Hay dos cosas seguras: los judíos de Israel permanecerán; los palestinos también permanecerán. Afirmar mucho más que eso con seguridad constituye un riesgo sin sentido. Tengo pocas dudas de que Estados Unidos seguirá adelante con las negociaciones entre Israel y Egipto en torno a la autonomía palestina, de que Jordania no participará a corto plazo, de que Begin adoptará posturas cada vez más duras, o de que ningún palestino de cierta relevancia participará en el desagradable proceso. Pero consideremos las diversas variables. Egipto representa un enorme signo de interrogación. ¿Aumentará la oposición a Sadat? ¿Podrá sobrevivir el régimen durante mucho tiempo a su aislamiento del mundo árabe? Arabia Saudí y Jordania se hallan hoy día en una posición peculiarmente extrema, que también está destinada a sufrir un cambio. ¿Podrá alguno de estos dos países, o ambos, seguir resistiéndose a las presiones estadounidenses?; ¿sobrevivirán sus familias dirigentes a sus propios problemas internos?; ¿se dejará sentir con más fuerza al efecto de la revolución iraní? El propio Irán seguirá experimentando agitación durante los próximos meses, con enormes consecuencias para la región, la economía mundial y la geopolítica. Siria e Irak pueden o no llegar a desempeñar en la política árabe el papel que su prevista unión parece prometer. Cada país tiene una percepción de sus prioridades regionales tan peculiarmente individual (comparemos el papel sirio en el Líbano con la actitud de Irak hacia Irán) que hace que el resultado de la alianza de Bagdad resulte imposible de determinar.
El comportamiento saudí en los próximos años es de la mayor importancia. No creo que la familia real (internamente dividida como está) precipite la ruptura total con ningún Estado o agrupación árabe; la cuestión es hasta qué punto los saudíes presionarán económicamente en favor de una u otra línea política en la región.
Y en lo que respecta a regímenes tan volubles como el libio, resulta aún más difícil ser preciso. Seguramente, no puede descartarse la posibilidad de que Libia sea objeto de un severo ataque, que quizá venga de Sadat o quizá venga de otra parte; pero no será fácil que su riqueza petrolífera se entregue a Egipto, al que en el actual orden de cosas estadounidense es mejor mantener económicamente inseguro.
Existe asimismo la inquietante probabilidad de que el incierto statu quo de Jordania pueda tentar a Israel a lanzar un ataque, sobre todo si por el hecho de que Israel haga tal cosa se consigue que los hachemíes den luz verde a alguna clase de régimen palestino en Transjordania.
La política israelí –no menos que la estadounidense– parece bastante más fija y determinada de lo que en realidad puede ser. Diversas personalidades como Moshé Dayán han estado haciendo gestos de aproximación a Siria y la OLP, pero el coro de protestas (tanto en Estados Unidos como en Israel) ha resultado ensordecedor. Tales iniciativas pueden continuar indefinidamente sin que se produzca un cambio significativo en la postura oficial israelí. Tras el ataque israelí al sur del Líbano en la primavera de 1978 se ha llegado a pensar en serio en una “solución final” para los palestinos; para los partidarios palestinos, Camp David es el diseño político que da crédito a esta visión pesimista. Hasta dónde convergen las concepciones de la autodeterminación palestina de Israel y Estados Unidos constituye ahora la pregunta principal. Un factor de complejidad adicional es el papel de Egipto, tanto con Israel como, en cierta medida, contra él.
Es seguro que diversas cuestiones económicas de enorme importancia, así como la revolución social –la región es intrínsecamente abundante en ambas cosas–, influirán en el futuro de paz para Oriente Próximo. Estados Unidos, por ejemplo, ha dejado constancia de su predisposición a invadir un país importador de petróleo si los suministros energéticos parecen amenazados; y, ciertamente, desde la caída del sha, tanto Israel como Egipto han estado anunciando su papel de policías bien dispuestos. La cuestión fundamental, que puede resultar irracional, es qué potencia va a tolerar determinado nivel de provocación económica o política. ¿Se convertirá algún movimiento de protesta en insurrección?; ¿la emprenderá otro régimen contra uno de sus vecinos?; ¿la efervescente anarquía del Líbano (por ejemplo, el constante apoyo israelí a los militantes cristianos renegados del sur) o la persistencia de la revolución en Irán tentarán a algún servicio de inteligencia a tramar algún que otro complot?; ¿se extenderá Israel hacia el este o hacia el norte?; ¿aumentará Estados Unidos su apoyo militar directo a diversos regímenes? Las preguntas son múltiples, y actualmente no hay ningún modo de contestarlas. Mi opinión es simplemente que no puede haber ningún programa o guion (por muy sofisticado y exacto que sea) lo suficientemente complejo como para que abarque todos y cada uno de los posibles impulsos, todos ellos de suma importancia, que rodean a la cuestión palestina.
No tengo ninguna duda de que habrá una significativa respuesta palestina a lo que ahora está ocurriendo como resultado de Camp David. La OLP obtiene nuevos apoyos cada minuto que pasa, y a corto plazo también atraerá una mayor oposición y apoyo israelíes.
Pero dado que la situación actual es esencialmente un callejón sin salida, y dado que las actuales ideas que excluyen a la OLP están en decadencia, resulta demasiado tentador afirmar con cierta seguridad que surgirá una iniciativa política palestina, y que esta hará avanzar a toda la región. En muchos aspectos, tal eventualidad sería un resultado positivo del tratado egipcio-israelí. Pero no debemos olvidar que Palestina también está saturada de sangre y violencia, y que a corto plazo cabe esperar, siendo realistas, muchas turbulencias, y numerosas y terribles pérdidas humanas. Lamentablemente, la cuestión palestina se renovará de forma demasiado conocida. Pero también lo hará el pueblo de Palestina –árabes y judíos– , cuyos vínculos pasados y futuros les mantienen inexorablemente unidos. Su encuentro aún está por producirse a una escala de cierta envergadura. Pero se producirá, lo sé, y será en beneficio mutuo.
Edward Said (Jerusalén, 1 de noviembre de 1935-Nueva York, 25 de septiembre de 2003) fue un crítico y teórico literario y musical, y activista palestino-estadounidense. Fragmento de su libro La cuestión palestina, publicado en 1979.