Establecimientos que conservan la cultura y la tradición productiva heredada de generación en generación.
A impulso de la Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas (Dinapyme) del Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM), en conjunto con el Ministerio de Turismo (Mintur) y las intendencias de Lavalleja, Maldonado, Rocha y Treinta y Tres, la consultora Alterna elaboró el informe “Relevamiento de emprendimientos industriales y microindustriales rurales para la región este” (110 páginas), presentado a mediados del año pasado y que implicó un estudio y análisis interdisciplinario de varios meses (junio a diciembre de 2023), liderado por la Ec. Cecilia de Soto.
El trabajo permitió identificar y caracterizar las unidades productivas, sus principales fortalezas y desafíos, así como su potencial comercial y turístico, convirtiéndose en una herramienta de diseño de políticas públicas para el desarrollo productivo, comercial y territorial.
Uno de los ocho investigadores del equipo de trabajo fue el Dr. Yamandú Vinay, médico veterinario con formación en desarrollo territorial y procesos de evaluación, quien fue consultado por La Mañana. Dijo que trabaja en temas de desarrollo territorial desde hace 20 años, con foco en desarrollo rural, tanto en Treinta y Tres como en la región este, y últimamente a nivel del país.
“En los últimos tiempos, el perfil del sector rural y de los microemprendimientos rurales no ha cambiado tanto, aunque hay algunas cadenas de valor que podemos decir que avanzan a un ritmo un poco mayor, por ejemplo, la arrocera”, expresó. Eso pasa “por muchos factores profundos que habría que analizar. Pero en términos generales, para los microemprendimientos rurales y los que tienen alguna fase industrial o de manufactura pequeña, la tendencia es que haya cierta estabilidad en cuanto a su mejora y en cuanto han avanzado en sus logros, en los productos que desarrollan o en sus procesos. Hay excepciones, pero la tendencia es a mantenerse”.
Diferencias internas en la zona este
Vinay destacó que dentro de una misma región –en este caso el este– hay diferencias notorias: “No se compartan de igual forma Treinta y Tres que Maldonado o Rocha”. Esa variabilidad “se debe a muchos factores” y el resultado es que “unos predios puedan crecer más que otros y a otra velocidad”.
Un ejemplo de ese comportamiento diferente se ve al comparar el área de la cuenca de la laguna Merín que abarca el departamento de Treinta y Tres y parte de Lavalleja, Maldonado y Rocha, con la región costera de Rocha o Maldonado. “Las diferencias son claras en indicadores sociales y económicos, con índices de desocupación bastante más altos en Treinta y Tres que es el departamento con mayor tasa de desempleo”.
Hasta se constata una diferencia en el comportamiento demográfico: “Mientras Treinta y Tres pierde población, Rocha y Maldonado la ganan”.
También “hay diferencias en el mercado, en los potenciales clientes que estos microemprendimientos pueden llegar a tener, ya sea por un tema de cantidad como de poder adquisitivo. En la zona costera, el poder adquisitivo es mayor”, lo que favorece los microemprendimientos locales o próximos, mientras que para las zonas más alejadas “es más difícil poder escalar y desarrollarse”, además de que entre diciembre y febrero Maldonado y Rocha tienen un “notorio cambio que no se da en otros departamentos”.

La incidencia del territorio
En esa realidad hay una incidencia multifactorial. Incluso “el territorio va indicando qué producir. Por ejemplo, en Treinta y Tres no existe una cadena lechera, solo tenemos dos tambos que remiten a Conaprole y una quesería artesanal, y eso porque el territorio marca los procesos productivos y las cadenas de valor que se instalan”.
Desde el punto de vista turístico, “Treinta y Tres tiene otro perfil, va más a la naturaleza, vinculado a las sierras, a las quebradas, es un turismo más de todo el año o con algún pico en Semana de Turismo, pero no es una zafra en una estación” determinada. Los microemprendedores de la zona turística saben que en determinade época del año se pueden armar de volumen de lo que producen y en esos tres meses pueden hacer la diferencia”.
En otro orden, Vinay señaló que los pequeños emprendimientos, urbanos como rurales, “para desarrollarse dependen mucho de los apoyos institucionales, más aún en el sector rural” que debe hacer frente a “la distancia de la institucionalidad”, lo que obliga a la elaboración de “políticas específicas”, generando “ciertos tipos de apoyos”. Si se está en un prendimiento urbano, “el acceso a esos soportes es más fácil”.
En el caso de Treinta y Tres los microemprendimientos rurales son “predios hortícolas que producen distintas especies, que pueden tener una venta directa o algún grado de procesamiento y un mercado de valor diferencial. Por ejemplo, productores de tomate que hacen salsas, productores apícolas que puede vender su miel a granel o fraccionada, otros que desarrollan bebidas a partir de frutos nativos, o los que elabora queso artesanal”. No son solo alimentos, “en el rubro ovino están las producciones que se realizan partiendo de la lana”, ejemplificó.
El punto es que “esos emprendimientos que están ubicados cien por ciento en el campo van a lograr desarrollarse, crecer y aumentar sus ingresos en la medida que tengan mercados”. Significa que dependerán de “vender todo lo que van produciendo y que el mercado más cercano pague lo adecuado” para los parámetros nacionales. “Si los mercados son chicos y de poco valor es muy complejo lograr el desarrollo necesario”.
El rol de la institucionalidad
¿Cuál es el papel que juega la institucionalidad en ese escenario?, el de “dar apoyo con distintas herramientas para que esos emprendimientos accedan a los mercados, pero también puedan acceder a la tecnología para producir más eficientemente”.
El cumplimiento de la normativa también es “muy importante”, en especial “para el rubro alimentos”, enfatizó Vinay, porque “quienes cumplen toda la normativa son los que acceden a mercados de mayor valor”, aunque atender todos los requerimientos por sí solos “puede ser muy difícil y se requiere el apoyo de instituciones departamentales y nacionales”. Ese sostén existe, a través de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE) o las intendencias como gestoras de políticas públicas.
En Treinta y Tres funciona una planta de procesamiento de alimentos donde los emprendedores pueden hacer su parte industrial allí con todas las habilitaciones; para los apicultores hay tres plantas de extracción de miel que permiten extraer la producción cumpliendo toda la normativa.
Esas son herramientas que facilitan el acceder a los mercados, pero “deberíamos reflexionar un poco más profundo en los procesos de extensión regionales y nacionales, para llevar los técnicos, las capacitaciones, las herramientas disponibles al medio rural. Eso debiéramos fortalecerlo en el corto, mediano y largo plazo, porque la mayoría de quienes gestionan los microemprendimientos rurales viven en el campo, con sus aspectos culturales que no quieren perder, sus tradiciones que se han ido pasando de generación en generación, y de esa forma hay un rescate cultural”.
“Hay que acumular muchas capacitaciones, hay que tener acceso a equipamiento, a infraestructura. Si nos interesa que el sector hortícola tenga herramientas, maquinarias, espacios adecuados, tengo que darle los apoyos, ir hacia ellos, trabajar con ellos en sus espacios, darle las herramientas financieras requeridas para que puedan acondicionar según la normativa. Eso se hace en el medio rural, con ellos, en su territorio”.
Los jóvenes rurales
Lo anterior está vinculado a un gran tema que tiene el país, y es la permanencia de los jóvenes en campo. “Los censos nos están dando que cada vez tenemos menos población rural, y las sucesiones en los distintos sistemas productivos es algo que todas las cadenas productivas lo tienen en agenda, porque las nuevas generaciones tienden a no radicarse y buscar otras oportunidades”, observó.
Así y todo, “hay varios ejemplos de gente joven, sobre todo en el sector hortícola, buscando nuevos estilos de vida, saliendo un poco de lo que son las dinámicas actuales de las ciudades, jóvenes que han buscado su lugar en la ruralidad y siguiendo sistemas productivos respetuosos del medio ambiente”.
No obstante, “los emprendimientos no van a desarrollarse solo y solos en el medio rural como si fueran una isla, sino que se articulan con otras etapas de los procesos o con otras etapas de su desarrollo que están en las ciudades, porque en definitiva es allí donde están los mercados para lo que ellos producen. Ciudades cercanas o a cientos de kilómetros”.
Esa combinación rural ciudad nos lleva a que “no tenemos que pensar de una forma aislada sino de forma articulada” entre uno y otro, “llevando los procesos de extensión, la ciencia y la tecnología a los predios, para coordinar con lo comercial y la fase industrial que se desarrollan en las ciudades”.
En esa dualidad, “no podemos perder de vista estimular la radicación en el campo ofreciendo todos los servicios requeridos como agua, vivienda, educación, caminería, transporte. Eso es parte de los procesos de desarrollo del país”.