El presidente de la República ha cesado a la ministra de Vivienda y ha recibido por ello no sé si felicitaciones, pero sí muchos gestos de aprobación. De esta manera ha superado su primera crisis política, que seguramente no será la única dado que durante cinco años lo más razonable es que le sobrevengan varias por el simple hecho del cargo que ocupa. Parece obvio pues que todos (¿?) los uruguayos –o al menos los que piensan– estén de acuerdo con su decisión, más allá de si se demoró 24 horas más o 24 horas menos, pero lo que hay que tener presente y no perder de vista es la circunstancia de que fue una crisis muy fácil de superar debido a su naturaleza. Hay que decirlo claramente: para un gobierno, del partido político que fuere, mantener dentro del elenco ministerial a una secretaria de Estado –y de Vivienda para más inri– con deudas de años y años del padrón que ocupa, era algo absolutamente imposible, independientemente del origen o las causas de dicho suceso. Consecuentemente, el presidente actuó de la única forma en que podía hacerlo y punto y aparte, de la misma manera en que años atrás el difunto presidente Tabaré Vázquez en su primera presidencia cesó a otra ministra por gestos, digámoslo así, impropios que trascendieron más allá de lo privado. Poco más se puede agregar a lo sucedido, salvo una gran interrogante: ¿cómo obtuvo el Sr. Álvarez la información? Puesto que al menos quien esto escribe no cree que dicho periodista tenga el don de la adivinación. Interesante cuestión que quizás algún día se desvele. O no. La política por estas tierras del sur del planeta no es precisamente muy limpia.