Llega el fin de año, según el calendario gregoriano de nuestra civilización occidental y cristiana, generándonos la sensación de una especial oportunidad de reiniciar nuestra vida y volver a comenzar. A su vez, es común que se nos desee un vago ¡Felices Fiestas!, a veces como una implícita negación del contenido religioso de la fecha y otras con el ánimo de no ofender las convicciones religiosas o filosóficas de quien recibe el saludo cuyas convicciones se desconocen. En algunos casos, entonces, la expresión es la manifiesta voluntad de soslayar el significado religioso de la fecha y en otras una manifestación de temor, pero en ambas queda evidente una implícita falta de respeto al hecho que se conmemora. En lo personal, he decidido contestar siempre con la expresión con la que título esta columna por dos razones, la primera es que no deseo faltar a la verdad y la segunda porque, así como otros pueden hacer gala de sus convicciones anticristianas, yo tengo el derecho y el deber de hacer pública las mías.
Es cierto que vivimos una revolución cultural que no se inició hace algunos años con el marxismo gramsciano. La revolución tiene más de quinientos años de pretender demoler la civilización sobre cuyos principios se construyeron las universidades, los hospitales, los orfanatos, los monte de piedad para salvar a los humildes de la usura, etcétera, así como se sentaron principios de convivencia aún vigentes. Esta civilización tuvo su concreción mas excelsa en Europa y de allí se derramó al mundo, en especial a América. Como he señalado en otras oportunidades, es la civilización más exitosa de la historia de la humanidad, al extremo de que el éxito de países asiáticos se basa en haber adoptado muchos de los cánones de occidente, como bien lo señalaba ya hace años Alberto Falcionelli en su obra y Sociedad occidental y guerra revolucionaria. Debido a ello es inexplicable el auge de chamanes y gurúes, verdaderos charlatanes, promotores de una meditación intrascendente que no vincula al ser humano con su dimensión sobrenatural. Afortunadamente, de manera lenta pero progresiva, la gente comienza a advertir que no hay mejor autoayuda que regresar al cultivo de los principios cristianos fundamentalmente resumidos en el Decálogo que Jesús extendió a todos los pueblos del mundo, como el respeto de padre y madre, la condena de la mentira, del hurto, de la infidelidad y el deber de amar al prójimo, por lo que corresponde perdonar al arrepentido, etcétera.
Estamos próximos a festejar nuevamente la natividad de Jesús, protagonista de la historia de nuestros pueblos, para nosotros los cristianos Dios hecho hombre para nuestra salvación, por lo que con entusiasmo les deseamos a todos ¡feliz Navidad!



















































