Un informe reciente del Banco Mundial revela la paradoja que frena el desarrollo de América Latina y el Caribe: aunque es una de las regiones con más intenciones de emprender del mundo, carece de los emprendedores transformadores necesarios para generar empleos de calidad y un crecimiento sostenido.
América Latina y el Caribe (ALC) enfrenta un panorama económico complejo: un crecimiento modesto del 2,3% proyectado para 2025, persistentes desafíos fiscales, una inflación que resiste en su “última milla” y una desaceleración en la reducción de la pobreza. Sin embargo, detrás de estos indicadores macroeconómicos se esconde un problema estructural más profundo: la falta de emprendimiento transformador. Según el último informe del Banco Mundial, la región tiene una paradoja: altas intenciones de emprender, pero una escasez crítica de emprendedores capaces de impulsar innovación, productividad y empleos de calidad.
La paradoja del emprendimiento en ALC: cantidad vs. calidad
ALC es una región de emprendedores. Los datos del Global Entrepreneurship Monitor (GEM) muestran que sus poblaciones tienen mayores intenciones de iniciar un negocio que las de los países de la OCDE. Sin embargo, esta aparente ventaja es engañosa. La gran mayoría de los emprendedores en ALC son trabajadores por cuenta propia o microempresarios con bajos niveles educativos, concentrados en los deciles de ingresos más bajos. Estas “empresas de subsistencia” no aspiran a crecer: solo el 8% en Chile y menos del 1% en México planean contratar empleados.
En contraste, existe un grupo mucho menor de emprendedores transformadores: aquellos con educación superior, que crean empresas registradas (como sociedades de responsabilidad limitada), innovan y generan empleos de calidad. Este grupo es escaso en la región. Por ejemplo, la densidad de sociedades de responsabilidad limitada en ALC es de 30 por cada 1000 personas en edad de trabajar, muy por debajo de Asia Oriental (58) o América del Norte (99).
Pero ¿a qué se debe esta escasez de emprendedores transformadores? El diagnóstico del Banco Mundial apunta a dos grandes lastres que ahogan el potencial de la región.
En primer lugar, existe una carencia crónica de capital humano avanzado. La semilla del emprendimiento dinámico a menudo no encuentra un terreno fértil donde germinar. La evidencia es contundente: incluso entre los emprendedores más acaudalados de la región, solo la mitad cuenta con educación universitaria, un nivel que en Estados Unidos es el piso, no el techo, para cualquier estrato social. Este déficit se refleja en la calidad de la gestión empresarial, que en países como Argentina, Brasil o Chile obtiene calificaciones más bajas de lo que su nivel de ingreso predeciría. Para completar el panorama, hay una alarmante escasez de graduados en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (CTIM), los campos que precisamente alimentan la innovación y la creación de empresas del siglo XXI.
En paralelo, los emprendedores latinoamericanos deben navegar un entorno hostil que parece diseñado para frenarlos. El acceso al financiamiento es la primera y más gruesa de las cadenas. Más de una cuarta parte de las empresas en la región se declaran financieramente restringidas, una tasa que duplica la de los países desarrollados.
El círculo vicioso: educación, empleo y productividad
La región invierte en educación, pero el mercado laboral no absorbe adecuadamente a los graduados. En países como Brasil, la expansión educativa no se tradujo en mejoras ocupacionales, muchos trabajadores sobrecalificados terminan en empleos de baja productividad. Esto reduce los retornos de la educación y debilita los incentivos para la innovación.
Frente a este diagnóstico, el Banco Mundial no se limita a señalar los problemas, sino que traza un mapa de ruta con un enfoque dual que ataca ambos frentes de manera simultánea y coordinada.
Por un lado, es fundamental sembrar el futuro, fortaleciendo el capital humano desde la raíz. Esto implica una apuesta decidida por transformar la educación, no solo expandiendo el acceso, sino elevando drásticamente su calidad en todos los niveles. Pero de nada sirve, sin embargo, formar talento si el ecosistema lo ahoga, por eso, el segundo pilar de esta estrategia consiste, por tanto, en desbrozar el terreno y mejorar radicalmente el entorno empresarial.
Con esta doble estrategia, formando mejores emprendedores y construyendo un campo de juego que los premie, América Latina podría convertir su espíritu emprendedor en un motor de crecimiento transformador.
Algunas conclusiones del informe
El lento crecimiento de ALC no es solo un problema cíclico, sino el reflejo de una incapacidad histórica para aprovechar las oportunidades tecnológicas y fomentar emprendimientos de alto impacto. La región necesita pasar de un modelo de microemprendimiento de subsistencia a uno de emprendimiento transformador. Esto requiere no solo más emprendedores, sino mejores emprendedores, respaldados por un ecosistema que premie la innovación, asuma riesgos y cree empleos de calidad.