En estas horas el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está por tomar una de las decisiones más relevantes en mucho tiempo. En el momento en que la principal potencia militar del mundo aparece replegándose, puede repentinamente incursionar y provocar uno de los conflictos potencialmente más cercanos a una nueva conflagración global.
El embajador de EE. UU. en Israel, Mike Huckabee, le escribió a Trump un mensaje privado que el mandatario difundió en sus redes: “Las decisiones que recaen sobre sus hombros no querría que las tomara nadie más. Tiene muchas voces hablándole, señor, pero solo hay una voz que importa. La suya”. “Confío en sus instintos. Ningún presidente en mi vida ha estado en una posición como la suya. No desde Truman en 1945”, agregó. “Usted no buscó este momento. Este momento lo buscó a usted”, recalcó el diplomático y pastor bautista.
La referencia al presidente Harry S. Truman es inquietante, por ser el responsable de autorizar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, que causaron la muerte de más de 200 mil personas. En aquel momento la justificación fue terminar la Segunda Guerra Mundial, en la que perdieron la vida entre 70 y 85 millones de seres humanos. ¿Cuál es el argumento ahora? Sería paradójico que el único país que utilice las bombas atómicas como arma sea el que está llamado a evitar que suceda. La primera vez para terminar una guerra mundial, ¿la segunda para iniciarla?
Queremos imaginar que ese escenario es altamente improbable. No obstante, en 1945 había una agonizante Sociedad de las Naciones liderada por Gran Bretaña y Francia que dio lugar a la Organización de Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad reflejó el equilibrio de posguerra y de la Guerra Fría, fundamentalmente con EE. UU. y la URSS. Actualmente la realidad es que la ONU ya no tiene el peso de antes y la prueba más cercana está en la insignificante repercusión que tuvo la reunión de urgencia del Consejo de Seguridad por la crisis entre Israel e Irán.
El reciente ataque “preventivo, preciso y combinado” de Israel contra Irán mostró sin dudas su alta capacidad en varias dimensiones –tecnológica, aérea, cibernética y de inteligencia– y que fue preparado desde hace muchos años mediante una infiltración sistemática, logrando aniquilar a varios integrantes de la Guardia Revolucionaria iraní, así como a científicos vinculados al programa nuclear. Los dos principales objetivos esgrimidos por el gobierno de Netanyahu han sido frenar la posibilidad de que Irán construya su bomba atómica y también forzar un cambio del régimen iniciado en 1979, para lo cual no descartan el asesinato del ayatolá Ali Jamenei.
Los ataques del pasado jueves se produjeron solo un día después de que la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) aprobó una resolución condenando a Irán por incumplir sus obligaciones nucleares, una medida que tuvo el voto contrario de Rusia y China, once abstenciones y diecinueve países a favor. En las últimas horas, el director general del organismo, Rafael Grossi, declaró que Irán posee material nuclear suficiente para fabricar entre seis y ocho armas nucleares, aunque aclaró que esto “no quiere decir que tengan hoy un arma nuclear”. La resolución de OIEA habilitaba, por ejemplo, a analizar el restablecimiento de sanciones internacionales contra Irán, sin embargo, los inmediatos ataques de Israel dejaron sin efecto esa vía.
La directora de Inteligencia de Estados Unidos, Tulsi Gabbard, afirmó a fines de marzo pasado ante el Comité de Inteligencia del Senado que “Irán no está construyendo un arma nuclear y que el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, no ha autorizado el programa de armas nucleares que suspendió en 2003”. Consultada por Newsweek, agregó que las agencias de inteligencia estadounidenses creen que, si bien Irán ha ampliado sus reservas de uranio, no ha tomado medidas para fabricar un arma nuclear, aunque las reservas de uranio enriquecido de Irán se encuentran en un nivel extremo para una nación sin armas nucleares, lo que genera preocupación entre los observadores internacionales. Como curiosidad, una de las últimas publicaciones de Gabbard en sus redes sociales del 10 de junio está dedicada a su visita a Hiroshima, “una ciudad marcada por el horror inimaginable causado por una sola bomba nuclear lanzada en 1945. Lo que vi, las historias que escuché y la tristeza persistente que aún se siente se quedarán conmigo para siempre”, escribió.
Según el especialista en asuntos internacionales Juan Gabriel Tokatlián, “el derecho internacional se ha ido poniendo de lado en medio de una tendencia global al uso de la fuerza, que se presenta muchas veces más legítima de un lado o menos legítima del otro, pero que simplemente está llevando a un deterioro sino colapso del Derecho Internacional, particularmente en materia de conflictos”. En esta línea, el experto indicó que los tres eventos militares que se presentaron como ataques preventivos fueron EE.UU. en Irak en 2003, Rusia en Ucrania en 2022 y ahora Israel en Irán en 2025, en los que suele invocarse la “inminencia y evidencia”. “En ninguno de los tres casos el Derecho Internacional se aplica. Son simples ataques punitivos”, consideró Tokatlián.
La guerra internacional contra el terrorismo de este siglo XXI no solo ha horadado el Derecho Internacional, también ha profundizado muchos radicalismos, creó nada menos que ese engendro llamado ISIS, hundió a países en guerras civiles, multiplicó el tráfico de personas y la emigración masiva, fundamentalmente hacia Europa. Y debe advertirse que Irán no es comparable con Irak, ni Afganistán, ni Ucrania, ni Libia, ni Siria. No solamente por la cantidad de habitantes (90 millones en Irán), sino por su peso civilizacional-histórico, sus capacidades estratégicas y su influencia regional (desde 2024 es miembro de los BRICS). Irán ha atravesado en los últimos años problemas económicos y protestas políticas que le han debilitado y el dilema vuelve a aparecer, ¿atacar a Irán debilita a su gobierno o lo fortalece?
Sohrab Ahmari, reconocido columnista y editor iraní, católico, que vive en EE. UU., escribió recientemente en sus redes sociales que la intervención militar estadounidense en Irán, solicitada formalmente por Israel, podría parecer sencilla en lo inmediato, pero implicaría una posguerra caótica, con una colosal tarea de reconstrucción del Estado iraní. Ni Europa, ni las monarquías del Golfo, ni China ni Rusia asumirían ese esfuerzo; todo recaería sobre EE. UU., como potencia aún dominante. A eso se suman otros focos de conflicto con la posibilidad de separatismos étnicos alentados por actores externos, la persistencia de núcleos leales al régimen islámico y el enorme riesgo de que grupos extremistas aprovechen el vacío para acceder a instalaciones nucleares o bloquear el estratégico Estrecho de Ormuz. Para Ahmari todo indica que un colapso del régimen derivaría en una guerra civil con repercusiones regionales, forzando una presencia militar estadounidense sostenida.
Lo cierto es que la postura de EE. UU. respecto a esta crisis entre Israel e Irán también divide opiniones en la interna de MAGA, en el seno del apoyo de Trump, que ya tiene un frente doméstico complicado con la situación de California. El vicepresidente JD Vance escribió: “Puede que decida que necesita tomar medidas adicionales para poner fin al enriquecimiento iraní. Esa decisión, en última instancia, le corresponde al presidente. Y, por supuesto, la gente tiene razón en preocuparse por los enredos en el extranjero después de 25 años de políticas exteriores idiotas. Pero creo que el presidente se ha ganado cierta confianza en este tema. Y habiéndolo visto de cerca y en persona, puedo asegurarles que solo está interesado en usar al ejército estadounidense para cumplir los objetivos del pueblo estadounidense. Sea lo que sea que haga, ese es su enfoque”. Veremos si Trump como hombre de negocios logra imponer su visión en esta oportunidad, buscando ventajas comerciales y mejoras en los acuerdos, o prevalece la vía de la fuerza.
Visto desde la óptica uruguaya y latinoamericana, nuestra posición y capacidades no nos dejan alternativa que insistir en ser firmes defensores del Derecho Internacional y seguir en lo posible la tradición tercerista, sin involucrarse en guerras entre potencias, más allá de lo humanitario.
Vale la pena repasar lo dicho por Luis Almagro en esta edición de La Mañana. El excanciller y ex secretario general de la OEA, quien además ejerció un cargo diplomático en Teherán, tiene sin dudas experiencia en esta materia. “Creo que se requiere mucho más esfuerzo desde todos los ámbitos para neutralizar o eliminar las amenazas a la paz. Esas amenazas van desde ejercicios de retórica, incluido algunos de ellos absolutamente nefastos como la amenaza de eliminar la existencia de un Estado o el discurso de odio hacia otro Estado, pero también es amenaza a la paz que la agresión quede impune y que, lamentablemente, el uso de la fuerza sea nuevamente un instrumento viable para conseguir objetivos políticos”, sostuvo Almagro. “Es necesario regresar a la racionalidad de la política y que las emociones negativas que llevan al conflicto o confrontación o enemización permanente sean anuladas por la argumentación, el diálogo y el esfuerzo político-jurídico-diplomático”, agregó.