En los últimos días los uruguayos fuimos golpeados por la noticia de un padre mentalmente alterado que mató a sus dos hijos menores. Un hecho que no por repetido deja de impactarnos duramente. A todos.
Algunos actores políticos y sociales salieron a machacar con el problema del machismo y la violencia de género, otros hablan de un fracaso del Estado y de la sociedad, otros critican el accionar de las autoridades policiales ya que la madre de los niños había denunciado el acoso del padre y no se supo evitar su accionar homicida. Las valoraciones del caso varían según el cristal con que se lo mire y a veces, lamentablemente, según la postura política que se milite.
El término en boga, que rápidamente se impone, es el de “violencia vicaria”, una expresión acuñada en el hemisferio norte para definir a la agresión a los hijos que hace un padre para causarle daño a la madre. No hay término, y seguramente no lo habrá, para definir la situación en que la madre actúa sobre sus hijos para hacerle daño al padre, ya sea agrediéndolos o, lo más común, llenándoles la cabeza para hacer que los niños odien a su progenitor. ¿O acaso eso no ocurre? Cuando es la madre la que agrede o asesina a sus hijos las calificaciones se matizan, estamos ante un caso de “extrema vulnerabilidad” o ante “una trágica situación personal”.
Más allá del énfasis que pongamos lo cierto es que estamos ante un nuevo caso de filicidio. En este caso el autor fue el padre. En otros, como ocurrió recientemente, fue la madre la asesina. Es claro que este tipo de crimen no es exclusivo de un sexo ni responde a un único patrón. Las razones por la que se llega a esta situación son variadas donde siempre, en mayor o menor medida, hay un trastorno psiquiátrico, más allá que el detonante sea la desesperación de un padre que no acepta resignadamente que lo separen de sus hijos, o una situación de violencia que se puede arrastrar desde la propia infancia.
También contribuye a ese detonante una Justicia insensible que fríamente aplica leyes injustas elaboradas por personas ajenas a la realidad que puede vivirse en el seno de cada pareja. Legisladores que son funcionales a una ideología que se va implantando con consecuencias devastadoras en nuestro tejido social, elaboraron un marco jurídico sin pensar en los más vulnerables y perjudicados por la situación: los niños.
Es triste ver cómo quienes militan esta causa, feministas radicales utilizadas, conscientes o no, con fines políticos, lucran con tanta desgracia, y aprovechan para echar leña en la hoguera por ellas mismas alentada de estigmatización y odio hacia el hombre, pavimentando el camino para más violencia.
No hay ley ni medida alguna que pueda evitar que alguien en estado de locura cometa estas aberraciones. Pero sí se puede tratar de entender cuáles son las razones que contribuyen a que ocurran estas situaciones. ¿No tendrá nada que ver la vigencia de la Ley 19.580? ¿Alguien ha considerado el efecto de la impotencia y desesperación que se genera en un hombre que de la noche a la mañana lo pierde todo, mujer, hijos, casa? ¿Esto nadie lo evaluó?
Morosini, como decenas de otros padres, había sido privado del contacto con sus hijos, a partir de una denuncia de su pareja. ¿Acaso no es dable pensar que lo que detonó su colapso mental fue esa situación?
Hace años que vivimos un proceso de debilitamiento de los lazos familiares. Es ideológico. Una familia fuerte, unida es una barrera contra la alienación del hombre moderno a ideologías que pretenden determinar y controlar todos sus actos. Y es en ese proceso destructivo adonde se afirma la ideología de género que criminaliza al hombre y señala al patriarcado como el origen de todos los males.
Entendemos que sobran evidencias para probar que la ley vigente no soluciona el problema de la violencia doméstica y que, al contrario, lo que genera es un campo propicio para que surjan este tipo de situaciones trágicas.
En marzo de 2024 presentamos un proyecto de ley para cambiar algunos aspectos de la Ley 19.580 y terminar con tantas injusticias que se perpetran bajo su amparo. Al poco tiempo se sumaron otros dos proyectos de diferentes partidos en el mismo sentido, pero el miedo a avanzar en un año electoral en un tema que genera tanta crispación en ciertos sectores radicalizados de nuestra sociedad paralizó a esas propuestas.
Es hora de dejar la necedad a un lado, reconocer que estamos transitando un camino equivocado, pensar en los niños y cambiar lo que hay que cambiar. Mientras las políticas que se aplican en esta materia queden en manos de sectores radicalizados, más preocupados en estigmatizar al hombre que en proteger a los niños, seguiremos asistiendo a tragedias como las vividas. Necesitamos entender la realidad.
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