El Dr. Arturo Porzecanski, exprofesor de Economía y Finanzas Internacionales y ahora investigador en la American University de Washington, oriundo de Uruguay, pero radicado en Estados Unidos, conversó con La Mañana sobre lo que está sucediendo en ese país bajo el segundo mandato del presidente Donald Trump y sus repercusiones en América Latina. “La tradición que data de la posguerra, de que Estados Unidos negocia reglas de comportamiento y delega poderes a instituciones multilaterales, ha sido desechada”, remarcó.
Recientemente, usted participó del conversatorio organizado por la Academia Nacional de Economía, “Comercio y geopolítica bajo la presidencia de Trump”. ¿Qué reflexiones le merece el accionar de Donald Trump 2.0?
Es obviamente un modelo mucho más autoritario, nacionalista y populista –adaptación derechista– y por ende revolucionario y peligroso, dado que esta vez Trump tiene mayorías en el Congreso y cuenta con simpatizantes en la Corte Suprema que fueron nombrados previamente por él.
Durante su período fuera del poder, los escritos de ciertos intelectuales del derecho constitucional lo inspiraron y tentaron. Ellos argumentaron que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Ejecutivo había delegado al Legislativo, o había dejado de utilizar, toda una serie de poderes que podrían ser rescatados para efectuar cambios de rumbo por mero decreto. Y es así como Trump partió firmando casi 200 decretos en sus primeros cien días, más que nadie antes y el doble de los emitidos por Franklin Delano Roosevelt, quien tuvo que actuar con rapidez al haber heredado la Gran Depresión, con una tasa de desocupación del 25% y un sistema bancario al borde de la quiebra.
Aunque muchos de los decretos de Trump han suscitado pleitos en su contra, la Corte Suprema, actuando en respuesta a apelaciones de emergencia, ha venido convalidando al Ejecutivo en casi todos los casos ya tramitados. Mientras tanto, el Legislativo no ha logrado aprobar leyes contrarias, de manera que Trump 2.0, en mi opinión, es hoy el presidente más poderoso de la historia norteamericana.
¿Cómo caracterizaría su impacto a nivel global?
Trump se está comportando de manera parecida en el ámbito de las relaciones exteriores. La tradición que data de la posguerra, de que Estados Unidos negocia reglas de comportamiento y delega poderes a instituciones multilaterales, y cuando hay conflictos abiertos auspicia coaliciones para actuar en conjunto, ha sido desechada. A él le gusta ejercer su poder también más allá de sus fronteras, como lo hizo en Irán por la fuerza y lo está haciendo en Canadá y México por medio del chantaje, y por eso actúa unilateralmente en defensa de las que él define como las prioridades geopolíticas, comerciales y financieras de los Estados Unidos.
Al nuevo Trump no le interesa lo que se decida en las Naciones Unidas o en la Organización Mundial del Comercio o en otros foros. No valora la inversión que Estados Unidos ha hecho en defender las fronteras de Europa a través de la OTAN, incluso a pesar del peligro candente que representa la Rusia de Vladimir Putin. Piensa que los países que tienen superávits comerciales con los Estados Unidos merecen ser castigados con aranceles elevados, incluyendo sus socios con acuerdos de libre comercio. Y no admite que su nación dependa de China y otros países para la producción de medicamentos, materias primas estratégicas o componentes electrónicos claves.
¿Cuáles son los efectos en América Latina de las medidas comerciales que ha tomado? ¿Qué países podrían verse más afectados?
Habrá distorsiones comerciales y otros impactos conexos por doquier, y los más afectados serán México y Brasil. El primero porque está muy interconectado con los Estados Unidos, país destino de más del 80% de sus exportaciones. Por más que se acuerden exenciones y rebajas arancelarias, sus sectores agropecuarios e industriales perderán ventas y tendrán que redirigir sus despachos a otros países a precios menores, pero en total estarán forzados a reducir su producción. Por ejemplo, México produce el doble de los automóviles que consume, más enormes cantidades de baterías y de chips menos miniaturizados hechas para ser exportadas –de ahí su vulnerabilidad a cualquier arancel–. Para proteger a los productores locales, Trump acaba de imponer un arancel del 17% sobre los tomates importados de México, los cuales proveen 70% del total de tomates consumidos en Estados Unidos. Por ende, su precio al consumidor aumentará, los productores mexicanos perderán parte de su ventaja, y les será difícil recolocar tanto tomate en otros mercados tan repentinamente.
Brasil también sufrirá porque no creo que vaya a haber un acuerdo entre ambos gobiernos para bajar sustancialmente el arancel de 50% que Trump ha anunciado, impuesto más por desacuerdos geopolíticos entre Trump y Lula que por razones comerciales, ya que Estados Unidos registra un superávit comercial con Brasil.
Estados Unidos representa el segundo mercado más importante para el café, la carne y el jugo de naranja exportado por Brasil, de manera que esos productores se verán desplazados y no les será fácil encontrar nuevos mercados para tan enormes cantidades, aunque reduzcan sus precios. Las perspectivas para Embraer son particularmente graves, ya que usualmente casi dos tercios de sus aviones se venden en los Estados Unidos, y en menor medida también para las empresas exportadoras de productos forestales, maquinarias y turbinas.
¿Y con respecto al resto de la región?
Los otros que van a ser impactados son Chile y Perú, ya que Trump decidió imponerles un arancel de 50% a las importaciones de cobre, pese a la vigencia de tratados de libre comercio con esos dos países que son los exportadores de cobre más grandes del mundo.
El resto de los países latinoamericanos, cuyo arancel probablemente se fije en un tolerable 10% o 15%, pudieran beneficiarse por las desviaciones de comercio que tendrán lugar. Los que importen productos hechos en China y los otros países asiáticos altamente sancionados, y para seguir con los mismos ejemplos regionales, los países que importen tomates, café, carne, jugo de naranja, aviones y madera y sus derivados, debieran ser favorecidos por costos más bajos. Además, los países que compiten con los exportadores de dichos productos, como Uruguay con su carne y productos forestales, pudieran tener más espacio para venderles mayores cantidades a los consumidores de los Estados Unidos, especialmente si se pudiera negociar una cuota más alta para la carne exenta del arancel preexistente.
¿Qué otros impactos económico-financieros, amén de los comerciales, se visualizan?
En términos de secuelas vía canales financieros, hay varias que ya están operando. El dólar se depreció un 10% en el primer semestre contra casi todas las monedas –el peso argentino es una de las excepciones–, lo cual explica por qué el dólar en Uruguay ahora se puede comprar por casi 40 pesos en vez de por casi 44, y en Europa por 0,85 euros en vez de por casi un euro. El oro, al contrario, se ha valorizado casi 30%, subiendo de US$ 2600 a unos US$ 3350 por onza, y solo un tercio de esa alza pudiera justificarse por la depreciación del dólar.
La debilidad del dólar ha incentivado inversiones en letras y acciones de muchos de los países emergentes, en particular en su moneda nacional. En Uruguay, por ejemplo, el que invirtió con dólares a principios de año en Letras de Regulación Monetaria y las vendió a fin de junio y recompró dólares, se ganó casi un 15%.
De ahora en adelante mucho va a depender de si estallan o no guerras comerciales insolubles, en particular entre Estados Unidos y sus principales socios –Canadá, China, Europa, Japón y México– a raíz de retaliaciones por los aranceles impuestos por Trump. Tales guerras pudieran socavar aún más al dólar, provocar grandes alzas en los precios de los productos importados por los Estados Unidos y otros países, y causar visibles daños a las cadenas de producción y comercio de muchísimas empresas por gran parte del mundo, con impactos en la cotización de sus bonos y acciones. Ese sería el peor escenario económico-financiero: una estanflación destructiva a nivel casi global.