El 24 de noviembre, la elección de la fórmula presidencial que gobernará al Uruguay durante los próximos cinco años coincidió con la fiesta católica de Cristo Rey. Esta coincidencia nos lleva a preguntarnos ¿quién gobierna nuestras vidas? ¿Los políticos? ¿Las leyes? ¿Los burócratas de los organismos internacionales? ¿O Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores?
Es evidente que los políticos, las leyes de los Estados y cada vez más los condicionamientos que los organismos internacionales imponen a las naciones a cambio de préstamos y ayudas inciden en nuestras vidas. Sin embargo, ni los políticos locales, ni los burócratas internacionales al servicio de poderosos intereses globales pueden avasallar nuestra libertad interior: nuestra conciencia.
Cuando Viktor Frankl dice que “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”, se refiere a esto: desde fuera, pueden condicionar nuestra existencia de mil maneras distintas; pero solo nosotros determinamos el sentido de nuestras vidas: el “por qué” depende de cada uno.
Para muchos de nosotros, el “por qué” es Cristo. Guiados por sus enseñanzas, contenidas en el Magisterio de la Iglesia católica de siempre, aprendemos a soportar prácticamente todos los “cómo”. Y asumimos el compromiso de cambiar para mejor la sociedad en la que vivimos, procurando que en ella reine Cristo.
Ahora bien, para que Cristo reine en la sociedad, debe empezar por reinar, en primer lugar, en nuestros corazones, en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras actividades profesionales, sociales, culturales…
¿Pretendemos acaso, volver a los Estados confesionales? Es una opción que no hay que descartar, aunque en el Uruguay de hoy no están dadas las condiciones para que ello ocurra. Entonces, ¿cómo puede reinar Cristo en una sociedad pluralista?
A nuestro juicio, puede volver a reinar –aunque sea mínimamente– si los orientales volvemos a respetar la Constitución de la República, que de hecho se funda en la ley natural: por si alguien lo ha olvidado, nuestra Carta Magna es de filiación jusnaturalista.
¿En qué asuntos urge respetar la Constitución para que Cristo reine –al menos un poco más que ahora–? En aquellos principios que Benedicto XVI calificó de “no negociables”. ¿Cuáles son estos principios?
El primero de todos, es el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Para que se respete mínimamente este principio –¡y nuestra Carta Magna!–, entendemos que deberían revisarse –y eventualmente derogarse– leyes como la del aborto, la de fecundación in vitro, la de marihuana y seguir trabajando para frenar, a como dé lugar, la ley de eutanasia.
El segundo principio es el respeto, la protección y el amparo por parte del Estado, al matrimonio y la familia, tal como se entienden desde la ley natural. Por eso pensamos que deberían revisarse aquí –y eventualmente derogarse– ciertas políticas de “matrimonio” igualitario y divorcio –el cual que cada vez, lamentablemente, es más “exprés”–.
El tercer principio, es la libertad de educación. Durante este período de gobierno, la LUC admitió alternativas educativas que no exigen la institucionalización de los alumnos. Ahora bien, cuando se denunció a los menonitas de Florida por educar a sus hijos en casa, solo el consejero Gabito Zóboli (PN) reconoció la innovación introducida por la LUC. Por eso es necesario seguir recordando al sistema político que nuestra Constitución reconoce y ampara la libertad de los padres para educar a sus hijos de acuerdo con sus valores y convicciones.
El cuarto principio, es la búsqueda del bien común. Este el principio es, probablemente, el más difícil de definir correctamente. Tal vez alcance con decir que es la causa final de la sociedad. O como dice Santo Tomás de Aquino: “[así) como el bien de un hombre no es el último fin, sino que se ordena al bien común, así también el bien de una familia se ordena al bien de una ciudad, que es la comunidad perfecta” (S. Th., I-IIae., 90, 3 ad 3).
Somos perfectamente conscientes de la dificultad que entraña lograr que estos principios se respeten. La situación política, cultural y espiritual de nuestra sociedad hoy, no nos permite ser muy optimistas a corto plazo. Pero, aunque se nos rían en la cara o nos corten en pedazos, son esos los principios que los católicos deberíamos promover y defender. Sin claudicar. Sin medias tintas. Es nuestra responsabilidad. ¡Es nuestro deber!
¡Viva Cristo Rey!
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