El candidato de la Coalición Republicana a la Intendencia de Montevideo por Cabildo Abierto, ha señalado repetidamente que Montevideo debe recuperar la belleza que ha perdido. No nos olvidemos que nuestra ciudad capital mereció los versos de Salvador Granata, que cantaba la troupe Un real del 69: “Montevideo. que lindo te veo, rinconcito de belleza, Montevideo, que lindo te veo con tu cerro y tu fortaleza”. Versos que nos remontan a un pasado lejano de una ciudad que construyó una rambla próxima al Río de la Plata que serpentea en un recorrido que nos permite conocer todas las playas del este capitalino. Una ciudad que contó con la labor paisajística del francés Thays y la visión urbanística de José María Montero. Una ciudad de hermosos monumentos que homenajean la historia política y cultural del pasado, hoy mayoritariamente vandalizados ante la inoperancia de quienes deben cuidarlos. Ni qué decir de los frentes de edificios públicos y privados pintarrajeados con inscripciones de mal gusto, que algunos pretenden artísticas, y podríamos hacer una larga lista de las bellezas de la ciudad, entre ellas sus playas en las que se depositan residuos con obcecada insistencia, por las aguas polucionadas de detritus que proceden de nuestras aguas cloacales vertidas sin tratamiento, en el río ancho como mar.
Pero esto no sucede por mera inoperancia de las autoridades locales, por cierto, más interesadas en dilapidar los dineros públicos en una inútil burocracia, en el fomento de actividades seudo artísticas que impulsan sus desvaríos ideológicos, políticas probadas con unánime y estrepitoso fracaso en otras latitudes. Ello también obedece a un imperativo ideológico, su concepto de belleza no coincide con el nuestro, la presencia desalineada, el vestir descuidado, el hablar lindando con lo grosero y chabacano, la suciedad de las calles, el deterioro de la convivencia ciudadana, impulsado por una política de aliento al consumo de drogas que ha arruinado la vida de cientos de compatriotas, es todo ello parte de una nueva cultura, llamada a sustituir los anteriores moldes de lo que se llamó la Civilización Occidental y Cristiana, que respetaba un orden impuesto por Dios según los creyentes y por la naturaleza según los no creyentes. En ese orden la belleza estaba dada por la armonía de las formas y se reflejaba en la música, la pintura, las artes en general. Es la armonía que se refleja en la naturaleza, donde el peral da peras y no algo que perciba y mucho menos un olmo, porque la verdad está dada y no la construyen nuestros caprichos personales.
En Montevideo se perdió el sentido de belleza, la mugre de sus calles, el lamentable estado de sus veredas, el desorden del tránsito, el descuido de los medios de transporte en una ciudad que se extiende buscando escapar de una centralidad tugurizada, no es sino una manifestación de un nuevo concepto de “belleza”, que considera hermosa la falta de armonía estética en todos sus aspectos. Cómo se puede pedir que reine la belleza en una ciudad donde gobiernan quienes no solo en su presencia rechazan toda norma de cuidado estético, sino que cualquier manifestación contraria al orden y a la armonía, que es lo que caracteriza la belleza, les resulta tolerable. Así tenemos una ciudad sucia, con monumentos vandalizados, centenas de personas en situación de calle, un tránsito vehicular caótico, un transporte público deficiente, fachadas pintarrajeadas, veredas destruidas, basura derramada por doquier, etcétera. Muchos de los que se asombran de la falta de sentido de la belleza en el Montevideo de hoy no advierten que ello no es sino una manifestación de la inversión del concepto de belleza que se pretende imponer por los que se autodenominan como izquierda, que ya no lucha contra el capitalismo, puesto que por el contrario se han sumado a los moldes económicos que combatían, pero que sí supone una rebelión contra la cultura que formó nuestra civilización. Votamos a Roque García porque este es el único candidato que ha advertido el abismo ideológico que nos ha hecho perder como ciudad el concepto de belleza que alguna vez cultivamos y que constituyó nuestro orgullo.