La prospectiva es una herramienta de observación del entorno a largo plazo que tiene como objetivo la identificación temprana de aquellos aspectos que pueden tener un gran impacto social, tecnológico y económico en el futuro. Esta semana será lanzado el Centro de Estudios Prospectivos, cuyo cometido es crear un espacio transversal para analizar opciones relacionadas al futuro del país, en busca de caminos consensuados de acción.
¿Qué nos compra el resto del mundo? Carne para el asado, celulosa para fabricar papel y soja para alimento porcino. Estos tres rubros, los principales de nuestra exportación, representan en años normales un cincuenta por ciento del valor total exportado. ¿Qué tienen en común? Poco valor agregado.
En su pico de actividad el frigorífico Anglo empleaba 3.500 operarios y surtía a media Europa con productos cárnicos industrializados. Un siglo más tarde, lo que queda es un patrimonio histórico de la humanidad según Unesco.
¿Cómo se desindustrializó el país? Seguramente la competencia del exterior en manufacturas baratas fue un factor importante, con una relación de precios que favorecía la competitividad externa frente a la productividad local.
Hoy quedamos con algunas áreas en las que la ventaja comparativa aún no se ha erosionado frente al alto costo de producción interna (básicamente agro) y con servicios que cada vez son más caros en relación con nuestros países vecinos.
Un modelo que quedó en el tiempo
Esta es nuestra economía de bienestar que supo ser la envidia de América hasta que colapsaron los precios de nuestras exportaciones ante el cese del fuego en las Coreas. De allí en adelante, cuesta abajo. Pero poco cambió. Algún amague al alza de vez en cuando en los mercados, pero nada duradero hasta que apareció China.
Uruguay se bancó cincuenta años con el PIB creciendo a un promedio de 1,5 por ciento anual, lo cual es casi nulo en términos per cápita. Luego quince años del superciclo de las materias primas al 4,2 por ciento anual, seguido de un regreso a la normalidad con un promedio del 0,8 por ciento anual desde 2017 hasta el presente. Ello muestra la vulnerabilidad del modelo adoptado (o heredado desde los albores de la independencia). Al 1,5 por ciento anual de crecimiento hacen falta 47 años para duplicar el PIB. Al 4,2 por ciento hacen falta solamente diecisiete años.
La inestabilidad permanente
Peor aún es la inestabilidad. Si los precios y salarios internos se ajustaran a los términos de intercambio internacionales, se estaría sometiendo a la población a altibajos en sus estándares de vida, con el costo político que ello implica para el gobierno de turno.
Pero el intento de mantener los estándares de vida y las conquistas sociales lleva a la monetización del déficit fiscal y a la hiperinflación. A su vez, bajo regímenes de tipo de cambio fijo o controlado, el resulto inevitable es la frecuente devaluación de la moneda que agrega impulso inflacionario a la economía. Desde 1954 hasta entrado el siglo XXI Uruguay vivió estas peripecias de manera permanente.
Una economía del bienestar como la que pretendemos no puede depender financieramente de una base impositiva tan volátil como los mercados de productos primarios agropecuarios. Lo que hoy es conquista social, mañana se convierte en fuente de déficit fiscal y desestabilización. No somos país petrolero ni controlamos la oferta en los mercados mundiales.
Uruguay: evolución del PIB en dólares constantes de 2010
El jamón del sándwich
Hay una percepción de fondo de que –más allá de las esporádicas alzas provenientes de los mercados internacionales– nuestro país aún carece de estructuras y mecanismos adecuados para encarar un crecimiento económico sostenido.
El nivel de actividad y la recaudación fiscal son muy susceptibles a la variación en los precios de las materias primas. Antes el problema se solucionaba con inflación, pero en los últimos años se ha recurrido al aumento de la presión fiscal. Ello ha disminuido el déficit, pero al precio de reducir el ingreso real de las clases medias, los verdaderos artífices de la estabilidad económica y política de la nación, así como de las pequeñas y medianas empresas, los principales creadores de empleo.
Uruguay debe buscar bases más sólidas si quiere mantener su economía del bienestar (es decir, con conquistas sociales que representen una red de seguridad que se interponga entre los hogares y la indigencia). Para ello serán necesarios profundos cambios en el funcionamiento del país y sus sistemas educativos.
Hoy son pocos los estudiantes uruguayos que emergen del sistema educativo público con capacidades que los habiliten a emprender actividades u ocupar empleos de responsabilidad. Y de estos, una parte significativa le saca mejor provecho a su situación migrando a otros países donde sus habilidades son mejor pagas.
Una visión crítica
Nuestro país ha sido sobrediagnosticado pero subtratado. Aun si pudiésemos resolver los principales aspectos macro (gastar, emitir y endeudarse menos), no resolveríamos el problema del estancamiento endémico que aqueja al país.
La válvula de escape es la migración. No de los pobres, quienes no tienen adónde ir. Ni de los ricos, si es que existen en Uruguay, sino de clase media. Comap por arriba, Mides por debajo y la clase media como jamón del sándwich. ¿Cuánto más puede aguantar este modelo? ¿Hasta que el último egresado universitario se vaya del país?
Debemos buscar fuentes más estables y promisorias para avanzar en la generación de ingresos nacionales y así ir cerrando la brecha que hoy nos separa de los países avanzados en materia económica. Uruguay podría volver a ser un país avanzado, pero el camino será largo. Cuanto antes comience, mejor.
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