Un conversatorio organizado por el BPS puso el foco en las prácticas cotidianas, los estereotipos y las decisiones institucionales que condicionan la forma en que la sociedad se vincula con las personas mayores, en un país marcado por el envejecimiento poblacional.
El edadismo, entendido como la discriminación basada exclusivamente en la edad, suele operar de manera silenciosa. No siempre adopta formas explícitas, pero se cuela en el lenguaje, en los gestos cotidianos, en los criterios de contratación, en los modelos de atención y en las políticas públicas. Sobre esa trama de prejuicios y prácticas naturalizadas se reflexionó el pasado 12 de diciembre en el conversatorio “Sensibilización y buenas prácticas frente al edadismo”, realizado en el Centro de Estudios en Seguridad Social, Salud y Administración del Banco de Previsión Social (BPS).
La actividad fue organizada por el BPS junto a Astur y estuvo a cargo de Alejandro López, magíster en Gerontología Social, doctor en Ciencias de la Salud, docente e investigador universitario, y referente en enfoques de atención centrada en las personas, cuidados y aprendizaje intergeneracional. El encuentro reunió a autoridades del organismo, entre ellas la presidenta del BPS, Jimena Pardo, la directora Ana Clara Boussés y la directora en representación de jubilados y pensionistas, María Elena Lloveras, además de funcionarios y público que siguió la jornada de forma virtual.
Desde la apertura quedó planteada la relevancia del tema para una institución que trabaja a diario con personas mayores. Comprender los sesgos que atraviesan la mirada social sobre la vejez, reconocer prácticas que vulneran derechos y optar por el buen trato como forma de trabajo no es un agregado, sino una necesidad estructural. En un país con una población cada vez más envejecida, reflexionar sobre cómo se construyen esas miradas implica también pensarse a futuro.
De los estereotipos a las prácticas
Lejos de una exposición tradicional, Alejandro López propuso un formato participativo. A través de una dinámica interactiva, invitó a los asistentes a identificar las primeras palabras que asociaban a las personas mayores. El resultado fue contundente: fragilidad, soledad, dependencia y vulnerabilidad ocuparon un lugar central. “Básicamente lo que estamos pensando es horrible”, señaló, con crudeza. El problema, explicó, no radica en negar que esas situaciones existan, sino en asumirlas como rasgos dominantes de la vejez cuando “no reflejan la realidad de la enorme mayoría de las personas mayores”.
Según López, el estereotipo funciona como una creencia, un atajo mental que simplifica la complejidad de la realidad. Cuando a esa creencia se le suma una carga emocional –pena, condescendencia, molestia– aparece el prejuicio. Y cuando ese prejuicio se traduce en acciones concretas, se convierte en conducta discriminatoria. “Ahí es donde se generan prácticas que limitan derechos, muchas veces sin que quienes las ejercen sean plenamente conscientes de ello”, advirtió.
Uno de los ejemplos más frecuentes es el trato desde la lógica del “pobrecito”, una forma de vinculación que puede parecer empática, pero que en realidad coloca a la persona mayor en un lugar de inferioridad. “¿Alguna vez se sintieron encarados desde ese lugar?”, preguntó el expositor, invitando a reflexionar sobre el impacto subjetivo de ese tipo de miradas.
La vejez de los otros y la propia
Uno de los momentos más reveladores del conversatorio fue el contraste entre cómo se percibe la vejez ajena y cómo se imagina la propia. Al pedir que los participantes pensaran en su propia vejez, las palabras que emergieron fueron disfrute, libertad, tranquilidad, proyectos y bienestar. “No falla nunca. Cuando es mi vejez la que está en juego, el paradigma cambia”, explicó López.
Esa diferencia de percepciones da lugar a lo que la gerontología denomina “autoprofecía cumplida”. Si a lo largo de la vida se internaliza que la vejez es sinónimo de deterioro, pasividad o pérdida de sentido, es más probable llegar a esa etapa desde el apagamiento del deseo y la falta de proyectos. En cambio, pensar la vejez como una etapa larga, diversa y con posibilidades habilita trayectorias más activas y satisfactorias.
López subrayó que no existe una única forma de envejecer. Las trayectorias vitales, el acceso a oportunidades, los vínculos y las decisiones personales influyen de manera decisiva. “La pasión no se apaga con la edad. Se apaga cuando creemos que ya no nos corresponde”, afirmó, cuestionando uno de los mitos más extendidos sobre el envejecimiento.
Datos que desafían los prejuicios
Durante la jornada se compartieron datos que permiten desmontar estereotipos profundamente arraigados. En Uruguay, alrededor del 83% de las personas mayores son independientes y solo un 16% presenta algún nivel de dependencia. Sin embargo, la dependencia sigue siendo una de las primeras asociaciones cuando se piensa en la vejez. “Ocho de cada diez personas mayores son independientes. Entonces, ¿por qué esa palabra aparece con tanto peso?”, planteó el expositor.
Otro de los conceptos más ligados al edadismo es la soledad. Estudios recientes muestran que la soledad emocional es incluso más frecuente en personas jóvenes que en mayores. En las personas mayores, lo que aparece con mayor fuerza es la soledad social, vinculada a la reducción de contactos o espacios de encuentro. En ese punto, López fue claro al señalar que no se trata solo de decisiones individuales, sino también de las oportunidades que la sociedad ofrece para sostener vínculos significativos.
Buen trato, autonomía y derechos
El edadismo no se limita al plano simbólico. Tiene consecuencias concretas en el acceso al trabajo, la salud, la participación social y la autonomía. No contratar a una persona por el solo hecho de superar determinada edad, infantilizar el trato o invisibilizar la sexualidad en la vejez son expresiones de una discriminación que sigue presente. “No contratar a alguien por tener más de 60 años es una conducta discriminatoria directa”, sostuvo López.
En ese marco, recordó que Uruguay ratificó la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, lo que implica obligaciones claras para el Estado y las instituciones. Promover la autonomía decisional, reconocer la heterogeneidad y evitar prácticas que generen sobredependencia son principios centrales de un enfoque de atención centrada en la persona.
El conversatorio dejó en evidencia que sensibilizar frente al edadismo no es un ejercicio teórico ni una consigna abstracta. Implica revisar prácticas cotidianas, discursos institucionales y modelos de intervención, en una sociedad donde el envejecimiento ya no es una excepción, sino una realidad estructural. Pensar la vejez sin prejuicios no solo mejora la calidad de vida de las personas mayores: también redefine la forma en que una sociedad se piensa a sí misma y proyecta su futuro.
TE PUEDE INTERESAR:



















































