La tragedia del arroyo Don Esteban, en la que un padre mató a sus dos hijos, dio lugar a que se levantaran voces en contra de la Ley de Corresponsabilidad en la Crianza (llamada comúnmente de tenencia compartida) aprobada en el Parlamento en la legislatura anterior. Esa ley, en la que trabajamos activamente, se promulgó el 12 de mayo de 2023 y establece el mecanismo para que en caso de separación de los padres los niños puedan mantener el contacto con ambos progenitores.
En efecto, la Ley 20.141 parte del entendido que ambos padres tienen derechos y obligaciones comunes en lo que respecta a la crianza y desarrollo de los niños y adolescentes. También establece que el Estado y las instituciones y organismos públicos deberán adoptar las medidas tendientes a garantizar y hacer efectivas la aplicación de estos derechos.
Lo que se busca con esa ley es la participación equitativa de ambos progenitores en el ejercicio de los derechos y deberes inherentes a la patria potestad en todo caso de la manera que más convenga al niño y al adolescente.
La norma establece que cuando los padres estén separados se determinará de común acuerdo el régimen de la tenencia y, de no haber acuerdo, lo resolverá el juez de Familia, que lo hará atendiendo las circunstancias del caso. El juez deberá considerar siempre el interés superior del niño o adolescente, para lo que deberá considerar su opinión, su vinculación afectiva y la dedicación efectiva que cada uno de los padres pueda brindarle.
Solo por motivos fundados podrá denegarse el régimen de visitas provisorio solicitado por el progenitor. Además, se fijan sanciones por incumplimiento.
Realmente no entendemos qué es lo que molesta tanto al colectivo feminista radicalizado. Y mucho menos por qué lo atan al lamentable episodio del arroyo Don Esteban. Está claro que Andrés Morosini no estaba amparado en la Ley de Tenencia Compartida. ¿Por qué a partir de este caso arremeten contra la ley? Y aunque el padre homicida estuviera actuando de acuerdo con lo dispuesto en esta norma, ¿por qué afectar a la inmensa mayoría de los padres que no agreden ni matan a sus hijos? Es como si a partir del aumento dramático en los accidentes de tránsito se prohibiera a la población usar su vehículo, o si para evitar los incidentes en las canchas de fútbol se terminara con la asistencia de público a los estadios.
Se ha llegado a un punto tal que parece que no alcanza con alentar la disolución del vínculo de pareja, con expulsar al hombre de su casa, con separarlo de sus hijos… Además, hay que evitar que participe de su crianza, hay que eliminar todo vínculo con sus hijos, hay que borrar la imagen paterna. La pregunta que cabe hacerse es si a quienes promueven tanto desquicio les importa, aunque más no sea mínimamente, lo que sea mejor para el niño.
Por supuesto que no desconocemos la existencia de malos padres que se desentienden de sus hijos y constituyen un pésimo ejemplo en sus vidas. Y también las hay malas madres… Esta ley atiende la situación de aquellos padres que no quieren desvincularse de sus hijos, que los quieren, que no se resignan a que el recuerdo que ellos tengan de su progenitor sea la imagen distorsionada que le inculcó su madre que, en su odio ciego hacia su expareja, es incapaz de medir el daño que ocasiona en sus hijos. Una vez más, ¿qué es lo que molesta de esta ley que al unísono surgen voces por su derogación?
La respuesta a esta interrogante solo puede ser que se busca dar un paso más en el proceso de destrucción del tejido social que tenía a la familia como su principal bastión. Después nos preguntamos por qué la sociedad uruguaya está hoy tan enferma, por qué ya muy pocos respetan el derecho de los demás, por qué la vida va perdiendo valor. Sicarios y crímenes por razones fútiles son tan solo nuevas manifestaciones de una sociedad que naturalizó el aborto y el consumo de drogas y ahora va por la eutanasia. Es la cultura de la muerte que se impone. ¡No queremos hijos! ¡No queremos compromisos! ¡Queremos ser libres! gritan desaforadas quienes justamente son cada día más esclavas de su propia alienación.
Las preguntas que hoy nos formulamos son ¿hasta cuándo seguiremos por este camino de destrucción de todo lo que algún día nos hizo fuertes? ¿Qué tiene que pasar para que todos reaccionemos? ¿Cuántas víctimas inocentes más soportará nuestra sociedad antes de entender que es hora de cambiar? Ojalá que de una vez por todas prime el sentido común…