Tiene profundas raíces en Río Negro pero se define como “muy francés”. Egresado del prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París, tuvo un extenso pasaje por la política departamental, pero desde hace 25 años destaca como columnista y editorialista a nivel nacional, con un particular estilo claro y directo. En entrevista con La Mañana, Francisco Faig analizó el fenómeno de la coalición republicana y el choque con la hegemonía cultural de izquierda.
¿En tu hogar de nacimiento estaba la política presente?
Sí, yo nací en 1974. En mi época de juventud se da la salida de la dictadura, mi primer recuerdo es el plebiscito del 1980, después las internas del ’82, los primeros actos, todo eso estaba muy presente, era un Uruguay muy politizado. Tengo familiares lejanos en el tiempo por el lado paterno vinculados a Río Negro y mi bisabuelo fue jefe político ahí. No reniego que me formé en una familia de la élite del Uruguay, en un sentido descriptivo, es decir, gente bien situada económica y socialmente, sin apremios, vinculados a la agropecuaria. Y culturalmente vinculados por el lado de mi madre a la cultura francesa y al derecho. Fui al Liceo Francés y en la década del ’80 llegaron con 14 o 15 años los hijos de exiliados, entonces éramos un grupo de uruguayos que habíamos transcurrido el Uruguay de la dictadura junto a jóvenes que habían estado en Canadá, Francia y con otra cabeza porque el mundo moderno había avanzado enormemente en esas décadas.
Mencionaste algunos episodios políticos que marcaron tu juventud. ¿De qué manera te acercan al interés por la política?
Se notaba en esos años que pasaba algo decisivo, la efervescencia, las caravanas, ruidos. En particular para mi familia la figura de Wilson Ferreira era muy importante y el herrerismo estaba muy presente, mi abuelo era de la juventud herrerista. El linaje blanco estaba muy presente. Ya después para 1989 el triunfo blanco y luego en 1992 me voy a Europa con la idea de hacer ciencias políticas. En aquel momento recién arrancaba el Instituto de Estudios de Ciencias Políticas en Uruguay, no había una carrera en ese entonces.
Estudiaste en el Instituto de Estudios Políticos de París, un histórico centro de formación en Francia.
Es el principal centro de estudios políticos del mundo francófono, por tanto, notoriamente era una aspiración poder llegar ahí. Había que pasar un concurso entre 3 mil o 4 mil, que a su vez eran élites culturales y sociales, donde quedaban los 300 mejores y lo perdí. Me quedé en París, hice un año de historia en La Sorbona, tuve tiempo de conocer. Todavía había muchos latinoamericanos de izquierda, porque estaba muy cerca la salida de las dictaduras. Allí conocí gente, incluso uruguayos, en la célebre parrillada del movimiento 26 de marzo, donde fue a comer Viglietti o veteranos que se habían opuesto al golpe de estado de Terra. Para mí era todo nuevo en esa gran ciudad.
Luego vuelvo a preparar el examen de ingreso para el Instituto y entro. Te marcaban mucho la exigencia, había que estudiar de verdad, los profesores eran muy buenos. Gente que había sido estudiante de Raymond Aron, por ejemplo. El Instituto se había creado en 1871 después de la guerra franco-prusiana para formar líderes y después de 1945 se estatiza, pasa a ser público. Allí estudiaron Mitterrand, Chirac, Macron, todos los dirigentes políticos centrales. Si soy lo que soy es gracias al Instituto de Estudios Políticos de Paris, sin lugar a dudas.
La influencia de las ideas políticas de Francia en Uruguay ha sido muy grande. ¿En qué se plasmó?
Hay una lógica más jacobina, más estatista, que es la que siempre se ve como de enorme influencia francesa en Sudamérica en general. Y efectivamente la Revolución Francesa marcó a todo Occidente. Pero hay otra línea que es muy importante, que es un poco la que yo viví y estudié, la de Tocqueville y de Aron, que es una perspectiva liberal, diferente. Luis Alberto de Herrera estuvo en París y asiste a cursos de Henry Bergson, un importante filósofo de principios del siglo XX, también conoce muy bien a Durkheim y Burke. Es otra línea, quizás menos famosa porque es menos ‘colorada’, menos del Partido Radical Francés y en particular del batllismo, pero que es importante también. Incluso el pensamiento católico francés con Maritain también es importante y tiene su influencia, aunque yo no me defino por ese lado. No hay que relativizar estas influencias. Yo soy muy francés, pero fui más marcado por Benjamin Constant y la conferencia de las dos libertades de 1819, que por Rousseau.
Analizando la Francia actual, en vísperas del segundo balotaje consecutivo entre Macron y Le Pen. ¿Qué dice esta tendencia de los dos modelos?
Hay una tendencia a largo plazo y una de corto plazo. La de largo plazo la viví allí y es la inevitable caída de Francia que en dos siglos pasó de ser la principal potencia del mundo a una potencia media, con caídas permanentes como la guerra de 1871, o cundo gana la primera guerra mundial pero a un costo gigantesco económico y demográfico, la segunda guerra la encuentra mal, luego la descolonización, etc. Fue cayendo, aunque igualmente mantuvo su independencia militar con la bomba atómica. Pero esa caída es estructural.
A eso hay que sumarle el corto plazo que es una Francia que tiene cierta particularidad con relación a la definición de Europa y que no es la misma que tienen los alemanes que es muy pro estadounidense, sin la voluntad autonómica que tenía por ejemplo el pensamiento de De Gaulle y cierta Francia con voluntad de pesar de verdad en la escena internacional. Se enfrenta ahora un Macron que es mucho menos liberal de lo que la gente cree acá. Lo que hizo durante la pandemia fue tremendo, un autoritarismo tal que nosotros hubiéramos hecho una revolución. Pero con el discurso de que Le Pen es la extrema derecha supongo que ganará de vuelta Macron.
Tu regreso a Uruguay significó tu implicación directa en la política a nivel departamental. ¿Cómo se dio ese proceso y qué te aportó?
En 1997 vuelvo a Uruguay, no me interesaba seguir viviendo tanto tiempo en Francia. Empecé a hacer política en Río Negro con el Partido Nacional, fui quince años edil departamental entre 2000 y 2015, primero suplente y luego titular con lista propia. Fue una experiencia muy importante desde el punto de vista humano y de la realidad de las cosas, sobre todo después de salir del Instituto donde aprendí la teoría y otra cosa era ir por las casas a buscar los votos. Me permitió ver cómo funcionaban los partidos, la lógica electoral, personal.
Luego me fui dando cuenta que esa vocación no era tal y terminé decantando para la lectura, el estudio y el entendimiento de la actividad política, tratando de entender lo que explica las decisiones. Por ejemplo, lo del edil Juan López en Canelones, no es que lo justifique, pero lo entiendo muchísimo al tipo. A él lo votan en un barrio y la vida de él es eso, si no lo votan no existe más, entonces ¿por qué pedirle cosas que no lo corresponden?
¿La etapa como columnista empieza en La Democracia?
En realidad, para ser franco, empieza en La Voz de Young. Pero a nivel nacional efectivamente con La Democracia en el año 1996-97. Después en paralelo Posdata, tareas de politólogo y análisis en el semanario Crónicas, en Rumbo Sur, me vinculo fuertemente a la universidad ORT y me quedo en Montevideo. En 2009 me llama el diario El País para ser columnista, yo había trabajado en la colección sobre historia reciente que publicaron en 2007, en unos fascículos que hicimos con Pablo Da Silveira y otra gente.
El objetivo de alguna forma es llevar los conocimientos teóricos que uno puede tener a un entendimiento ciudadano común y corriente, al que le interesa la política con herramientas un poco más complejas, no simplemente una descripción.
¿Cómo te relacionas con el tema de la libertad para escribir en este tiempo de lo ‘políticamente correcto’?
No tengo ningún límite y es algo que quiero recalcar, siempre me han publicado lo que he escrito. Al inicio quizás alguna palabra me marcaban los más veteranos, pero nunca conceptual. Y eso es una cosa muy linda del Uruguay, podés escribir lo que querés con mucha libertad, en los temas, los enfoques. Reconozco que en el año 2010 y 2011 hubo una posición dura en algunos escritos, pero me parece que había que decir las cosas y había un eufemismo para decirle cosas a la izquierda, que había que romper. Se estaba perdiendo un poco el enfrentamiento de ideas.
Y yo soy un gran crítico de la estupidez de lo políticamente correcto. Escribo con el tono que me parece y si no les gusta o sienten ofenderse, tendrán doble trabajo también para desofenderse porque yo no voy a cambiar en nada. Por suerte Uruguay sigue conservando bastante libertad en este sentido, hay momentos en que teclea un poquito. Es un movimiento infame protestante estadounidense que hay que tratar de cortar, porque es un límite a la libertad de expresión muy autoritario, propio de las persecuciones a las brujas de Salem o del macartismo. Esa cultura es un horror. Me alineo a la libertad completa.
Estás publicando el libro Pluma y Filo. 25 años de análisis político (Ed. De la Plaza). ¿Cuál fue el motivo principal?
Pasaron 25 años desde que empecé a escribir a nivel nacional, pasaron muchas cosas en ese tiempo. Se cerró una etapa después de 15 años de gobierno del Frente Amplio. Llegó una gente nueva al poder, que es la mía, porque Luis Lacalle Pou nació en 1973, los cuarentones.
Entonces, ¿qué se puede destacar de todo esto anterior? Hay una especie de embudo donde lo más lejano tiene cierta referencia, pero trato de poner énfasis a lo más cercano. Hay una realidad nueva que es todo el fenómeno del 2019 al 21 que describo, con un sistema político novedoso y una prospectiva a partir del triunfo del voto celeste y la primera gran derrota en mucho tiempo de la izquierda en materia de referéndums, abriendo un tiempo nuevo, en post-pandemia y con una coalición asentada. Y hay que explicarlo porque entre otras cosas la hegemonía de izquierda en la interpretación de todo esto no está entendiendo nada lo que está pasado, con sus anteojos sesentistas y análisis muy primitivos, en el sentido de poco sutiles.
¿Entendés que la izquierda se aferra al ‘pasado reciente’ como forma de legitimidad moral?
Claro. En vez de hacer discusiones de políticas públicas lo que hace la izquierda permanentemente desde hace cuarenta años es llevarlo al terreno moral y autoasignarse el bien. Entonces es muy difícil discutir así. Porque del otro lado presuponen que los otros son unos delincuentes, oligarcas, etc. Funciona muchísimo porque es infantil y adolescente, pero hay que pasar a un estadio de mayor profundidad analítica y descriptiva. Pero creo que no les interesa, porque en definitiva les ha dado resultado por lo menos entre 2004 y 2014.
El auge y hegemonía de la izquierda, ¿cómo se va dando y qué capitalizó para lograr el poder?
Primero la cultura en el sentido de la narración histórica de lo que ocurrió en los últimos sesenta años. Si te parás en 1960 y hacés una narración que llega a las escuelas, a las maestras sobre todo, al liceo y todo va en el mismo sentido, la normalidad cultural interpretativa de lo que ocurre irá por ahí. Si a eso le sumamos un proceso de crisis económica importante del ’60 para acá, que hizo que las clases medias perdieran poder adquisitivo y que recién se empezaron a recuperar a partir del 2004 y 2005, entonces calza también de que hay unos ‘malos’ que perjudican el bolsillo.
No digo que haya una especie de complot, pero hay una presencia izquierdista muy fuerte. Hay en Uruguay un mundo urbano que está muy marcado por su cultura izquierdista que tiene 60 o 70 años. Creo que el gran problema es la ley orgánica de 1958 que politizó tremendamente a la Universidad de la República y la hizo un bastión de izquierda, al servicio de una ideología, algo espantoso. Y además se han perdido enormes niveles en los rangos internacionales, antes venía de otros países a estudiar acá, hoy es impensable.
¿Qué condiciones objetivas se dieron para que surgiera la coalición republicana?
Primero hay un entendimiento cabal que parte de Lacalle Pou, pero no solamente, sobre las nuevas reglas de juego de 1997, que no tuvo buena parte de la vieja generación. Implica que la acumulación histórica dentro de los partidos políticos ahora se hace en la primera vuelta, pero se elige en el balotaje, lo que implica una acumulación de distintos partidos. Eso lo entendió también Manini y de alguna forma, aunque no tanto, Talvi, pero sí lo tenía recontra entendido Sanguinetti. Pero no lo había entendido Bordaberry en 2014 que después que gana la interna le pega a Lacalle Pou de manera inconcebible porque ve que no pasa el balotaje. Tampoco lo había entendido en su momento Juan Andrés Ramírez en 1999, por poner ejemplos. Ahora sí se entendió y también que no se podía seguir más por el mismo camino luego de quince años del Frente Amplio.
De todas formas, hay que reconocer a Manini y a Cabildo Abierto que captaron que para que esto funcione bien había que hacer otra entidad que permita canalizar a gente que no es ni blanca ni colorada, pero tampoco frentista, y que tiene que tener su manifestación. Y es algo sorprendente para muchos que no lo vieron venir. Si esa solución, me refiero a esa oferta electoral concreta, no hubiera existido, yo no sé si hubiera ganado la coalición republicana. Creo que hay una enorme inteligencia electoral y enorme coraje político que hay que reconocerle. Después podrás estar de acuerdo o no, pero del punto de vista del entendimiento del sistema, sin eso no se ganaba.
¿Cómo sigue la coalición?
La ecuación que surge hay que preservarla notoriamente, porque no solo ganó en el 2019 en octubre con amplia mayoría, también en noviembre en el balotaje, luego en 16 departamentos de 19 y ahora un último triunfo gigantesco con el referéndum. No para de ganar esa coalición y hay que decirlo claramente. No quiere decir que siga ganando, pero algo pasó y creo que formó parte del entendimiento de una nueva acumulación política.
¿El nombre de la coalición republicana por qué tiene sentido?
Tengo un libro hecho en 2009 que se llamó La renovación republicana. Lo de la coalición multicolor no me parecía, era muy infantil. Y queda mal que lo diga, pero se me ocurrió ponerle coalición republicana, lo hablé con algunos en el diario y fue prendiendo. No digo que fuera solo mía la idea, pero prendió.
Lo que tienen en común los partidos que forman parte de la coalición es el respeto por el voto, esa es la última parte del libro. La obsesión del voto es muy uruguaya y se perdió un poquito en los últimos 15 años, cuando quieren que la gente del exterior vote siendo que en 2009 se laudó que no era así, también con lo de la ley de caducidad. Y esa cosa jacobina izquierdista de alguna forma diferencia radicalmente un lado y el otro.
En tus columnas haces mención al ‘rumbo reformista’ que debe tener la coalición de gobierno. ¿Qué implica y qué desafíos tiene en el largo plazo?
Es todo un tema, porque en Uruguay todo el mundo sabe que se tienen que hacer reformas importantes para mantener un crecimiento a largo plazo que tiene que ser superior al actual, más en un país envejecido. Si acá no se logra que la coalición republicana, con su agenda, gobierne 15 o 20 años, creo que es una gran marcha atrás. Ese tiene que ser el objetivo, legítimamente, sin cambiar reglas de juego. Y en ese tiempo medir el ímpetu reformista. Apurarse ahora para que después llegue el Frente Amplio y lo eche para atrás es quedar en cero. Creo que ahí está la clave y no lo defino yo, sino los políticos que entienden mejor desde lo electoral hasta dónde se puede ir.
Viviste en Chile algunos años. ¿Cómo ves la situación que atraviesa el país desde el estallido de 2019 y qué aprendizajes para Uruguay?
Chile entró en un tobogán insalvable. Infelizmente llegó a un techo y va a empezar una decadencia que no tiene arreglo en el corto plazo. Ese país procesó su renovación generacional y dirigencial con un mecanismo histórico chileno que es cierta revolución, que termina llevando a Boric al poder. El problema de la derecha allá es que no es democrática, en el sentido que no le interesa la dimensión popular, sino que se apoya en poderes fácticos y por otro lado a la izquierda no le interesa la democracia en el sentido que no cree en la representación democrática sino en el poder de las calles y otras cosas.
El aprendizaje es que se precisa cuando tenés 30 o 40% de izquierda como en Uruguay, algún actor izquierdista que crea en la democracia representativa, sino todo es mucho más difícil o imposible. Se precisa un Seregni que crea en la democracia y no que crean en un Maduro, para ponerlo en términos concretos. Y también, por otro lado, una coalición como la republicana, democrática y no una cosa elitista y antipopular como lamentablemente hay en Chile.
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