El pensar medieval emerge desde las fronteras del imperio; los padres griegos son periféricos, e igualmente los latinos. Los hombres lejanos, los que tienen perspectiva desde la frontera hacia el centro, los que deben definirse ante el hombre ya hecho y ante sus hermanos bárbaros, nuevos, los que esperan porque están todavía fuera, esos hombres tienen la mente limpia para pensar la realidad. Nada tienen que ocultar.
Enrique Dussel
A comienzos de 2020 el mundo entraba en otra fase de la globalización marcada por el inicio de la pandemia de covid-19. Por recomendaciones de la OMS se estableció una cuarentena obligatoria de carácter global, a la que no se suscribió nuestro país gracias a que el Ejecutivo anterior supo campear la crisis con altura. Mas, esa cuarentena global que fue tanto hacia dentro como hacia afuera, generó que tanto el comercio internacional como el comercio interno se vieran totalmente afectados, provocando una recesión económica de la que todavía muchos países tratan de recuperarse. De hecho, terminaron instalándose en la opinión pública, los términos “prepandemia” y “postpandemia” para señalar cuáles eran los índices económicos antes y después del covid-19.
Pero, justamente, al término de la pandemia, surgió otro elemento desestabilizador: la guerra entre Rusia y Ucrania que comenzó en febrero de 2022. Pero, más que la guerra, lo que provocó el desequilibrio fueron las sanciones que se le impusieron a Rusia, provocando que se alterasen los suministros de energía, fertilizantes y granos.
Esta situación provocó un alza de la inflación a nivel global que tuvo un costo altísimo para la economía, y en algunos países del norte de África llegó a peligrar el suministro de trigo. Sin embargo, las sanciones no tuvieron el efecto deseado, que era aislar a Rusia, sino que parecen haber tenido un efecto diferente. En una entrevista para el periódico alemán Berliner Zeitung titulada “Rusia fue efectivamente descolonizada por las sanciones”, el economista estadounidense James K. Galbraith afirma que las sanciones impuestas por Occidente a Rusia han tenido el efecto contrario. Lejos de perjudicar a la economía rusa, el país está en crecimiento contra todo pronóstico.
Pues como bien señalaba El Economista –el año pasado– el PIB ruso solo cayó un 2,1% en 2022, el año en el que dio comienzo la invasión a Ucrania y en el que todos los organismos internacionales vaticinaron una recesión de hasta el 10% para Rusia. En 2023, el PIB se recuperó por completo y creció un 3,6%, con un fuerte aumento del PIB per cápita (por la pérdida de población). Este 2024, la economía va camino de expandirse otra 3,3%, con un aumento del PIB per cápita del 5,6%, frente al 0,5% que se espera en la eurozona.
“Las sanciones sí surtieron efecto, pero de una manera completamente distinta a la esperada”, señaló entonces Galbraith para el periódico berlinés, admitiendo que “las sanciones tuvieron un efecto dramático en la economía rusa. En esto están de acuerdo tanto los representantes occidentales como los rusos. Pero los iniciadores occidentales de las sanciones no podían imaginar que la economía rusa sería capaz de adaptarse a las sanciones”.
Ese adaptarse que menciona Galbraith explica que Rusia ha sido capaz de restablecer las cadenas de suministro industriales que habían sido interrumpidas por las sanciones. De forma que los componentes para maquinarias, automóviles, aviones, y otras tecnologías que antes eran proporcionados por empresas occidentales, hoy día están siendo fabricados por empresas rusas. Y esta situación configura al final de cuentas una vuelta de tuerca a las sanciones, permitiendo que las empresas rusas entraran al mercado como consecuencia de que las empresas occidentales tuvieron que abandonar forzosamente Rusia. Este hecho, en definitiva, ha generado importantes oportunidades para las empresas locales, logrando lo que Galbraith ha enfatizado manifestar que “Rusia es ahora uno de los países con la tasa de crecimiento más alta del mundo”. Y hasta el New York Times ha admitido que la influencia de Rusia en el sur global es igual de fuerte que antes o incluso está creciendo. Por otro lado, las sanciones provocaron otro período de recesión en la Unión Europea y terminaron afectando a la economía más fuerte del bloque: Alemania.
Definitivamente, las sanciones fueron una oportunidad para descolonizar la economía rusa, y en cierta medida la situación exhibe también, como ciertos libretos o relatos repetidos hasta el cansancio en nuestro mundo occidental, no son del todo efectivos ni certeros, y mucho menos exclusivos. Llevándonos a pensar –así como sucedió en Rusia– cuántas cosas se podrían hacer en nuestra región y que hoy en día, por seguir el camino fácil de la inversión extranjera, dejamos de lado, tomando acaso el camino más simple. Y cabría considerar, si acaso, esta homogenización de los relatos en la occidentalidad se ha convertido en un límite autoimpuesto. Al final de cuentas, América Latina como el resto del sur global parecerían necesitar –de forma urgente– deconstruir el entramado cultural y económico que le ha puesto techo a su crecimiento.
Y en esa línea, habría que volver a considerar y valorar cuál es la verdadera medida de la soberanía tanto política y económica. Pues se ha instalado la idea de que las teorías económicas o, mejor dicho, los economistas y sus planes, trascienden los aspectos políticos. Y vemos que hay ejemplos que escapan a la norma y de manera muy eficiente.
Pues la posmodernidad no solo viene con problemas sociales y económicos, sino también con problemas espirituales. Y en ese sentido, la muerte del papa Francisco también instala otro elemento de incertidumbre y de crisis, especialmente si tomamos en cuenta la importancia que tenía la palabra de Francisco en el Sur Global. Porque en un mundo donde los grandes actores son las poderosas potencias, el poder mediador de la Iglesia en las relaciones internaciones es innegable.
De hecho, el pensamiento social del papa tuvo tres aspectos fundamentales durante su pontificado: el diagnóstico del mundo actual y de sus crisis; los principales aspectos de su pensamiento económico y ecológico; y un aspecto filosófico en el sentido de la necesidad de redefinir ciertos términos como “crecimiento económico”, por ejemplo. Así, había señalado en innumerables ocasiones que su legado estaba orientado a que la Iglesia se acercara a los pobres, mas también a las regiones empobrecidas de este mundo.
En definitiva, este revisionismo de la contemporaneidad que nos planteó el papa Francisco, en un momento como el actual, nos impulsa a realizar otras lecturas de los acontecimientos cotidianos que nos tocan vivir. Motivándonos a practicar, de alguna forma, la tan difícil descolonización del pensamiento. Y en un escenario –como este– con la guerra comercial entre Estados unidos y China como telón de fondo, el manto de incertidumbre y de crisis de esta década del siglo XXI bien podría ser otra ventana de oportunidades para nuestra región.