En la cumbre de Foz de Iguazú, Uruguay expresó su “desilusión” por otro aplazamiento del acuerdo con la UE y abogó por mayor flexibilidad dentro del bloque. Este momento refleja la tensión entre la lealtad regional y la imperiosa necesidad nacional de acceder a nuevos mercados.
El escenario estaba listo para un hito histórico. Después de más de dos décadas de negociaciones, el esperado acuerdo de asociación estratégica entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) iba a firmarse este sábado 20 de diciembre. Sin embargo, una vez más, la foto quedó para otra ocasión. La falta de consensos internos dentro de la UE, con las últimas dudas de Italia sumadas al tradicional recelo de Francia, obligó a un nuevo aplazamiento.
Frente a este panorama, la reacción de Uruguay fue de una franqueza inusual. El presidente Yamandú Orsi y su canciller, Mario Lubetkin, no ocultaron su “desilusión”. Pero más allá del sentimiento, expresaron con claridad una postura estratégica que viene ganando fuerza en Montevideo: la pertenencia al Mercosur es valiosa, pero las reglas del juego para negociar con el mundo deben modernizarse y flexibilizarse urgentemente. En un contexto internacional de incertidumbre y reglas cambiantes, Uruguay, un país agroexportador por naturaleza, siente que el tiempo y las oportunidades comerciales no pueden seguir esperando por un bloque que avanza a la velocidad del socio más lento.
Un desencanto anunciado
La frustración uruguaya no es producto de un arrebato momentáneo. Es la culminación de una intensa agenda diplomática desplegada durante meses. Ya en octubre, el canciller Lubetkin realizó una gira por Europa –visitando Roma, Berlín, Bruselas y Barcelona– con el claro objetivo de impulsar la firma del acuerdo antes de fin de año.
En sus intervenciones, Lubetkin fue más allá de lo comercial, definiendo el pacto como “una señal de confianza política” y “el nacimiento de una comunidad para los próximos 20 años”. Uruguay, desde su mirada de país pequeño y abierto, entendía que este acuerdo trascendía las cuotas de carne o los aranceles industriales; era una forma de anclar su economía a un bloque de alto valor agregado y estándares exigentes. La impresión que trajo el canciller de Europa era optimista: el “espectro mayoritario” de la UE quería “cerrar rápido”. Por eso, el anuncio del aplazamiento, a solo días de la cumbre, golpeó con especial fuerza en Montevideo que había elevado sus expectativas por encima del umbral de lo real. Porque, en definitiva, la frustración uruguaya no viene de ahora, sino que se suma a otros antecedentes, como por ejemplo cuando los socios mayores del Mercosur trancaron la posibilidad de que Uruguay firme un tratado de libre comercio con china durante la anterior legislatura.
La rigidez del Mercosur frente a la urgencia uruguaya
El núcleo del planteamiento uruguayo en Foz de Iguazú fue una petición directa: flexibilizar las reglas que obligan al bloque a negociar acuerdos comerciales con terceros de manera monolítica. El argumento es pragmático. “Las necesidades de cada Estado parte del bloque no siempre coinciden”, señaló Lubetkin. Para Uruguay, cuya economía depende críticamente de las exportaciones agropecuarias, el acceso a mercados es “fundamental” para su desarrollo.
La postura encontró un eco, aunque con matices, en Argentina. El presidente Javier Milei criticó abiertamente la lentitud del proceso conjunto, señalando que “cuando el Mercosur intenta avanzar de manera monolítica, los procesos se dilatan y las oportunidades se pierden”. Sin embargo, la posición de Brasil, el gigante del bloque, es más cautelosa. Mientras Lula da Silva mantiene el acuerdo con la UE como una prioridad geopolítica, acepta el nuevo plazo fijado para enero en Paraguay.
Esta tensión revela la asimetría fundamental del Mercosur. Para Brasil y Argentina, el bloque es, ante todo, una plataforma de proyección política y una herramienta para negociar desde una posición de mayor peso. Para Uruguay (y en menor medida Paraguay), es también un canal comercial vital, pero cuyas rigideces pueden convertirse en un corsé que limite sus opciones de crecimiento en un mundo que no espera.
La compleja geopolítica del acuerdo UE-Mercosur
El aplazamiento no es un simple trámite burocrático más. Es el síntoma de las profundas divisiones geopolíticas dentro de la propia Europa, un fenómeno que Uruguay observa con preocupación pues entiende que su destino comercial está atado a una disputa ajena.
Por un lado, países como Alemania, España y las naciones nórdicas ven el acuerdo como una necesidad estratégica. En un mundo de rivalidad entre grandes potencias, diversificar socios y asegurar el acceso a materias primas y mercados en una región estable como Sudamérica es una prioridad. Para España, además, existe un componente histórico y de influencia cultural.
Por el otro, Francia lidera un grupo de naciones (con Bélgica, Austria, Polonia e Irlanda) que perciben el tratado como una amenaza a su “autonomía estratégica”, especialmente en el sensible sector agrícola. Su temor no es solo económico, sino también social y territorial. La última incorporación a las reticencias fue Italia, cuyo peso demográfico (tercer país de la UE) le da un poder de veto indirecto decisivo.
La estrategia paralela: Uruguay no pone todos sus huevos en la misma canasta
Quizás el elemento más revelador de la nueva estrategia uruguaya no sea su crítica al Mercosur, sino sus acciones paralelas al bloque. Ante la parálisis predictible de las negociaciones con la UE, Montevideo ha activado una agenda externa propia y diversificada.
El hito más significativo de este año fue la incorporación de Uruguay al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico. Este movimiento le da acceso privilegiado a mercados clave de Asia-Pacífico como Japón, Vietnam, Canadá y Australia, permitiéndole competir en igualdad arancelaria con otros grandes exportadores agroalimentarios. Además, en septiembre, se concretó la firma del acuerdo comercial entre el Mercosur y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), que integran Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein.
Este acuerdo con la EFTA es visto en Uruguay como un modelo a seguir. Mariana Ferreira, directora ejecutiva de Uruguay XXI, lo definió como “de la más alta norma” y destacó que refuerza la imagen del país como un socio confiable, con estabilidad institucional y compromiso con la sostenibilidad. Atraer inversión de alto valor de estos países –como ya ocurre con 45 empresas EFTA que operan en Uruguay, 35 de ellas suizas– es tan importante como venderles carne.
El futuro: ¿Mercosur de varias velocidades o ruptura silenciosa?
La cumbre de Foz de Iguazú dejó en claro que la presión por cambiar las reglas del Mercosur va en aumento. Uruguay, respaldado en parte por Argentina, aboga por un “Mercosur de varias velocidades”, donde cada país pueda avanzar en su agenda comercial externa según sus capacidades y urgencias, sin romper el núcleo de la unión aduanera.
La presidencia pro tempore que ahora asume Paraguay tendrá el difícil desafío de gestionar estas tensiones. El presidente Santiago Peña se mostró pragmático: “Seguiremos esperando en el altar, pero no podemos esperarle solamente a la Unión Europea”. Su tarea será avanzar en las otras negociaciones en curso, como las de Emiratos Árabes Unidos y Canadá, y lanzar otras con Corea del Sur, el Reino Unido e Indonesia, tal como pidió Uruguay.
Para Uruguay, la ecuación es clara: la integración regional es un pilar de su política exterior. Pero también hay que admitir, que en un mundo fragmentado y con un sesgo cada vez más proteccionista, un país que basa su prosperidad en exportar alimentos al mundo no puede darse el lujo de una estrategia comercial predecible y lenta.



















































