la Provincia de Buenos Aires, y 30 años después la Patagonia manu militari (“la conquista del desierto”).
Es en este contexto entonces que corresponde interpretar la segunda Ley Fundamental aprobada el 25 de agosto de 1825, o sea, la Ley de incorporación de la Provincia Oriental a las Provincias Unidas del Río de la Plata, también conocida como Ley de Unión con las demás Provincias Argentinas, que algunos malintencionados llaman “anexión” (¿anexión a qué?).
Dicha incorporación se concretó mediante la incorporación física de los diputados orientales en el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que se estaba reuniendo en Buenos Aires desde diciembre de 1824 y fue reconocido como “representación legítima de la Nación y Suprema Autoridad del Estado” por la Honorable Junta de Representantes de la Provincia Oriental el 2 de febrero de 1826.
En este tipo de congresos era usual que se designaran representantes residentes en la ciudad sede o gente que pudiera viajar por sus propios medios, porque los recursos públicos eran muy escasos. Ya había ocurrido con los diputados orientales enviados a la Asamblea Constituyente de 1813, entre los cuales había varios porteños.
Fueron cuatro los diputados que representaron a la Provincia Oriental: Silvestre Blanco, Mateo Vidal, Cayetano Campana y Manuel Moreno. También estuvo allí Santiago Vázquez, quien tuvo mucha influencia en la redacción de la Constitución del Estado Oriental de 1830, pero en el Congreso representaba a la Provincia de La Rioja junto con Eusebio Ruzo, quien fuera gobernador de la Provincia de Catamarca (1822-1825) y muy amigo del caudillo riojano Facundo Quiroga (el paradigma de la barbarie de Sarmiento y bisabuelo del notable escritor uruguayo Horacio Quiroga).
Silvestre Blanco había participado en la rebelión de 1822-23 contra Brasil y emigró a Buenos Aires junto con Lavalleja, participando en la organización de la Cruzada de los Treinta y Tres, por tanto, también estuvo vinculado con sus patrocinadores bonaerenses Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas. A su retorno a Montevideo presidió la Honorable Asamblea Constituyente y Legislativa que redactó y aprobó la Constitución de 1830.
Mateo Vidal era un clérigo muy activo políticamente, como muchos en aquella época. Fue uno de los diputados orientales portador de las Instrucciones Artiguistas a los que se negó la incorporación a la Asamblea Constituyente de 1813. Tal vez por eso en el Congreso Constituyente de 1825 optó por integrar la Comisión encargada de las acreditaciones. También fue cercano a Dorrego y Rosas, integrando luego ambos gobiernos en distintas funciones, llegando incluso a elaborar un proyecto de Constitución para la Provincia de Buenos Aires en 1833.
Cayetano Campana era oriental, hermano menor de Joaquín Campana, quien fuera secretario de Gobierno y Guerra de la Junta Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata durante el período comprendido entre abril y setiembre de 1811, justamente el período en que José Artigas lideraba la emancipación de la Provincia Oriental entre la Proclama de Mercedes y el armisticio negociado por el primer triunvirato (cuyo secretario fue Bernardino Rivadavia), luego de derrocar y someter a confinamiento al referido Joaquín. Cayetano también integró luego los gobiernos de Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas hasta la Batalla de Caseros, siendo premiado por su lealtad a la Santa Federación en 1840.
Manuel Moreno era hermano de Mariano Moreno, primer secretario de Gobierno y Guerra de la Junta Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata desde su creación hasta su renuncia en diciembre de 1810 para emprender una misión a Londres que implicaría su muerte durante el viaje. Estuvo exiliado en Baltimore junto con sus amigos Manuel Dorrego, Pedro Agrelo y Vicente Pazos Kanki desde 1817, graduándose como médico en la Universidad de Maryland en 1821, año en que regresa a Buenos Aires. Luego de su actuación en el Congreso Constituyente de 1825, participa en los gobiernos de Dorrego y Rosas como embajador en Londres y en Estados Unidos, regresando luego de la Batalla de Caseros.
Si a estos dos últimos apellidos ilustres que remiten a los secretarios de las primeras Juntas Gubernativas de las Provincias del Río de la Plata, agregamos como dato simbólico que el primer gobernador provisorio de la Provincia Oriental de 1828 a 1830, el Gral. José Rondeau, fue también el último director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tenemos un conjunto muy significativo de elementos que nos remiten a un pasado común rioplatense.
Aprobada en el Congreso la Constitución unitaria de 1826 (con el voto contrario de los diputados orientales), luego es rechazada por la mayoría de las Provincias que ya tenían sus propias constituciones e instituciones de gobierno autonómico, razón por la cual la única forma aceptable resultaba lógicamente la confederación.
Esta situación precipita la caída del gobierno centralista de Bernardino Rivadavia y la disolución del Congreso Constituyente, que en un último acto delega la conducción de las relaciones exteriores y la guerra contra Brasil en el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, cargo para el que fuera electo el coronel Manuel Dorrego. Este negocia con Brasil y el gobierno de Su Majestad Británica la Convención Preliminar de Paz que consagra la independencia del Estado Oriental, y convoca la Convención de Santa Fe a los efectos de su ratificación.
En la Convención de Santa Fe, a la que asistieron representantes de casi todas las provincias federales que habían rechazado la constitución unitaria, también participan dos diputados por la Provincia Oriental: el paraguayo José Francisco de Ugarteche y el porteño Baldomero García, ambos de particular confianza de Manuel Dorrego y de Rosas.
Ugarteche, diputado oriental, felicita “en nombre de la Provincia Oriental a la República Argentina en la guerra que acaba de terminar tan dichosamente”. Dijo que tenía orden de asegurar que los sentimientos de amistad y gratitud de los orientales hacia estos pueblos “serían inalterables”. Le contestó Echevarría, como presidente, expresando: “Los mismos sentimientos de confraternidad hacia la provincia independiente”. Achega pidió que se consigne la despedida de los diputados orientales, para que “un suceso tan particular pudiese transmitirse al conocimiento del público y consignarlo a la historia”1.
Se disuelve también esta convención como consecuencia del derrocamiento y fusilamiento del gobernador Dorrego, dando lugar a otra época de convulsiones en las que se siguen consolidando los Estados provinciales independientes, intentando la construcción de la Confederación Argentina a partir del Pacto Federal de 1831. Como fue dicho, recién en 1853 se aprueba una constitución para dicha confederación, y en 1856, el presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, firma en Paraná con los representantes del Imperio del Brasil un Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación mediante el cual, en su artículo 3º se ratifica la Convención Preliminar de Paz de 1828, garantizándose la independencia e integridad de la República Oriental del Uruguay, y en su artículo 5º también reconocen la independencia de la República del Paraguay, cerrando así definitivamente esas disputas.
1 Historia argentina, José María Rosa.