Cada 19 de junio, Uruguay se detiene a recordar a su héroe fundacional: José Gervasio Artigas. Sin embargo, más allá de los homenajes protocolares, los actos escolares y los discursos oficiales, el natalicio de Artigas invita a una reflexión más profunda: ¿cuánto de su ideario sigue vigente en el Uruguay de hoy?
A más de dos siglos de su acción pública, Artigas sigue siendo un referente que inspira, interpela y a veces incomoda. Su pensamiento, lejos de ser un dogma, fue una construcción viva, moldeada por las circunstancias y los desafíos de su tiempo, pero guiada por principios claros: justicia social, autonomía política, federalismo, defensa de los más desposeídos y libertad como condición colectiva.
En el siglo XX, figuras como J. E. Rodó, Carlos Real de Azúa, Alberto Methol Ferré, Arturo Ardao –entre muchísimos otros– se encargaron de resignificar a Artigas desde diversas perspectivas, mostrando su riqueza ideológica y su complejidad. “La sociedad europea de Montevideo y la sociedad semibárbara de sus campañas, dándose recíprocamente complemento, fueron mitades por igual necesarias en la unidad de la patria que se transmitía al porvenir. Y el lazo viviente que las juntó dentro de un carácter único es la persona de Artigas, hombre de ciudad por el origen y por la educación primera; hombre de campo por adaptación posterior y por el amor entrañable y la comprensión profunda del rudo ambiente campesino. Son este amor y esta comprensión los que definen la original grandeza de Artigas”, escribió una vez Rodó, subrayando su carácter fundacional.
La base de su accionar puede encontrarse en documentos como las Instrucciones del año XIII, donde se exponen de forma temprana ideas que hoy serían consideradas profundamente democráticas: la soberanía popular, la autonomía de los pueblos, la justicia social, la propiedad de la tierra para quien la trabaja, la libertad de culto, entre otras. Su concepción de la república iba mucho más allá del centralismo porteño o del modelo colonial heredado.
Si miramos el Uruguay de hoy, en medio de debates sobre desigualdad, descentralización, educación, economía y, especialmente, acerca de la necesidad de renovar el pacto social, encontramos ecos del artiguismo. Su preocupación por los más vulnerables, por el acceso justo a la tierra y por la autonomía de los pueblos no ha perdido fuerza. Su legado late en muchas de las discusiones contemporáneas sobre modelo de desarrollo, equidad territorial y participación ciudadana.
No se trata de trasladar mecánicamente sus ideas a la realidad actual, sino de entender que Artigas planteó principios rectores que pueden servir como horizonte ético-político. En tiempos de polarización y fragmentación, su ejemplo de liderazgo austero, coherente y orientado al bien común cobra un valor singular. Su figura simboliza también una forma de resistencia: la de quienes entienden la política como servicio, y el poder como medio para transformar realidades injustas.