Los reyes católicos fundaron la Inquisición española en 1478 para preservar la unidad religiosa y fortalecer la estabilidad política de España. Tras la invasión napoleónica de 1808, la Inquisición quedó bajo el poder secular y fue abolida en 1834 por la regente María Cristina. Sobre sus acciones, se ha tejido una leyenda negra que procuraremos desmontar.
La Inquisición española compartía procedimientos jurídicos básicos con la Inquisición papal, pero actuaba por mandato real. Además de herejías, perseguía delitos morales.
El Consejo Central de la Inquisición española estaba en Toledo, y había otros tres tribunales en Sevilla, Valencia y Barcelona. Cada tribunal contaba con un inquisidor, un fiscal, un notario y personal de servicio. Los inquisidores respondían directamente al rey.
Según Henry Kamen, autor de La Inquisición española, las garantías y salvaguardias que ofrecía el Tribunal de la Inquisición española eran mucho mayores que las de cualquier otro tribunal de su época. Sus cárceles eran mejores que las mazmorras reales y no se confiscaban los bienes del reo –cosa corriente en los tribunales seculares–. La tortura –muy rara– estaba regulada y limitada a dos sesiones, siempre con informe médico. Las penas eran más leves y flexibles: consistían en multas, destierros o penitencias públicas. Muy raramente culminaban con la muerte.
Además, los procesos eran secretos y sin escarnio público (no se ajusticiaba en la plaza y no había cárcel perpetua ni galeras). Los reos podían tener abogados y exhibir pruebas documentales. Ante fallos considerados injustos, podían apelar a la Suprema Corte de Toledo o al Consejo de la Suprema en Roma.
La Inquisición era un tribunal mucho más “predecible, misericordioso y jurídico” que la justicia secular rígida, arbitraria y confiscatoria de su tiempo.
Los autos de fe –donde se leían y ejecutaban las sentencias impuestas a los reos– sí eran públicos y solemnes, y tenían una fuerte carga simbólica y propagandística, porque su fin era reafirmar la fe católica del pueblo y disuadir a los posibles herejes.
Cuando los acusados confesaban sus faltas y abjuraban de sus errores podían reducir sus penas o bien ser liberados. En cambio, los relapsos o reincidentes juzgados culpables por el tribunal eran entregados a la justicia secular para que esta dictara sentencia. El tribunal de la Inquisición determinaba si los reos eran culpables o no y la justicia civil era la que dictaba y ejecutaba las sentencias.
Los más perseguidos por la Inquisición fueron los falsos conversos al catolicismo que seguían practicando la religión que decían haber abandonado; los protestantes que vendían libros o difundían su doctrina; los que practicaban la brujería o supersticiones consideradas heréticas y los blasfemos e inmorales.
Si bien tras casi 800 años de Reconquista, el ser católico estaba en el ADN español, la Inquisición contribuyó a mantener a España unida en torno a la fe católica. Personalmente, creo que esto es algo que algunos no les perdonan a la Inquisición ni a los Reyes Católicos, porque fue esa unidad en la fe la que le permitió a España llevar adelante la conquista y la evangelización de América encargada por el papa. Si la fe se hubiera fracturado, muy difícilmente España habría podido cumplir con el encargo papal.
Henry Kamen calcula que en sus 356 años de existencia la Inquisición española abrió unos 150.000 procesos, en los que encontró entre 1200 y 1500 culpables de delitos graves, que fueron ejecutados por el poder secular. Pero entre un tercio y la mitad de los ajusticiados lo fueron “en efigie”: como ya habían muerto, nunca los encontraron o habían huido de prisión, se quemó un muñeco que los representaba.
Por tanto, en el peor de los casos, habrían muerto ajusticiadas unas 700 a 900 personas en 356 años. Un promedio de entre dos y tres por año.
Comparemos estas cifras con el terror provocado por los republicanos franceses durante el genocidio de la Vendée. Allí, entre 1793 y 1794, bajo el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad o Muerte”, los republicanos franceses mataron a unos 150.000 hombres, mujeres, ancianos y niños católicos, a veces tirándolos al Loire para que se ahogaran o quemándolos vivos en hornos de pan…
Para entender de qué va la leyenda negra, basta preguntar hoy a cualquier ciudadano común qué piensa de la Revolución Francesa, y qué opina de la Inquisición española…





















































