Este año se cumplieron 75 años de la partición del subcontinente indio. La retirada británica de la región propició la creación de dos nuevos Estados, India y Pakistán. El proceso de transferencia de poder simplificó burdamente sociedades heterogéneas para que pareciera que dividir grupos sociales y trazar nuevas fronteras era lógico e incluso posible. Esta decisión desencadenó una de las mayores migraciones humanas del siglo XX, cuando más de diez millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares en busca de un refugio seguro. La partición es considerada el resultado de diferencias aparentemente irreconciliables y de las tensiones religiosas inherentes al sur de Asia. Pero tres cuartos de siglo después, es hora de reevaluar algunos de los relatos históricos que se fueron asentando.
El más importante de estos mitos es que el motivo principal de la partición fue “solucionar” diferencias religiosas. Las categorías religiosas simplistas que intentan dar sustento a la mayoría de los análisis de la partición no alcanzan a comprender la complejidad social y política de las sociedades del subcontinente asiático. En efecto, la partición empujó a la gente a identificarse con una religión determinada e incluso a emigrar, basándose en esa identidad. La creciente atención prestada a los testimonios orales y a las experiencias personales de la partición ha puesto de manifiesto que ésta no sirvió tanto para aportar una solución política, pero sí para imponer nuevas divisiones en torno a líneas nacionales y religiosas. Esto ignora la inmensa diversidad de prácticas e identidades dentro y entre los distintos grupos de la India británica, dando por sentado que el conflicto se basaba en la religión. Culturas compartidas basadas en la lengua, la literatura, la música y las tradiciones regionales y locales comunes ponen este precepto en tela de juicio.
Un segundo mito es que la violencia que irrumpió como resultado de la partición fue espontánea. Los funcionarios británicos y los líderes nacionalistas consideraron la violencia de este periodo como la respuesta de una sociedad irracional y religiosa a las complejas negociaciones políticas. Pero existe sustancial evidencia de que la violencia que siguió a la partición en 1947 no fue espontánea, ya que venía profundamente condicionada por las políticas coloniales anteriores, basadas en la separación de comunidades religiosas y en el favorecimiento de algunos grupos en detrimento de otros. Un ejemplo de esto fue la concepción de las “razas marciales” a las que se reclutaba para la policía y el ejército y se les asignaban tierras a cambio de su lealtad al Raj británico. La idea de las razas marciales se desarrolló tras el levantamiento de 1857 para identificar a ciertas comunidades que se consideraban ideales para el alistamiento militar por su etnia e hipermasculinidad y, sobre todo, por su lealtad al Estado británico. Los Sikhs, los Jats, los musulmanes del Punjab y los Gurkhas fueron todos considerados “razas marciales”.
Navtej K. Purewal y Eleanor Newbigin, profesoras de la Universidad de Londres. Publicado por The Conversation (12 de agosto de 2022)
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