La región Asia-Pacífico ha renovado el dinamismo económico y este nuevo despliegue de capacidades está estrechamente vinculado con la modificación de las pautas del crecimiento chino, en virtud de los encadenamientos productivos que ese país ha establecido con el resto de las naciones de la región.
Carlos Moneta
La globalización, más que retroceder con las medidas proteccionistas y soberanistas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está entrando en un proceso de cambio. La preponderancia de Estados Unidos y de Europa –que desde Bretton Woods habían sido los protagonistas del modelo de globalización contemporáneo– cede terreno a otros actores, abriendo la posibilidad para que la cooperación Sur-Sur pueda encontrar nuevas vías para consolidarse en una opción real y dejar de ser una simple intención.
Obviamente, el tiempo de los ciclos históricos no está acompasado con la inmediatez del mercado y de las necesidades inherentes del presente y de nuestro futuro más cercano. Pues como bien expresaba el filósofo chino Confucio, “los cambios pueden tener lugar despacio. Lo importante es que tengan lugar”.
En efecto, el protagonismo de China ha sido parte de un proceso que terminó por consolidarse en la última década, ganando su posición como una de las principales potencias globales, no solo en términos económicos, sino también tecnológicos, diplomáticos y estratégicos. Su peso en el escenario internacional ya no se mide únicamente por el volumen de su comercio exterior o la magnitud de su población, sino por su creciente capacidad para influir en la agenda global.
Desde 2013, bajo el liderazgo de Xi Jinping, el país ha proyectado su visión de poder a través de iniciativas ambiciosas como la Franja y la Ruta (BRI), que involucra a más de 140 países en proyectos de infraestructura, comercio y conectividad digital. Recordemos que Uruguay fue el primer país del Mercosur en adherirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2018, lo que ha facilitado la cooperación entre ambos países.
En paralelo, China ha diversificado sus exportaciones, desarrollado cadenas de suministro globales de alta complejidad y se ha convertido en líder en sectores clave como telecomunicaciones, energía renovable y tecnologías de vigilancia. En el plano comercial, superó a Estados Unidos como principal socio de más de 120 países, entre ellos buena parte de América Latina. En 2023, representó cerca del 15% del PIB global y más del 18% de las exportaciones mundiales de bienes. Además, su moneda, el yuan, ha ganado terreno en las reservas internacionales y en los acuerdos bilaterales de comercio, desafiando la hegemonía del dólar en algunos frentes.
En política exterior, China ha desplegado una estrategia pragmática: reforzando su presencia en organismos multilaterales, promoviendo el multilateralismo frente al unilateralismo occidental y presentado alternativas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o la Organización de Cooperación de Shanghái.
Pero al mismo tiempo, su ascenso ha generado fricciones. La guerra comercial con Estados Unidos, las sanciones tecnológicas y los debates en torno a los derechos humanos han tensado las relaciones con Occidente. Sin embargo, lejos de aislarse, China ha redoblado sus vínculos con el llamado Sur Global, apoyando modelos de desarrollo independientes y fomentando relaciones bilaterales sobre todo con países de África, América Latina y Asia.
Hoy, hablar de China no es solo hablar de una potencia económica, sino de un actor central en la transformación del orden mundial. En un escenario marcado por la multipolaridad y las rivalidades geoestratégicas, su papel será decisivo para definir los equilibrios del siglo XXI.
No obstante, más allá las rivalidades y las pujas de poder entre las potencias, desde 1988 las relaciones comerciales entre Uruguay y China han sabido prevalecer por encima de lineamientos ideológicos o políticos. Y ese pragmatismo ha sido la base desde la cual –a pesar de los distintos cambios de gobierno que se han sucedido en uno y otro país durante estás décadas– se han profundizado los lazos de amistad entre ambos pueblos. Además, es de vital necesidad para un país como el nuestro, en el que el mercado interno es sumamente pequeño por un problema de déficit poblacional, mantener una apertura comercial constante para colocar nuestra producción.
En esa línea, el actual gobierno viene realizando avances significativos, pues la última visita del canciller Mario Lubetkin a China tuvo como uno de sus aspectos más relevantes la inauguración del Consulado General en la región administrativa de Hong Kong. Esta apertura representa un punto clave desde el plano comercial y estratégico, ya que funcionará como un verdadero centro de acción y promoción para las iniciativas de Uruguay en la región. Y es importante destacar la decisión unilateral de las autoridades chinas de eximir de visa, al menos por un año, a empresarios y ciudadanos uruguayos, lo cual es una señal concreta de acercamiento y confianza. Estos avances se suman a nuevas líneas de crédito y a múltiples áreas de trabajo conjunto que se están desplegando, como, por ejemplo, abrir el mercado de pollos tanto en Hong Kong como en Macao, lo cual constituye un indicador relevante del dinamismo de nuestra relación con el gigante asiático.
No podemos olvidar que China ha sido el principal socio comercial de Uruguay durante más de una década. En 2024, el comercio bilateral alcanzó los US$ 6590 millones, con exportaciones uruguayas por US$ 3320 millones e importaciones chinas por US$ 3270 millones, resultando en un superávit comercial favorable para Uruguay de US$ 50 millones. Los principales productos exportados incluyen carne bovina, soja y celulosa.
Además, durante 2024, Uruguay exportó bienes al sudeste asiático por US$ 203,5 millones, con un aumento del 25,4% frente a 2023. Las mayores colocaciones se lograron en Tailandia (US$ 69,6 millones), Vietnam (US$ 52 millones) y Singapur (US$ 34,6 millones). Filipinas e Indonesia también representan mercados emergentes clave, con exportaciones uruguayas por US$ 18,4 millones y US$ 12,8 millones respectivamente. Los principales productos exportados incluyen cueros, madera, productos lácteos y carne bovina.
En 2025, Filipinas habilitó el ingreso de carne bovina uruguaya, permitiendo a Uruguay acceder al 85% del mercado importador mundial. Filipinas importa el 60% de la carne bovina que consume, lo que lo convierte en un mercado estratégico para Uruguay.
En conclusión, en este nuevo escenario, donde el eje de crecimiento y oportunidades se ha desplazado hacia Asia, el fortalecimiento de los lazos con China, Indonesia, Filipinas y otras economías emergentes se vuelve más que conveniente: es estratégico. Y Uruguay debería avanzar hacia una mayor integración con el Sur Global. De hecho, la misión comercial que realizará Tafirel y Barraca Erro tiene una gran significación desde el punto de vista económico, ya que China, Filipinas e Indonesia, son tres economías que en conjunto suman más de 1800 millones de habitantes.
Las señales son alentadoras, y como bien señaló en esta edición de La Mañana el doctor en relaciones internacionales Ignacio Bartesaghi, “el margen para aumentar la relación con China en Uruguay es enorme si te comparás con otros países de la región como Perú, Brasil, Chile, incluso Argentina. En una agenda más amplia con China, más allá de bienes, hay una potencialidad en servicios, en cooperación, en inversiones estratégicas. Uruguay puede crecer mucho en la agenda con China. Eso va a seguir pasando en este gobierno, no creo que eso cambie, porque para mí es una política de Estado”.
Pues en este contexto, la cooperación Sur-Sur podría transformarse en una herramienta concreta de desarrollo, complementariedad y autonomía. Las políticas arancelarias impuestas por la administración Trump están teniendo como consecuencia un realineamiento global, en el que muchos países del hemisferio sur quieren diversificar sus socios y evitar la dependencia de los mercados tradicionales. De todos modos, para Uruguay la profundización del vínculo con China y el Sudeste Asiático no implica renunciar a otros mercados, sino abrir nuevas rutas que nos permitan ampliar márgenes de maniobra en un mundo fragmentado.