En 1996, el científico estadounidense Alan Sokal dejó al descubierto la falta de seriedad de la revista académica Social Text, en la que publicó un artículo plagado de afirmaciones pseudocientíficas, pero que, al estar escrito en jerga posmoderna, sonaba bien. La tesis principal del “paper” era que la gravedad cuántica era un constructo social. Se despachaba contra las ciencias empíricas, y se citaban numerosos autores “políticamente correctos” (Lacan, Derridá, Kristeva). Sokal anunció que el artículo era un engaño y estalló el escándalo.
En 2018, Peter Boghossian, James A. Lindsay y Helen Pulckrose publicaron en distintas revistas académicas especializadas en asuntos de género y diversidad, doce artículos falsos con tesis aberrantes. El objetivo era mostrar el relativismo moral que reina en las publicaciones de prestigiosas universidades norteamericanas. Así, publicaron citas de Mi Lucha, sustituyendo el término “judío” por “hombre blanco”. Una revista, llegó a validar a Hitler al publicar que “si no erradicamos al hombre blanco celebraremos el funeral de la humanidad”.
Otros artículos falsos que pasaron los filtros editoriales concluyeron que era necesario educar a los hombres como si fueran mascotas para reducir su agresividad sexual; que la obesidad es una forma de culturismo; o que los hombres blancos, poseedores de todos los privilegios, deberían ser tratados con la máxima crueldad para que abandonaran voluntariamente sus posiciones de poder. Toda esta sarta de disparates se presentó envuelta en una espesa capa de jerga académica, posmoderna, progresista, inclusiva… Una vez revelada la trampa, volvió a estallar el escándalo.
Hoy, lo que escandaliza, ya no son las bromas de autores de artículos falsos, sino decisiones como la que acaba de tomar la prestigiosa universidad Johns Hopkins. En su nuevo glosario, esta casa de estudios redefinió la palabra “lesbiana” como “una persona que no es hombre atraída por personas que no son hombres”. El mismo glosario define “hombre gay” como: «un hombre que se siente emocional, romántica, sexual, afectiva o relacionalmente atraído por otros hombres o que se identifica como miembro de la comunidad gay».
Ahora bien… ¿dónde queda la mujer? Porque un hombre parece que sí puede ser gay; pero una mujer a la que se define como “no hombre”, no existe. Se cumple así lo anunciado por Giorgia Meloni en un discurso en España: “El verdadero objetivo de la ideología de género no es la lucha contra la discriminación, ni la superación de las diferencias entre hombres y mujeres. El verdadero objetivo, no declarado, pero trágicamente evidente, es la desaparición de la mujer, y sobre todo, el fin de la maternidad”.
En un artículo publicado en La Gaceta1 sobre este tema, dice Karina Mariani, “es la propia identidad y existencia femenina la que es ridiculizada, fetichizada y finalmente sacrificada en el altar de los derechos de un activismo agresivo. En Gran Bretaña, el Servicio Nacional de Salud (NHS) eliminó la palabra “mujer” de su guía de salud en línea para cambiarla por “titulares de cuello uterino”, denominando así a quienes reciben tratamiento por cáncer de cuello uterino, útero y ovario… ¡órganos que son exclusivamente de mujeres!”
Así, lo que comenzó como una justa demanda por la igualdad de derechos, concluye con la negación de la existencia de la mujer… ¡en una de las universidades más prestigiosas del mundo! Afortunadamente, aquí también estalló el escándalo, y los redactores del glosario se vieron obligados a eliminar la definición, junto con la página de su sitio web.
El problema de fondo es que durante años se ha estado tratando como ciencia algo que no lo es. Obviamente, quienes otorgan masters y posgrados en “género”, aparentan ser grandes intelectuales: hablan en jerga técnica y publican “papers” en revistas “científicas”… Por eso algunos –bien intencionados, pero ingenuos– han tratado de distinguir a quienes promueven los “estudios de género”, de la “ideología de género”, como si con los primeros se pudiera dialogar seriamente. A la vista están los resultados. El rigor científico y el sentido común brillan por su ausencia entre los “académicos” de género. Lo que sí abunda es un dogmatismo hegemónico, relativista, “woke”. Prueba concluyente de que los “estudios de género” también son una farsa.
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