La matriz de nuestra Patria es cristiana, católica, y si queremos representarla a través de un ícono, lo más adecuado sería hacerlo con la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay, cuya fiesta celebramos cada 8 de noviembre. Contemplar esa pequeña talla es repasar nuestra historia y ensanchar nuestra mirada y comprensión para entendernos como parte de una región.
Surge de nuestras raíces, porque representa el arte guaraní misionero de las reducciones jesuíticas. Data del siglo XVIII y fue confiada a Antonio Díaz, indio de quien la imagen hacia 1779 recibió su primera capilla en el Pintado. Trasladada tiempo después, junto a toda la población, a la Villa San Fernando de la Florida, fue colocada en el templo en que hoy se encuentra. Es una imagen que viene desde el fondo de nuestra cultura hispano-guaranítica. La república cristiana de los guaraníes le dio forma tomando la materia de los árboles del Paraguay, más tarde fue nuestra raza gaucha la que conservó y dio culto en esa talla a Nuestra Señora. En medio de las turbulencias, cuando se fraguó la Patria Oriental, allí estuvieron los representantes de la Patria Vieja, a los pies de esta bendita imagen, que para nosotros es un invalorable recuerdo de fe y patriotismo, parte de nuestra historia que define nuestra vida.
Las aspiraciones de Artigas, la semilla de libertad sembrada en sus batallas, éxitos, derrotas y silencio, tuvieron eco en aquellos Treinta y Tres hombres que el 19 de abril de 1825 desembarcaron en la Agraciada, para dar comienzo a las luchas por la independencia. Llegados a Florida se inclinaron reverentes, depositando ante el maternal amparo de la Virgen sus ansias de libertad, al punto que hoy el pueblo la reconoce y le canta “capitana y guía de los Treinta y Tres”. En esos momentos estos patriotas estaban luchando, dando testimonio, derramando su sangre, amando esta tierra, creyendo en el futuro, esperando contra toda esperanza y suplicando a Dios para alcanzar la ansiada independencia. Y si buscan ponerse bajo la protección de María, la Madre de los creyentes, es por algo más que una piedad pasajera motivada por el miedo y el peligro en un momento tan crítico para nuestra Patria. Si en ese momento adoran a Dios, veneran a la Virgen y le presentan su bandera, era porque veían en ella el símbolo de la libertad plena y por tanto no podía estar ajena a las luchas para conseguir la liberación de todo lo que oprimía a nuestro territorio.
Transcurridos los días, el 25 de agosto de 1825 sucedió algo similar, porque en aquella jornada señalada, la fe se hermanaba con la vida y con la auténtica libertad de esta tierra oriental. Al proclamarse la Independencia Nacional, los constituyentes después de firmar el acta de la soberanía comparecieron ante la sagrada imagen para colocar la Patria naciente bajo su amparo y protección. La “Fundadora” de la Villa de San Fernando de la Florida, en 1825 vio a los Treinta y Tres Orientales con la bandera tricolor, al Gobierno provisorio y a la Asamblea que declara nuestra independencia postrarse ante sus pies.
La “Libertadora” del Uruguay, que desde 1857 porta una corona obsequiada por el segundo jefe de los Treinta y Tres Orientales y luego presidente de la República, Gral. Manuel Oribe, representa una figura, un nombre y una historia que forma parte del imaginario del pueblo uruguayo. De este modo, junto a su Santuario, integra el Patrimonio Histórico Nacional. Es la “Madre” de nuestra Patria, y por tanto signo de vida, que en su permanencia solidifica los orígenes culturales, raciales e históricos del Uruguay.
Declarada Patrona de la República Oriental del Uruguay por el papa Juan XXIII, fue coronada solemnemente en la Piedra Alta en 1961, expresando dicho Pontífice que esta imagen sugiere a los cristianos sentimientos religiosos y a todos los ciudadanos el recuerdo de la libertad y el nacimiento de la Patria. Palabras similares a las que utilizó Juan Pablo II en 1988, en ocasión de su peregrinación a la casa de Nuestra Señora en Florida, al definirla como “un memorial de la historia de cada uno de los uruguayos, de cada familia, del Uruguay entero”.
En esta barroca escultura de la Asunción de la Virgen, se unen dos motivos uno histórico y el otro religioso. Dios y la Patria son dos sentimientos que ennoblecen el alma de un pueblo. Bajo la protección de María, “estrella del alba”, comenzamos a ser libres. No podemos, por tanto, contemplarla sin amarla y no podemos amarla sin amar nuestra tierra, nuestras tradiciones, nuestros héroes. Por eso cada año, el segundo domingo de noviembre, peregrinamos a la casa de nuestra Madre en Florida, desde todos los puntos del país y en distintos medios, incluso a pie y a caballo. Unámonos a esta fiesta de nuestra identidad.
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