De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica, “la justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido”. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1)”. CIC, 1807.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino comparte en la Suma Teológica la definición de Aristóteles, según la cual “la justicia es el hábito que dispone a obrar lo justo y por el que se realizan y se quieren las cosas justas” (Cuestión 58, Parte II-IIae). Más adelante agrega que “la justicia tiene como materia propia aquellas cosas que se refieren a otro (esto es así porque nada es igual a sí mismo, sino a otro). Por lo tanto, el acto de la justicia […] se expresa cuando se dice que da su derecho a cada uno; porque, como dice Isidoro [de Sevilla], llámase justo porque guarda el derecho”.
Luego, el Aquinate aclara que “se pone en primer lugar, en la definición de la justicia, la voluntad, para mostrar que el acto de la justicia debe ser voluntario; y se añade lo de la constancia y perpetuidad para designar la firmeza del acto. Por consiguiente […] la justicia es el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad, da a cada uno su derecho”.
Desde el principio de esta serie, hemos sostenido en reiteradas ocasiones, que las virtudes, de alguna manera, están vinculadas o relacionadas unas con otras. En el caso de la justicia, es interesante considerar lo que dice Joseph Pieper en “Las virtudes fundamentales” sobre su relación con la prudencia. El sabio alemán comienza definiendo la justicia (más allá de la definición tradicional de “dar a cada uno lo suyo”) como “la capacidad de vivir en la verdad ‘con el prójimo’”. Y señala que “este arte de la vida en la comunidad”, depende en buena medida “del conocimiento y reconocimiento objetivo de la realidad, o sea de la prudencia. Solo el hombre objetivo puede ser justo, y falta de objetividad, en el lenguaje usual, equivale casi a injusticia”.
“La justicia, dice Pieper, es la base de la posibilidad real de ser bueno; en esto se apoya la elevada categoría de la prudencia. La categoría de la justicia se basa en ser la forma más elevada y propia de esta misma bondad. […] El hombre bueno es en principio justo. No es casualidad que las Sagradas Escrituras y la Liturgia llamen ‘justo’, en general, al hombre en estado de gracia.
En este sentido, nos recuerda Benedicto XVI en Caritas in veritate que “la caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo ‘mío’ al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es ‘suyo’, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo ‘dar’ al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es ‘inseparable de la caridad’, intrínseca a ella”.
De ahí la importancia de que, en la vida de las naciones, el Estado, respetuoso de la ley natural, imparta verdadera justicia, y la Iglesia, complemente su labor aportando a la sociedad la cuota de caridad necesaria para que el alma humana se eleve y se realice plenamente.
La justicia, señala Pieper, “es, incluso fuera del orden sobrenatural, una verdadera virtud, una clara orientación hacia el bien. Si la justicia cesa de dirigirse hacia el bien, cesa de ser justicia”.
Cuán importante es entonces que al momento de hacer justicia tengamos todos muy claro el auténtico concepto de bien. Es decir, procurar un bien real, moralmente objetivo, no un bien aparente. Para descubrir ese bien, es necesaria la prudencia, y reconocer que el hombre es capaz de conocer la verdad. Es decir, que es capaz de adecuar su entendimiento a la realidad.