El hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones –las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado– procedieran de una persona, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.
J. L. Borges
Uruguay ha sido históricamente uno de los pocos países que celebra su propio Día Nacional del Libro. A nivel internacional, la Unesco estableció una fecha simbólica basada en la coincidencia entre la muerte de figuras como Shakespeare, Cervantes y Garcilaso. Sin embargo, en Uruguay la celebración nace de un gesto aparentemente más modesto, pero con una carga simbólica aún más poderosa: el 26 de mayo de 1816, Dámaso Antonio Larrañaga –quien había sido secretario de Artigas– donó su colección de libros para crear una biblioteca nacional en un país que prácticamente no tenía libros.
Este gesto tiene un peso extraordinario si se considera el contexto. Apenas una década antes, durante las invasiones inglesas, cuando los soldados británicos preguntaron a los habitantes de Montevideo dónde podían encontrar una librería, uno de ellos respondió afirmativamente y los guio a lo que resultó ser una pulpería con un único estante y apenas 27 libros. En un entorno tan escaso de lectura, el acto de Larrañaga, al entregar miles de volúmenes, fue tan valioso como donar hoy una fortuna. Fue, sin exagerar, un acto revolucionario.
En definitiva, Uruguay ha sido un país en el que el acceso a la cultura y por sobre todo a los libros nunca fue sencillo y, de hecho, hasta el día de hoy no lo es. Por eso J. E. Rodó, reanudando la política cultural artiguista, fue protagonista de otro hecho memorable: el gran exento de todo impuesto a los libros. Esa ley es la única que sobrevivió del proyecto artiguista gracias a que la retomó el autor de Ariel y de Motivos de Proteo, en un proyecto de ley de 1910, en el que expresaba: “La exención de derechos para la circulación internacional del libro, vehículo de civilización y de cultura cuya difusión fácil y amplia es de interés humano. Y si este interés alcanza a las naciones capaces de elaborar por sí mismas la suma de producción intelectual suficiente para satisfacer sus necesidades espirituales, en el orden científico y en el literario, aún más alcanza a aquellos pueblos nuevos que por lo incipiente de su cultura. necesitan indispensablemente la asimilación de los frutos del pensamiento extraño, para formar y estimular su propia capacidad de producción”.
Lamentablemente, a pesar de todos los esfuerzos que han hecho las generaciones que nos precedieron para llevar luz a nuestra carente población, el pasado día lunes justamente en la conmemoración del día del libro y en el marco del 209º aniversario de la fundación de la Biblioteca Nacional, su nueva directora, Rocío Schiappapietra, con una formación ajena a los hábitos del archivo, pues es licenciada en Psicopedagogía, docente universitaria de esa disciplina e integrante de la directiva de la Asociación Uruguaya de Psicopedagogía, tomó la decisión de cerrar la biblioteca, arguyendo motivos altamente cuestionables.
Quienes hemos concurrido durante años a la Biblioteca Nacional sabemos muy bien que hay muchísimos jóvenes liceales, universitarios, estudiantes del interior e investigadores que utilizan diariamente sus instalaciones y se van a ver vulnerados en su derecho de acceso a la cultura. Pero parece que desde los primeros gobiernos del Frente Amplio se ha desincentivado sistemáticamente el acceso a la Biblioteca con diversas excusas.
Quizás haya que recordarle a la ciudadanía que la destrucción o cierre de bibliotecas a lo largo de la historia representa una pérdida incalculable para la humanidad. Estos actos, motivados por guerras, fanatismos políticos o negligencia, han borrado siglos de conocimiento y cultura. De todas formas, como bien indica Borges, tiene un alto grado de satisfacción –aunque triste– saber quiénes son los que cierran bibliotecas y están en desenmascarada oposición a la cultura y al desarrollo de nuestros jóvenes. Pues “quemar libros y erigir fortificaciones es una tarea común”.