La administración Trump ha convertido a Venezuela en una cuestión de seguridad nacional, desplegando una estrategia de confrontación directa que redefine el papel de Estados Unidos en América Latina. Lo que podría representar una nueva performance de la Doctrina Monroe para el siglo XXI.
Bajo el segundo mandato de Donald Trump, la relación entre Estados Unidos y Venezuela ha cruzado un punto de inflexión sin retorno. Lo que antes se manejaba como un simple desafío de política exterior ha adquirido el carácter de una crisis de seguridad nacional urgente. Esta transformación representa la cristalización de un proceso que comenzó con la estrategia de “máxima presión” durante el primer gobierno de Trump y que ahora desemboca en una confrontación abierta, cargada de implicaciones que reconfiguran el equilibrio regional. América Latina, durante años en los márgenes del radar geopolítico de Washington, vuelve a estar bajo los focos.
El giro estratégico: de la presión económica a la confrontación de seguridad
La administración Trump ha redefinido fundamentalmente su enfoque hacia Venezuela. Como explica Carrie Filipetti, quien fue subsecretaria de Estado para Venezuela y Cuba durante el primer mandato de Trump, “el presidente Trump ahora considera a Venezuela un asunto de seguridad nacional, esa es su prioridad” (entrevista exclusiva, CBS News, setiembre 2025). Este cambio de perspectiva explica la intensificación notable de las medidas estadounidenses.
Esta narrativa de seguridad nacional se teje con tres hilos entrelazados que conforman lo que Washington presenta como una amenaza multidimensional. En primer lugar, la acusación directa que sitúa a Nicolás Maduro no simplemente como un líder político controversial, sino como el presunto cabecilla de organizaciones narcotraficantes transnacionales. La administración Trump ha elevado la retórica al afirmar que Maduro dirige personalmente el llamado Cártel de los Soles, atribuyéndole responsabilidad directa en las operaciones de grupos criminales como el temido Tren de Aragua (Documento del Departamento de Estado de los Estados Unidos, agosto 2025).
El segundo eje entrelaza estratégicamente el fenómeno migratorio con la seguridad nacional, argumentando que la crisis humanitaria venezolana ha sido instrumentalizada como un caballo de Troya para infiltrar elementos criminales en territorio estadounidense. Según el informe del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos de octubre 2025, bajo el disfraz de migrantes desesperados, miembros del Tren de Aragua habrían logrado establecerse en al menos una veintena de estados.
Completa este tríptico la percepción de que Venezuela se ha convertido en una cabeza de playa para potencias extracontinentales hostiles a los intereses estadounidenses. Según el reporte del Pentágono de julio 2025, la creciente presencia de China, Rusia e Irán en Venezuela, Cuba y Nicaragua es interpretada no como simple diplomacia Sur-Sur, sino como el establecimiento de una arquitectura de comando y control destinada a desafiar la influencia estadounidense.
Despliegue militar sin precedentes en el Caribe
La materialización más visible de esta nueva estrategia es el masivo despliegue militar estadounidense en aguas del Caribe. Según los reportes del Comando Sur de octubre de 2025, Estados Unidos ha concentrado una fuerza naval impresionante cerca de las costas venezolanas que incluye nueve buques de guerra, un submarino de propulsión nuclear, buques de asalto anfibio y aproximadamente 4500 marinos e infantes de marina.
Este despliegue se complementa con simulacros de ataque con bombarderos B-52 frente a las costas venezolanas y el despliegue de personal de la CIA en el país, según confirmó el portavoz del Pentágono en conferencia de prensa del 15 de octubre de 2025.
Operaciones antidrogas y escalada de tensiones
La justificación pública para este despliegue militar es la lucha contra el narcotráfico, pero las operaciones han ido más allá de la interdicción tradicional. Desde principios de setiembre de 2025, Estados Unidos ha ejecutado múltiples ataques contra lanchas rápidas en aguas internacionales que, según afirma, transportaban cargamentos de drogas (reporte de la Armada estadounidense, octubre 2025).
El saldo de estas operaciones ha sido significativo: al menos 64 personas han muerto por los ataques estadounidenses en el Caribe y el Pacífico oriental, según reportes de CBS News (30 de setiembre 2025).
Cuando se le preguntó a Trump directamente sobre la posibilidad de una guerra con Venezuela, respondió: “Lo dudo. No lo creo. Pero nos han tratado muy mal”. Sin embargo, se negó a descartar operaciones terrestres, afirmando: “No me inclinaría a decir que lo haría… No voy a decirles lo que voy a hacer con Venezuela” (entrevista en 60 Minutes, CBS, octubre 2025).
El contexto venezolano: crisis humanitaria y represión interna
Mientras la crisis diplomática escala en los círculos internacionales, en las calles de Venezuela se libra una batalla silenciosa pero devastadora contra el colapso. Detrás de las cifras abstractas late una realidad desgarradora: ocho de cada diez venezolanos se encuentran atrapados en las garras de la pobreza (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, agosto 2025), sobreviviendo con un salario mínimo que se ha congelado en el tiempo desde 2022, equivalente a menos de un dólar mensual (Banco Central de Venezuela, setiembre 2025).
Esta economía en picada ha visto desaparecer más del 80% de su tamaño original, empujando a ocho millones de venezolanos a buscar refugio en otras tierras desde 2014 en lo que constituye uno de los mayores éxodos humanos en la historia reciente de América Latina.
Frente a esta tormenta perfecta de calamidades domésticas y presiones externas, el gobierno de Maduro ha optado por apretar los tornillos de la represión. Las controvertidas elecciones de julio de 2024, empañadas por acusaciones de fraude generalizado (Informe de la Misión de Observación Electoral de la OEA, agosto 2024), sirvieron como detonante para una campaña de persecución sistemática.
Las calles se tiñeron de sangre cuando al menos 23 manifestantes y transeúntes perdieron la vida durante las protestas postelectorales (Foro Penal Venezolano, reporte agosto 2024), mientras las cárceles se llenaban con más de 1900 denominados “presos políticos”, entre ellos 42 adolescentes (ONG Provea, setiembre 2024).
La dimensión regional: América Latina en la estrategia de Trump
El renovado interés de Washington por Venezuela parece no ser un capítulo aislado, sino el nodo de un replanteamiento estratégico mucho más ambicioso hacia América Latina bajo la segunda administración Trump. Después de décadas de relativa indiferencia, salvo contadas excepciones, la región ha recuperado un lugar prominente en el tablero geopolítico estadounidense con una intensidad no vista desde los tiempos de Bill Clinton (Análisis del Council on Foreign Relations, setiembre 2025).
El gobierno estadounidense ha tendido la mano sin ambages a socios ideológicamente afines, como Argentina, con quien comparte no solo una sintonía económica sino una batalla cultural contra lo que denominan “identitarismos de izquierda” (Declaración conjunta Trump-Milei, agosto 2025). Simultáneamente, ejerce una presión constante y pública sobre gobiernos percibidos como tibios en la guerra contra el narcotráfico, poniendo en la mira a Colombia, México e incluso al gigante brasileño (Reporte de la Casa Blanca sobre cooperación antidrogas, octubre 2025).
Implicaciones y perspectivas futuras
La transformación de la política de Trump hacia Venezuela trasciende lo meramente táctico para revelar una filosofía de relaciones internacionales que podríamos llamar “gravitacional”: una visión casi copernicana donde las naciones orbitan inevitablemente alrededor de centros de poder, y donde Estados Unidos reclama su lugar natural como sol del hemisferio occidental (Doctrina de Seguridad Nacional Trump, julio 2025).
En el horizonte más inmediato se cierna la sombra de una escalada militar impredecible. Aunque Trump desdeña la posibilidad de una guerra convencional, la misma lógica de la disuasión que justifica esta acumulación de fuerzas –con portaaviones, submarinos nucleares y bombarderos estratégicos rodeando Venezuela– crea un campo minado donde cualquier incidente fortuito podría encender la mecha de un conflicto abierto.
Mientras tanto, en el terreno, el pueblo venezolano paga el precio humano de esta confrontación. Las sanciones económicas y la inestabilidad política agravada por la presión internacional impactan con crudeza despiadada en una ciudadanía ya devastada por años de hiperinflación, escasez y colapso de servicios básicos.
Esta estrategia también actúa como cuña divisoria en el concierto latinoamericano, fracturando a la región entre gobiernos que secundan la línea dura de Washington y aquellos que insisten en soluciones negociadas (Diálogo Interamericano, octubre 2025).
Pero quizás lo más trascendente, sin embargo, sea el peligroso precedente que se establece al normalizar operaciones militares extraterritoriales contra el narcotráfico. Al convertir el mar Caribe en un campo de batalla donde Estados Unidos actúa como juez, jurado y verdugo, se está reescribiendo el manual del derecho internacional (Análisis de Amnistía Internacional, octubre 2025). Porque en esa medida la crisis venezolana parece haberse convertido así en el espacio de prueba de la nueva doctrina de seguridad nacional de la administración Trump, teniendo por resultado la resurgencia de una lógica que podría actualizar la Doctrina Monroe para el siglo XXI.





















































