No hay cosas sin interés. Tan solo personas incapaces de interesarse.
G. Chesterton
El fenómeno de la vida
La contemplación del planeta que habitamos nos ofrece la vida como una realidad de exuberante riqueza extendida por toda la Tierra. Es una fuerza interior que impulsa a los seres vivos a mantenerse en la existencia, tener autonomía, percibir y conocer, actuar, desarrollarse, vincularse y perpetuarse en otros. Y su variedad es una fuente permanente de sorpresa, descubrimiento y admiración. Los antiguos definieron: vita est motus, la vida es movimiento, señalando que una nota esencial de la vida es la transformación y el cambio. El dinamismo, el desarrollo y la espontaneidad, expandirse y comunicarse son cualidades básicas de la vida. La resistencia al cambio, por el contrario, es la muerte de la vida. La vida tiene diversos grados de expresión, con una jerarquía creciente: nivel biológico, nivel psicológico y nivel espiritual, y la culminación de su nivel superior es el amor.
Dos mentalidades
- Respecto de la vida, la caracterología señala la existencia de dos mentalidades que implican estilos o maneras de ser opuestos. Según E. Fromm, las personas en las que la atracción por la vida es relevante, se muestran activas e interesadas por la realidad, afectivamente jubilosas y serenas. Abiertas y expresivas, inspiran simpatía y resultan atractivas y fáciles de tratar. Les gusta el trato con los otros y provocan una sensación de cercanía. Son capaces de entender y sintonizar con los sentimientos de los otros y muestran interés en las conversaciones. Son generosas, dispuestas a ofrecer su ayuda y apoyo. Y sus sentimientos favorables hacia los otros hacen que éstos tengan también sentimientos favorables hacia ellas. Poseen una visión positiva de la vida y transmiten alegría y entusiasmo. Tienen sentido del humor ydisfrutan de los momentos divertidos.
Otra es la mentalidad de los que denotan atracción hacia lo mecánico y lo puramente cerebral, hacia lo que no está vivo. Prefieren las estructuras a los procesos, lo artificial a lo natural, los sistemas rígidos, el orden y la ley, antes que los sistemas vitales. Optan por los métodos burocráticos antes que por los espontáneos, por la repetición más que por a la originalidad. Son los que prefieren lo estricto y neto más que lo exuberante, el atesorar y retener más que la apertura generosa. Con un estilo de vida emocionalmente indiferente, pasivo y tenso, son la expresión de una huida de la vida y de la experiencia humana. Desconocen lo que es apertura al diálogo y a la conversación, salir de sí y mostrarse. Ignoran el valor del sentido de pertenencia, la rica experiencia de ser integrante de un pueblo. Es lo que aparece simbólicamente en el drama griego, donde lo importante para Creonte es la ley y el Estado, y para Antígona, la Humanidad. Sintéticamente, podemos decir, con la psicología profunda, que en unos predomina el instinto de vida, y en otros el instinto de muerte. Unos tienden a la integración y la unificación, y los otros llevan a la desintegración y la fragmentación. Mientras unos, ante una realidad viva, “resplandecen”, los otros no reaccionan, como afectivamente “congelados”.
Una cultura enferma
Si volcamos estos conceptos al terreno sociocultural, se ponen en evidencia aspectos anormales de nuestra cultura actual. Especialmente en las grandes ciudades de los países más afectados por la globalización tecnocrática y economicista, se ha ido expandiendo en las poblaciones el número de las personalidades con desinterés, aburrimiento, hastío afectivo e indolencia volitiva. De tal modo que se fueron generalizando “formas crónicas poco graves de psicosis que pueden ser compartidas por millones de personas y que no les impide funcionar socialmente. Como comparten su enfermedad con millones de individuos, tienen el sentimiento de no estar solas y se consideran a sí mismas normales”. El caso extremo de esta mentalidad lo encontramos en Hitler. Se han analizado múltiples aspectos de su personalidad, pero acaso no se han tomado en cuenta ciertos rasgos muy significativos. Por ejemplo. “Hitler no podía reír en forma franca y vital. Sus almuerzos y cenas eran insoportablemente aburridos, hablaba y hablaba y no notaba que todos estaban aburridos: él mismo se aburría. ¡Y a veces se quedaba dormido mientras hablaba!”. Pero esta “anulación afectiva” era una coraza que escondía una gran destructividad y rechazo por la vida, que podemos descubrir en múltiples expresiones. En 1942 dijo: “Si se pierde la guerra, el pueblo alemán no merece seguir viviendo”. Nosotros sospechamos que en la personalidad de Putin existen rasgos equivalentes. Suponemos inexpresividad, congelamiento de los afectos e incapacidad para el humor… que encierran una extrema crueldad camuflada. ¡Si alguien encuentra una foto de Putin riendo, avísenos!
Interés y entusiasmo
Existen dos condiciones que son imprescindibles en una personalidad psicológica normal, que le dan sentido y orientación a la existencia individual: el interés y el entusiasmo. El interés, cualidad de una importancia fundamental, es la disposición que nos permite captar intelectual, emocional y sensiblemente, el mundo exterior. El interés posee un carácter contagioso que despierta el interés en los otros. La persona se vuelve interesante y atrae por su vitalidad. Son fáciles de reconocer, porque nada es más atractivo que alguien que ama la vida. El interés mantiene viva la existencia. Y el interés está asociado con el entusiasmo. Entusiasta es la persona que tiene un vivo interés por algo o alguien, se dedica con ganas a lo que hace y pone n energía, alegría y optimismo en sus objetivos. Personalidad capaz de ilusión y apasionamiento, la fuerte identificación emocional con el tema que le interesa lo impulsa con fuerza y vitalidad. Es de comunicación vivaz, transmite energía positiva e inspira a los que lo rodean, con disposición y motivación estimulantes. El entusiasmo le da “sabor” a la vida. Justamente, estas dos condiciones básicas, el interés y el entusiasmo, indispensables para una existencia viva, están en crisis en el mundo actual. Han ido decayendo progresivamente en las poblaciones y esto es un peligro de especial importancia, porque compromete la vitalidad de los pueblos.
La participación política
Opuesto al interés y al entusiasmo, está el carácter afectivamente Indiferente. Indolente y pasivo ante proyectos y objetivos. Despreocupado por su entorno, impersonal, es incapaz de salir de su comodidad para responder a necesidades ajenas. Carece de un genuino amor a la vida y valoración de los vínculos humanos.
Recordemos que lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. Porque el hombre que odia ve al otro como enemigo, pero humano, mientras el indiferente lo rebaja al nivel de una cosa. El amante no correspondido, aunque resentido, está ligado por su deseo a lo que añora, en cambio el indiferente está vacío de vínculos. De modo que la indiferencia, en cuanto insensibilidad y falta de afecto, es peor que el odio.
Por lo cual, se explica que, en psicoterapia, se considere que es más fácil cambiar a un rencoroso o a un violento que a un apático o indiferente. Lo más temible es la actitud del paciente renuente a la curación, sin “conciencia de enfermedad”, que multiplica sus recursos defensivos para evitar un cambio, y que ve natural su comportamiento, que derrota el ánimo de cualquier terapeuta. Su falta de estímulo y motivación hace que su indolencia no tenga remedio. Denotan indiferencia hacia la vida en lugar de una normal “reverencia por la vida”. Situación similar la encontramos cuando el docente “no sabe qué hacer” con el alumno que no quiere estudiar, ni le preocupa ni le interesa el tema. Y en el terreno religioso, donde los autores llaman a esa actitud “tibieza espiritual” o “acedia”, que causa seria preocupación.
Pero aquí nos interesa en particular señalar la gravedad del mal que significa la indiferencia para la vida social y política.
La indiferencia política es unfenómeno social caracterizado por actitudes de no participación, descreimiento y pesimismo. La indiferencia supone la subestimación de lo político, la inacción y el desinterés por el otro, rasgos que constituyen una degradación del vínculo entre humanos, miembros de una sociedad. Implica la negación de la solidaridad, que es condición existencial básica de la vida humana.
Esta actitud lamentable suele mostrarse en expresiones que ya son típicas: “No creo en la política”. Esta resistencia pertenece principalmente el orden de las ideas y adquiere un carácter dogmático y prejuicioso. Muestra una “aversión a la política” que, como todo prejuicio, tiene raíces emocionales y, por tanto, no resulta modificable mediante la argumentación racional. Sabemos que, a veces, “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. “Es una utopía pensar en políticos decentes” “cuando suben necesariamente se corrompen”. Es un supuesto muy arraigado en nuestra cultura y tiene la ventaja, para quienes lo usan, de ser muy cómodo y simplista, exime de la necesidad de pensar y de distinguir realidades. Y habitualmente no es más que una proyección de los impulsos egoístas propios adjudicados a los demás, en este caso, a los políticos. “La vida social y la economía tienen leyes que son inexorables”. Esta actitud supone una cosmovisión según la cual fuerzas impersonales determinan los procesos de las sociedades. Este criterio, que exime de responsabilidad, desconoce que la Historia comienza cada día y que no es lo mismo Economicismo que Economía Humana. Pero tenemos razones para estimar que no hay frase más corrosiva que la expresión. “La política no me interesa”. Porque está manifestando una verdadera patología de la persona en su vida social., una seria carencia emocional en la esfera del interés. Lo normal es no sólo poseer suficiente interés, sino que éste lleve a una participación, dentro de las posibilidades de cada uno. La indiferencia hacia la política, el desinterés y la falta de entusiasmo son el cáncer la vida política y social. Muchas de las acciones injustas de los unos se hace posible por la irresponsabilidad de los otros. Muchos actos nuestros de indiferencia nos convierten en partícipes necesarios. ¡Cuántas tragedias de la sociedad sin nuestra pasividad, tolerancia o evasión, no hubieran sucedido!
Todos los sistemas, tanto del orden de las organizaciones como del orden nacional, son imprescindibles por un tiempo y luego son perjudiciales. Llegado ese momento, se impone la decisión de una “destrucción creadora”. El término, acuñado por el famoso economista J.A. Schumpeter, hoy ya es de uso común, cuando se habla de desmantelar toda una estructura para introducir un orden nuevo. Este parece ser el punto crucial de toda reestructuración. Pero para que estas situaciones de cambio profundo estén adecuadamente orientadas y no conduzcan a errores irreparables, se necesita justamente la prudencia de personalidades vitales, con responsabilidad y compromiso, que piensan y sienten por sí mismas, con la convicción de la primacía de la vida.
La esclavitud inconsciente
Si hemos señalado preferentemente la situación anímica del ciudadano de hoy, no negamos que existe, en paralelo, un proceso por parte de la cultura, que impide su libertad esclavizándolo, no con prohibiciones (como hace el autoritarismo) sino seduciéndolo, ofreciéndole cosas y prometiéndole satisfacciones. De tal manera que el individuo, en apariencia “libremente”, se somete a ser consumista y víctima de la propaganda. Con eso se deshumaniza y pierde autonomía y calidad de vida.
Por otro lado, la sociedad actual está dominada por un exceso de estímulos que empujan al constante rendimiento. Esto lleva a la autoexplotación, ya que el individuo, en su afán de hacer y hacer, se somete a un estrés y a una presión insostenible. De modo que muchas veces la depresión, la indolencia y la escasa reactividad emocional, son producto de un agotamiento. Se trata de un exceso de autoexigencia por alcanzar la eficiencia que la sociedad propone como modelo obligatorio para ser un “triunfador”.
Además, con los algoritmos digitales, el sistema vigila, controla y determina cada vez más a las personas, imponiéndoles su sistema de vida. Es enorme esta influencia sobre la vida individual, de la que las personas no toman conciencia. Les quita vitalidad y las lleva a una autopresión asfixiante y a la pérdida de una vida sana. Es lo que Byung-Hul Han llama acertadamente La sociedad del cansancio.
Actitud ante el trabajo
- Otro factor que define el valor de una cultura es la disposición que adoptan las personas hacia el trabajo. En el trabajo el hombre desarrolla la creatividad y todas las habilidades y funciones mentales. Y al verse capaz de hacer algo que posee un valor y que es útil a los demás, fortalece su autoestima. El psicólogo Karl Bühler acuñó una acertada expresión acerca del tema: “goce de la función”. Esto significa que la actividad suele generar una satisfacción en la que el hombre disfruta de su propia acción, no porque busca una utilidad o satisface determinada necesidad, lo cual tiene su valor, sino porque también el acto mismo, el despliegue de sus propias capacidades, por sí mismo produce satisfacción y alegría. Además, el trabajo es un factor determinante del desarrollo humano. Y es digno de valoración por su dimensión creativa, ya que, siempre que trabajo, hago que sea algo que no era. El “espíritu de trabajo”, entre nosotros prácticamente se ha perdido. Pero los antiguos supieron apreciarlo de una manera especial. Los monjes medievales sintetizaron su estilo de vida en dos palabras: ora et labora. Y vieron en la “laboriosidad”, una “virtud”, una cualidad humana que perfecciona al hombre. Si se trabaja solamente por obligación, por necesidad económica, por lo que nos pagan o por el status que nos brinda, el trabajo será vivido como una carga o un esfuerzo apenas tolerado, pero sin disfrute. Gran parte de las neurosis y otros trastornos psicológicos de la actualidad se deben a no encontrarle sentido a lo que uno hace.
La condición humana
Hoy está en juego, como definitoria de la cultura, la relación entre Tecnocracia y Humanismo. Lo cual lleva a conclusiones. Si hemos sido capaces de llegar a la Luna, pero no hemos podido erradicar las guerras en la Tierra, somos un fracaso como sociedad. Si manejamos la energía atómica, pero no hemos erradicado el hambre en las poblaciones, no hay duda de que hemos equivocado el rumbo. Se propalan muchos discursos, pero la realidad es que, de nuestra comodidad, nadie nos mueve. Se requiere, como fundamento, la convicción de que “El hombre no tiene sólo mente; tiene también un corazón y un cuerpo, que necesitan estar enlazados emocionalmente al mundo, a los otros y a la naturaleza. Sería una desvalida partícula de polvo empujada por los vientos si no hallara lazos emocionales que satisfagan su necesidad de relacionarse y unirse con el mundo, trascendiendo su propia persona. Y necesita el pleno desarrollo de sus poderes humanos, su capacidad para amar, para crear belleza y gozar de ella” (4) Hace a la esencia de la condición humana compartir su humanidad con sus semejantes. La fraternidad es la única que satisface sus dos necesidades: estar estrechamente relacionado y al mismo tiempo ser libre, formar parte del todo y a la vez ser independiente.
En síntesis: la indiferencia es “el pecado capital” de la vida social y semilla de todos los males de la cultura. Para eso, no hay otro camino de salvación que “el amor la vida”. Porque cuidar la vida es sostener la dignidad del hombre.