A veces, para avanzar, hay que retroceder. Para saltar un charco, hay que tomar impulso. Y para entender el mundo físico, hay que remontarse a la metafísica, que es la filosofía primera.
Lo primero que capta nuestra inteligencia es que las cosas son. Antes de saber que una vaca es una vaca, sé que es algo. La metafísica estudia el ser en sí mismo y los aspectos o propiedades de las cosas que son.
Esas propiedades, se llaman “trascendentales”, y las fundamentales son cuatro: lo uno, lo verdadero, lo bueno y lo bello.
Lo uno. Todo ser, es uno. Si lo descompongo, deja de ser lo que era. Si carneo una vaca, deja de ser lo que era, puedo comer su carne, y usar su cuero para hacer zapatos. Pero la vaca, mientras es vaca, aunque tenga muchas partes, es única. Todo ser es, por tanto, indivisible y concreto.
Lo verdadero. Hoy la gente ya no se pregunta, como Pilatos, qué es la verdad, sino más bien, si la verdad existe. “La verdad -dirá Santo Tomás de Aquino- es la adecuación del intelecto a la realidad”. Si veo un ser que muge, que tiene cuatro patas, cuernos y ubre, la realidad le dice a mis sentidos, y estos a mi intelecto, que estoy ante una vaca, y no ante un caballo, porque según el principio de no contradicción, “una cosa no puede ser y no ser a la vez, y en el mismo sentido”: o se es vaca, o se es caballo.
Lo bueno. Nuestra vaca, por el solo hecho de ser, es buena. Si además es una vaca lechera, y produce mucha leche, diremos que es una buena vaca. ¿Por qué? Porque el fin último de una vaca lechera es dar leche, y cuanta más leche produzca, mejor será la vaca: cuanto más tiende a su fin último, más bueno es el ser.
¿Cuál es el fin último del hombre? Alcanzar la perfección moral. Por eso, trabajar, formar una familia, ser generoso o dar culto a Dios, puesto que tienden a la perfección moral del hombre, son bienes. Cuanto más se dona el hombre a sí mismo, más perfecto es, pues así imita a Dios que se donó a sí mismo creando todas las cosas, y murió en la Cruz para salvar a todos los hombres.
El mal, que percibimos como
existente, es en realidad la ausencia de bien o perfección que debería tener un
ser. Por eso, el mal no puede ser causado directamente, sino solo como medio
para obtener algo que se percibe como bien. Si los hombres van a la guerra, es
porque perciben que algo bueno se desprenderá de ella: por ejemplo, defender la
Patria de un invasor.
Lo bello. En general, tendemos a pensar que lo bello es
subjetivo: ¡sobre gustos no hay nada escrito! En realidad, no es tan así,
porque según Santo Tomás, la belleza “es aquello cuya vista agrada”, porque
tiene “la debida proporción”. Es así, que los sentidos se deleitan en ello.
Contemplar una puesta de sol en la montaña, es mucho más agradable que
contemplar un basural.
Así como lo verdadero se relaciona con la capacidad de la inteligencia de conocer, y lo bueno con la capacidad de la voluntad de apetecer, lo bello se relaciona con el espíritu, causando complacencia, satisfacción, emoción, gozo, plenitud, realización. Lo específico de lo bello es el deleite de conocer y amar al ente, y disfrutar de su perfección.
Lo bueno y lo bello son, además, idénticos, porque ambos merecen alabanza, aunque la belleza, a diferencia de la bondad, añade cierto orden a la capacidad de conocer, “de manera que se llama bien a lo que agrada al apetito, y bello a aquello cuya sola contemplación agrada”.
A través de la belleza de lo creado es posible inferir la existencia de Dios, ser en plenitud y belleza plena.
¿Por qué importan los trascendentales?
Porque hoy, más que nunca, importa recuperar el realismo. Las cosas son lo que son. Como dice Kesman, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: el hombre es hombre y la mujer es mujer. Hay verdades que podemos descubrir: basta con contemplar la realidad y dejarnos informar por ella. Hay bienes que son objetivos, y el mal, es la ausencia de bien: depende del hombre obrar el bien real para alcanzar su fin último, u obrar por fines que solo son buenos en apariencia. Hay en el mundo, belleza. Contemplarla, deleita nuestros sentidos y nuestro espíritu, y nos lleva a pensar en la existencia de un Creador.
Por lo expuesto, parece claro que lo que necesita el mundo de hoy, no es un “reinicio”, sino una restauración: si queremos de verdad recuperar la sensatez y vivir como hombres libres, la única alternativa, es dejar de lado las ideologías y volver al realismo filosófico.
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