El miércoles pasado la Catedral de Montevideo se desbordó de público para participar en la misa por el alma del papa Francisco. Una oración que se replicó en las distintas parroquias de todo el país. “Al comenzar esta semana de la Octava Pascual el Señor ha llamado al sucesor de Pedro, al papa Francisco, provocando una conmoción en el mundo y dolor en la Iglesia. Tanto cristianos como no cristianos lo han tenido como un referente, como un líder o como un padre”, dijo el arzobispo Daniel Sturla.
Lamentablemente Francisco no pudo venir a Uruguay durante su pontificado, aunque es sabido que estuvo en sus planes hacerlo, pero le fue impedido por diversas circunstancias vinculadas a su agenda, al cambiante contexto político en la región y también al período de la pandemia y a problemas de salud que lo aquejaron en los últimos años. No obstante, le dio a nuestro país tres inmensas alegrías: el nombramiento del cardenal Sturla, la canonización de la madre Francisca Rubatto y la beatificación de nuestro primer obispo, Jacinto Vera. Aquellos gestos sirven de impulso y de inspiración para muchas comunidades de religiosos y laicos que trabajan en contextos de serias dificultades en los barrios más carenciados.
Uruguay en los últimos doce años evidencia un deterioro social y cultural significativo. Y lo más grave es que no se debe estrictamente a la mala o insuficiente implementación de políticas públicas, sino a la pérdida de rumbo y de horizonte como pueblo. La emergencia demográfica, la pobreza infantil, la fragmentación socio-urbana, las personas viviendo en la calle, los problemas vinculados a la salud mental y las adicciones, la violencia doméstica, la usura, el sicariato, el desastre carcelario y la reincidencia, la deserción educativa, el cierre de industrias, los problemas de empleo, la falta de cultura de trabajo, la contaminación ambiental y el despoblamiento del campo son algunos fenómenos que forman parte de la realidad uruguaya.
Los partidos políticos mayoritarios parecen estar muy lejos de tener un plan para poder revertir esta situación, que tiende a empeorar. Por el contrario, se ensimisman en intrigas palaciegas o en una competencia moral patética. Siguen tirando de la piola de la polarización para obtener rédito electoral, sin considerar la urgencia de los grandes consensos que son necesarios. Sus medios de prensa afines, además, no desaprovecharon oportunidades para criticar o desacreditar al papa Francisco, al que tildaron desde populista y antiliberal hasta cómplice de dictaduras, es decir, puros estereotipos.
Brillaron por su ausencia, con contadísimas excepciones, las instancias de debate serio sobre los documentos que proponía el papa Francisco, sobre todo para la política. Y vaya si se habrá referido el pontífice a varios de esos temas que desde hace algún tiempo se han convertido en un drama nacional. Vale destacar que la Conferencia Episcopal del Uruguay redactó un documento titulado “Libertad, justicia y compasión en el alma de nuestro pueblo”, que fue distribuido entre los precandidatos a la presidencia durante el año 2024.
En ese pequeño pero contundente opúsculo, los obispos pusieron el acento en el país “construido en base a acuerdos y diálogos” e invitan a “recoger lo mejor de nuestra historia, levantar la mirada y cuidar el alma del país”. Llaman también a proteger la vida, especialmente de los más vulnerables, y atender a la cuestión de su sentido, a través de la formación integral en la familia y en los centros educativos. Y alertan sobre varios problemas emergentes, como los que mencionamos anteriormente. Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿hemos estado a la altura? ¿Hicimos como sociedad y especialmente a nivel político el esfuerzo necesario para elevar esa mirada y para tender puentes? ¿Estamos escuchando las advertencias?
Algunas orientaciones
El padre Jorge Bergoglio, antes y durante su pontificado como Francisco, ha dejado un inmenso legado en homilías, discursos, libros, entrevistas, exhortaciones apostólicas y encíclicas. Su obra refleja un catolicismo muy arraigado en la experiencia de las misiones jesuíticas-guaraníes –tan conectadas a nuestra historia patria- así como su pertenencia cultural y social al Río de la Plata, fundamentalmente conociendo de primera mano la situación en las villas y suburbios de Buenos Aires. De modo que su cosmovisión no nos puede resultar extraña a los uruguayos, más allá de la jactancia secularista que nos envuelve.
Haciendo un rápido repaso de alguno de esos documentos que promovió Francisco, encontramos varias orientaciones sociales y políticas muy concretas, que tienen mucho para hacernos reflexionar respecto a los problemas que estamos atravesando ya no solo como país-Estado, sino como pueblo uruguayo.
Probablemente el más hondo de todos es el demográfico, la falta de nacimientos que ya está provocando consecuencias en materia de caída de la matrícula escolar y problemas en la seguridad social. “El descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva, no solo determina una situación en la que el sucederse de las generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el futuro”. Y sobre la ideología de género alerta: “Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar” (Amoris Laetitia).
Respecto a la economía que descarta, también nos advierte Francisco: “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no solo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que solo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, solo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (Evangelii Gaudium). Y agrega: “El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular –porque promueve el bien del pueblo– es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna” (Fratelli Tutti).
También Francisco tiene una mirada profunda sobre los temas vinculados al desarrollo y el ambiente, sin caer en un ecologismo infantil. “El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real” (Laudato Si). En ese documento aborda en particular situaciones como la necesidad del cuidado del agua, el problema de la forestación como monocultivo, entre otros.
“El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que ‘el tiempo es superior al espacio’, que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación” (Laudato Si).
Tampoco se olvidó el papa Francisco del problema de la usura que afecta a las sociedades. Durante febrero de 2018 realizó un discurso a los miembros de la Consulta Nacional Antiusura, donde dijo: “La usura es un pecado grave: mata la vida, pisotea la dignidad de las personas, es vehículo de corrupción y obstaculiza el bien común. Debilita también los fundamentos sociales y económicos de un país. De hecho, con tantos pobres, tantas familias endeudadas, tantas víctimas de delitos graves y tantas personas corruptas, ningún país puede programar una seria recuperación económica y ni siquiera sentirse seguro”.
Finalmente, algo tenía para decirnos respecto a nuestra proyección nacional en el mundo. “‘Abrirse al mundo’ es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países (…). El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el ‘divide y reinarás’” (Fratelli Tutti).
Y en el libro-entrevista Latinoamérica subrayó Francisco: “El verdadero proyecto de América Latina, el de la Patria Grande de San Martín y Bolívar, o de Artigas, por ejemplo, que hoy en día está como olvidado y para mí es de los próceres de la independencia más brillantes. Ese proyecto hoy no se ve”.