Tras casi 20 años de hegemonía, el Movimiento al Socialismo (MAS) sufrió un colapso histórico en las urnas. La división entre Evo Morales y Luis Arce, el agotamiento del modelo económico y el descontento social explican su derrota. Ahora, Bolivia enfrenta una segunda vuelta entre dos proyectos de derecha, mientras la izquierda lucha por no desaparecer.
El domingo 18 de agosto de 2025 quedará marcado en la historia boliviana como el día en que el Movimiento al Socialismo (MAS), la fuerza política que dominó el país durante casi dos décadas, sufrió su derrota más contundente. Con apenas un 3,14% de los votos en las elecciones presidenciales, el partido que llevó a Evo Morales y Luis Arce al poder quedó relegado al sexto lugar, superado incluso por candidaturas marginales. En su lugar, dos figuras de centroderecha, Rodrigo Paz Pereira (32%) y Jorge Tuto Quiroga (27%), se perfilan como los finalistas de una segunda vuelta que definirá el rumbo de una nación sumida en una profunda crisis económica y social.
Este giro político no es producto de la casualidad, sino la consecuencia de un proceso de desgaste acelerado que combinó divisiones internas, agotamiento de un modelo económico y el malestar ciudadano frente a la escasez y la inflación. Para comprender cómo Bolivia llegó a este punto, es necesario analizar los tres factores clave que explican la caída del MAS: la fractura irreparable entre sus líderes históricos, el colapso del “milagro económico” que los sostuvo y el surgimiento de un electorado que, hastiado, votó por el cambio.
La autodestrucción del MAS: cuando la pelea por el poder acabó con el proyecto
El Movimiento al Socialismo no fue derrotado por la oposición; se derrotó a sí mismo. La ruptura pública entre Evo Morales y Luis Arce, ocurrida en septiembre de 2023, marcó el principio del fin para un partido que durante años se presentó como monolítico. Morales, el líder indígena que gobernó Bolivia entre 2006 y 2019, anunció entonces su intención de candidatearse nuevamente, desafiando abiertamente a Arce, su propio delfín político.
El conflicto escaló rápidamente. Morales acusó al gobierno de sabotear su candidatura, mientras Arce –cuyo índice de aprobación ya rozaba el 15%– intentó consolidar el control del partido mediante alianzas con sectores menos vinculados al expresidente. La gota que colmó el vaso llegó cuando el Tribunal Constitucional, en una decisión sin precedentes, inhabilitó a Morales bajo argumentos legales que sus seguidores calificaron de “persecución política”.
El resultado fue una diáspora electoral sin retorno. El MAS se partió en tres:
- Los oficialistas, que apoyaron la candidatura testimonial de Eduardo del Castillo (exministro de Arce) y obtuvieron el peor resultado en la historia del partido (3.14%).
- Los evistas, que siguieron a Andrónico Rodríguez (8%) pero vieron cómo su llamado a votar nulo (18%) solo fragmentó más el voto útil.
- Los desencantados, que migraron hacia opciones opositoras buscando soluciones inmediatas a la crisis.
“El MAS cometió un error fatal: creyó que su base social lo seguiría ciegamente, pero subestimó el cansancio de la gente ante sus peleas internas”, explica la analista política María Fernanda Becerra. “Cuando Morales y Arce se enredaron en su batalla personal, olvidaron que el verdadero contrato con los bolivianos era económico, no ideológico”.
El fin del “milagro”: cómo el modelo económico del MAS se agotó
Durante años, el discurso del MAS se sostuvo en un argumento incontestable: bajo su gobierno, Bolivia había experimentado un “milagro económico”. Entre 2006 y 2019, el país creció a un promedio del 4,8% anual, la pobreza extrema se redujo a la mitad y las reservas internacionales superaron los 15 mil millones de dólares. Sin embargo, este éxito dependía de dos pilares que terminaron por ceder: los altos precios del gas natural y el gasto público sin restricciones.
La crisis comenzó a hacerse visible en 2020. La pandemia golpeó los ingresos fiscales, pero el gobierno de Arce insistió en mantener subsidios y controles de precios. Para 2023, con los precios del gas en mínimos y las reservas en caída libre, Bolivia enfrentaba un escenario inédito:
- Déficit fiscal del 10,2% del PIB, el más alto de Sudamérica.
- Inflación anual del 25%, solo superada por Argentina y Venezuela.
- Escasez crónica de dólares, con un mercado paralelo donde el tipo de cambio alcanzaba 13,6 bolivianos (frente al oficial de 6,96).
El momento simbólico llegó en marzo de 2023, cuando imágenes de ciudadanos haciendo colas interminables frente a bancos –intentando comprar dólares– y estantes vacíos en supermercados dieron la vuelta al país. “Fue el día en que los bolivianos entendieron que el modelo ya no daba para más”, señala el economista Raúl Mayorga. “El Estado ya no podía sostener artificialmente el consumo, y la gente empezó a sufrir en carne propia el descalabro”.
La rebelión de las urnas: por qué ganaron Paz y Quiroga
En este contexto, el ascenso de Rodrigo Paz Pereira –hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993)– representa un fenómeno político singular. Un candidato que no figuraba en las encuestas iniciales logró capitalizar el anhelo de cambio con un mensaje simple: “Capitalismo para todos”. Su propuesta, aunque carente de detalles técnicos, resonó en un electorado hastiado del estatismo.
Por su parte, Tuto Quiroga (expresidente entre 2001-2002) apeló al discurso del “cambio radical”, prometiendo desmontar lo que llama “20 años de populismo”. Su experiencia de gobierno y su retórica tecnocrática le valieron el respaldo de las élites urbanas, aunque también generan recelos en sectores populares que lo vinculan con el neoliberalismo de los años 90.
Lo revelador, sin embargo, no es el triunfo de estos candidatos, sino el colapso de la izquierda en su conjunto. Según una encuesta de Panterra, el 89% de los bolivianos deseaba un “cambio de rumbo” antes de las elecciones. Y los números lo confirman: entre el MAS oficialista (3,14%), Andrónico Rodríguez (8%) y otros grupos minoritarios, las fuerzas progresistas no superaron el 15% del electorado.
El difícil camino que espera al ganador
El 19 de octubre, Bolivia no solo elegirá entre Paz y Quiroga; decidirá qué tipo de capitalismo prefiere para enfrentar la crisis. El primero ofrece un gradualismo con rostro humano; el segundo, un ajuste más drástico. Pero más allá de las diferencias, ambos compartirán desafíos inmediatos:
- Restablecer la confianza en el sistema financiero.
- Negociar con el FMI sin desatar protestas sociales.
- Diversificar una economía que ya no puede depender solo del gas.
El MAS, mientras tanto, enfrenta su hora más oscura. Sin Evo Morales como candidato y sin los recursos que sostuvieron su hegemonía, deberá reinventarse o correr el riesgo de quedar como un partido testimonial. Lo que queda claro es que Bolivia, tras 20 años de experimento socialista, ha elegido mirar hacia otro lado. La pregunta que queda pendiente es si los nuevos gobernantes estarán a la altura de las expectativas que ellos mismos han creado.