En estos días trascendió que en el Parlamento Nacional se compraron 600 sets para parrilla para obsequio de fin de año a legisladores y funcionarios del Palacio Legislativo, por un monto en el entorno del medio millón de pesos. También se supo de un servicio de catering para 700 personas en ASSE a un costo cercano a los 400 mil pesos, o en el Ministerio de Relaciones por 12 millones de pesos (en 2024). Y la lista continúa…
Son millones de pesos gastados en superficialidades totalmente prescindibles. El ciudadano de a pie, al tomar conocimiento de estos gastos, se pregunta qué pasa con los jerarcas de esas dependencias y, ya asumiendo que esto ocurre en todo el Estado, extiende la interrogante a todos los políticos más allá de las responsabilidades que tengan como gobernantes.
El peso del Estado sobre el sector privado, el que paga la factura, es cada vez mayor, al punto de que desde hace un tiempo se perciben signos alarmantes. Es la imagen de esos luchadores de sumo, pesados, grandes, gordos, sobre un pobre flaquirucho, escuálido, que no puede zafarse y da señales de asfixia.
Nosotros no somos estaticidas, como tantos neoliberales cruza con anarquistas que sueñan con un mundo sin Estado. No, nosotros pensamos que el Estado es necesario y debe cumplir su rol de escudo de los más débiles, facilitador de las cosas a sus ciudadanos y a sus fuerzas productivas, por lo que debe ser fuerte, eficaz y eficiente. Pero no gordo. El Uruguay clama por una reducción de su peso reduciendo el número de empleados públicos, eliminando reparticiones innecesarias o bajando su nómina acompasando los avances tecnológicos. También evitando las inversiones ruinosas que se vienen haciendo desde hace varios años, y en esa cuenta podemos incluir el famoso horno para Ancap jamás instalado, la regasificadora que nunca produjo gas, el Antel Arena, los negocios de Ancap, los molinos de viento a precios siderales, los polémicos salvatajes de bancos fundidos, los casinos deficitarios, ¿el caso Cardama? En fin, un verdadero rosario de malos negocios para el país que nos va costando algunos miles de millones de dólares.
A esto hay que agregar la política económica aplicada por los sucesivos gobiernos, que permite la especulación de quienes traen dólares del exterior, se pasan a pesos, y al cabo de un tiempo vuelven a los dólares haciendo pingües ganancias sin generar un solo puesto de trabajo. Por esta vía el Uruguay viene perdiendo mucho más que con sus inversiones ruinosas. Lo grave es que las pérdidas por uno u otro concepto se suman.
Por otra parte, la política monetaria planchando al dólar, o bajando su precio como ocurrió en este año que finaliza, encarecen al país en dólares, haciéndole perder la competitividad ante otros países de la región que producen lo mismo y venden a los mismos mercados que nosotros. Ante este encarecimiento indiscutible, que nos ha llevado a ser de los países más caros del mundo, la única forma de lograr que alguna empresa extranjera se instale en Uruguay es dándole todo tipo de concesiones y exoneraciones tributarias, algo que no se le da a la empresa uruguaya. Ni siquiera a las micro, pequeñas y medianas empresas nacionales, generadoras de más del 90% del empleo en el sector privado, que siguen reclamando una atención que no se les brinda y piden a gritos oxígeno para sobrevivir, ante la sordera de una clase dirigente que prefiere mirar para otro lado.
Frente a esta situación tan dura para quienes optaron por quedarse en el país y pelear acá para salir adelante, surgen estas noticias que consignamos al inicio de la nota. Un sector público que no tiene los problemas ni corre los riesgos del sector privado, que es el que lo sostiene, se muestra insensible ante la acuciante realidad de tantos compatriotas y resulta incapaz de al menos dar una señal de austeridad. Y no hemos hablado del uso obsceno de los vehículos en las distintas reparticiones del Estado, de la proliferación de viajes con viáticos, del abuso de los servicios públicos, etcétera.
Mientras tanto, cada vez son más los compatriotas que duermen en la calle, que comen de lo que requechan en los contenedores de basura, los trabajadores que no llegan a fin de mes, los que no pueden acceder a una vivienda digna, los que no reciben una adecuada atención de salud, los que ven que sus hijos son víctimas de un sistema de enseñanza que está de espaldas al mundo real, los que hacen mil sacrificios para cumplir con los usureros a cuyos brazos fueron arrojados en clara violación al texto constitucional, los productores chicos expulsados de sus predios por no poder competir con las grandes forestales que cuentan con beneficios que no se les da a ellos, los pequeños comerciantes hundidos por las grandes superficies, y tantas otras situaciones que nos hacen pensar que algo estamos haciendo mal.
Sin embargo, la preocupación de muchos parece ser el nivel de los sándwiches y que no se caliente la cerveza o el champagne. La orquesta del Titanic sigue tocando…


















































